Sí. Me he hecho esta pregunta muchas veces durante los últimos días, entre las sábanas de mi cama, en pijama, con una tarrina de helado extra grande.
«If you play de Game of Thrones, you win or you die», decía Cersei al principio de los tiempos. Y al final, nos ha matado a todos.
No como antes, no como solía hacer el George R.R., que nos tenía suscritos a 1) HBO, solo para ver esta mierda y 2) terapia psicológica, para lidiar con los palos que nos daba.
En efecto, esta serie enganchó a todo quisque sin excepción porque, más allá de los gustos personales –fantasía o no fantasía, esa es la cuestión-, hizo una cosa inaudita: cargarse cada estructura y paradigma. A saber, que el caballo del malo siempre corre más lento y que los protagonistas se salvan por gracia divina. Esas creencias rodaron por el suelo rápido, junto con la cabeza de Ned Stark.
Y seguían, nunca tenían bastante: ¿quién no se traumatizó con la Boda Roja? Una riada continua de sangre y vísceras, ¡hasta cabezas explotadas!
Además del show, nos adentraban en reflexiones profundas sobre la naturaleza humana con cada arco de transformación de personaje. Y sus andanzas ponían de relieve que nada era absoluto; ni los valores ni los juicios ni las circunstancias. Giros inesperados y agárrese quien pueda. Un cuidado absoluto del detalle de cada escena, que se cerraba en sí misma con un significado preciso y requería de la mente despierta del espectador. Luchábamos con ellos para entender el transcurso de la serie y no quedarnos atrás, volviendo a la Historia de las familias y las casas y descubriendo los linajes. Hacíamos apuestas sobre quién ocuparía el Trono de Hierro: ¿la bondad suprema, en forma de Jon Snow? ¿El carisma y el coraje de Daenerys? ¿O incluso –hubo un tiempo en que algunos lo pensaban- la estrategia de Meñique?
Geopolítica. Así se ha estudiado la serie, se han escrito incluso libros al respecto. El propio Pablo Iglesias regaló los DVDs a nuestro Rey. De ese palo iba la apuesta. Es verdad que no parábamos de escuchar eso de Winter is coming, pero nos sumergieron en la trama principal que consistía, precisamente, en un juego de ajedrez. Con el primer movimiento de la muerte de Jon Arryn, la Mano de Robert Baratheon, empezó el vértigo.
Como subtrama, los Caminantes Blancos estaban asomando la patita; y eso fue cobrando importancia progresivamente, paralizando las guerras y reorganizando la estrategia militar.
Es decir, que la trama principal y la subtrama se vieron mezcladas de manera definitiva a partir de que Jon y Daenerys unieran sus fuerzas para luchar contra el Señor de la Noche. Y ahí empezó la debacle, justo cuando el guión tomó carrerilla a los libros. ¿Casualidad? No lo creo. Seguramente fue entonces que empezamos a desenamorarnos: cuando nos metieron con calzador un romance impostado -¿cuántos capítulos tardó Jon Snow en tirarse a la salvaje? Ah. ¿Y en amar a su ‘Dany’ locamente? Pregunto-.
Esta prisa es síntoma de relación agónica. Pasar de recrearse lustros en un polvo, a un pinchito rápido los domingos.
Mal. Mal. Mal.
Nos quejamos de la octava temporada, pero ya llevaban un par haciendo esto. Traicionando el espíritu de la serie y resolviendo. «Resolver» es un verbo que no hace justicia a una audiencia tan comprometida como la nuestra, los fans de Juego de Tronos, que habríamos aguantado de buena gana hasta la vejez esperando que se desentrañaran asuntos tan peliagudos como el origen verdadero de Jon, que despachan en una conversación random, sin más drama. Como si le hubieran dicho: «oye, Jon, que te quedaría mejor el bigote que la barba». Ese es su nivel de reacción a algo que llevaba atormentándolo siglos y siglos: su cuna bastarda. En fin. No voy a decir nada sobre esto porque muchas letras y despotriques han llovido al respecto.
Lo que sí que voy a decir es que a mí, por lo menos, me explota la cabeza al ver a Bran en el trono –metafórico, que ya no hay-. Además de este modelo propuesto de semioligarquía al que se fluctúa –risas para la propuesta de democracia, je, je, ahora tenemos una serie cómica, justo después de que muera la Khaleesi, je, je, muy apropiado-, resulta que tras la brevísima batalla que pone fin a la subtrama entre la Muerte y la Memoria, se resuelve –otra vez este verbo- la trama principal colocando en el poder a la mismísima Memoria. Dos por uno.
Si era Bran quien debía gobernar desde el principio, les ha faltado explicación y desarrollo de personaje. Al final, han convertido a Daenerys, alguien a quien amábamos con todo nuestro ser, en perversa en medio puto –con perdón- capítulo, han metido a Sansa a presidenta de la Generalitat y a Arya la han mandado a descubrir América. Y Jon, pues al muro, que ya no sirve pa’ ná,pero total. Y nos cargamos al resto de secundarios, que nos la sudan un poco, y aquí paz y después gloria.
Solo he podido encontrar consuelo de calidad, en esta temporada, en los dos conflictos eternos que te llevan a la tumba, del amor para siempre de Cersei y Jaime –no voy a mencionar tampoco que se tire a la giganta, gracias-, y del odio para siempre de la Montaña y el Perro. Es lo único que me ha arrancado alguna reflexión. Y una sonrisilla el not today de Arya homenajeando al fantástico bravoosiano Syrio Forel.
Pero esos guiños autocomplacientes, con la metaobra del libro A song of Ice and Fire, Bran que se va a meterse en cuervos, que es lo único que hace, a ver si encuentra a los dragones por ahí vagando, o Jon diciendo que Daenerys siempre será su reina antes de apuñalarla -¿hola?- y el fuego valyrio abrasando el Trono de Hierro en plan: esto es lo que ha matado en verdad a mi mamá, el ansia de poder –en serio, ¿hola?-… No, no voy a mentar tampoco el episodio a lo V de Vendetta de Daenerys frente a su ejército. Ni el discursito de Tyrion sobre las historias, que todos compran automáticamente para validar el nuevo modelo político.
Y yo me pregunto, como añadido: eso de Winter is coming qué. Recordemos que el invierno estaba a punto de llegar, independientemente de los Caminantes Blancos, que al principio se pensaba que eran leyenda, y durante un instante creímos que quizá la ceniza de Desembarco del Rey era eso, nieve. Pero nanay. Gobiernan los buenos y desaparecen los malos y verano para siempre.
En serio, Juego de Tronos, no sé qué nos ha pasado. No me lo explico. Voy a meterme otra cucharada de helado a la boca y me reproduzco la segunda temporada en HBO, a ver si se me pasa. Luego iré al psicólogo a tratarme este desengaño.
Ya vendrán series mejores, me digo, cual novia despechada. Aunque lo dudo.
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