Hay gente que es artista por necesidad pura y dura y otros que, teniendo muy buen expediente académico –que es tu caso-, encuentran algo más de peso a la hora de dejarlo todo y dedicarse a esto.
Sí, pesa mucho. Sobre todo a nivel familia. Yo siempre he tenido muy claro que iba a estudiar Arquitectura, empecé la carrera muy a tope, y ha sido un camino súper perfecto y ahora de pronto ha sido como… «oye, que hay otra cosa… (risas) que me tira por ahí y… ¡que quiero dedicarme a hacer cerámica!».
Tu apellido artístico es una mezcla del de tu padre y el de tu madre, y tú dices que eres eso: un mix de ambos. ¿Cómo se lo han tomado ellos?
Mis padres lo han ido viendo poco a poco, porque yo les contaba que trabajar en un estudio no era lo que imaginaba en la carrera y que no sentía que me llenara del todo. Estaba encontrando otras cosas que me gustaban y ellos lo han ido asimilando, y además me han apoyado siempre mucho –¡incluso vinieron a verme a Japón!-. Mi madre me dijo una vez: «¿Tú quieres realmente ser ceramista? Pues, ¿qué necesitas?».
Es crucial tener apoyo moral por parte de los padres, pero tal y como están las cosas, a veces incluso financiero.
Sí, siempre me decían que con ellos tendría un techo y comida (risas). Pero la gente no es consciente de que he sido yo la que ha elegido este camino. He estado en tres estudios de Arquitectura, pero yo he elegido esto. Esta Navidad estaba en mercadillos de jóvenes creadores y una mujer me preguntó qué había estudiado, si Bellas Artes, y cuando le contesté que Arquitectura se compadeció de mí: «Ay, bueno… Siempre te quedará una oposición…».
Wow.
Le dije: «Bueno, a lo mejor soy feliz haciendo lo que hago».
Está eso del sistema educativo. ¿Te sientes defraudada porque no consiguen hacerte una previsión de lo que será tu trabajo en el futuro?
Ahora que hago proyectos por mi cuenta, me encanta. Tengo mucha suerte, lo complemento con la cerámica y no me agobia. Si me entra un proyecto que cuadra, genial, pero no pierdo un tiempo que podría dedicar a la cerámica.
Se han invertido las prioridades por completo.
Sí, es difícil estar en un estudio porque absorbe mucho tiempo y energía si también tienes inquietud por hacer otras cosas. Y además, el hecho de ser mujer, de cara a la construcción…
¿Y eso? ¿Hay machismo en la obra? La verdad es que es la plataforma por excelencia del piropo cutre a la mujer.
Imagínate que llegas tú y les dices que eso que han hecho durante cuarenta años estaba mal, y te tienen que hacer caso. «¡La cría esta!». (Risas).
La mezcla de creatividad e inteligencia es muy potente, normal que luego te falten cosas. ¿La gran empresa nos robotiza un poquito?
En Madrid yo estaba en un estudio muy grande y hacía un parte muy pequeñita de un proyecto. Me tragaba una hora de metro todos los días. La misma parada, me subía, me bajaba… Poner el modo automático y todo corriendo. Estaba mal ya, necesitaba hacer cosas creativas.
Y entonces recuperas la cerámica, que es una vuelta a lo artesanal, al mimo, en esta sociedad frenética.
Yo empecé con el torno y era algo terapéutico. Esa lentitud es necesaria. Mi profesor me decía que tenía que conectar el cerebro con las manos, y era algo parecido a la meditación. Vives rápido, y paras y te das cuenta… La sensación del barro en las manos era alucinante. Desde pequeña; además, yo era la típica que iba a Leroy Merlin y llegaba con las manos sucísimas, necesitaba tocarlo todo. Y la posibilidad de ver materializado el resultado tan rápido, ¡con mis propias manos! Viniendo de la Arquitectura era alucinante, poder hacerlo yo sola además.
¿De dónde te viene la cerámica?
Del instituto, de extraescolares, con trece o catorce años. Mi prioridad entonces era estudiar y el Baloncesto, pero le hice hueco y todavía tengo las primeras cosas que hice…
¿Cuáles son? ¿Estás orgullosa de tus primeros pinitos?
Hice un espejo… (risas), una vasija… todo muy utilitario. Son muy yo, sí. Muy minimalista, de color blanco…
Ese minimalismo es característico en tus diseños, pero te los llevas a la tierra de donde surge cada colección.
Es muy importante, al crear algo, no partir de la nada, y una de las cosas que más me han marcado han sido las experiencias que he tenido cuando me he movido. Siempre voy con la libreta, haciendo fotos… y sobre todo recojo las sensaciones. Al final es una mezcla de lo que he vivido, pero conmigo misma. Todas las colecciones son muy mediterráneas, porque mi propia cultura es esa, y también mi visión. Viajar me recarga las pilas y si no lo hago siento que pierdo mi vida.
Ahora, en Estados Unidos, estás en la fase aventurera del proceso creativo, la de recoger inspiración. Pero luego viene lo de materializarlo y sacarlo al mundo. Tú ya lo has hecho con el ecommerce.
Me encantaría poder vivir de esto, por eso es necesario sacar la parte racional y calcular presupuestos. Yo lo hago todo –siempre lo digo por todos sitios-, incluyendo la propia web, las fotos, los contactos. Ojalá fuera solo la parte creativa, pero la siguiente parte es dura.
Fijas tus principios éticos con mucha rotundidad en cada pieza: remisión al oficio de la alfarería mediante un esmalte transparente; colores vivos para una mujer enérgica; 0 plásticos para apoyar el medio ambiente.
Todo el mundo debería preocuparse por la sostenibilidad, pero no lo hacemos. A mí me ha costado mucho encontrar un packaging sin plásticos, y yo no quería meter sobres con burbujas. ¡La cerámica no se rompe, y si se dobla un poquito la esquina de la caja no pasa nada! Al final es un gesto muy pequeño, pero quería poner mi granito de arena.
Tus tres colecciones, Valencia, Nagoya y Arequipa: si tuvieras que resumirlas con algún valor, algo que hayas aprendido en cada lugar, ¿qué se te ocurriría?
¡Esta es difícil! (Risas). Valencia es Mediterráneo, pero para mí es esa vuelta al cuidarse a uno mismo. Salir de hacer un examen e irse frente al mar a pasear sola. Y las piezas azul cobalto representan la noche, esos años universitarios con la casa llena de gente, casi ocho en el piso, esos años que no van a volver… Nagoya es la contraposición entre mi cultura y otra totalmente diferente, de ahí su forma mediterránea –si lo hubiera puesto en rojo podría haber sido Andalucía-, pero son esmaltes de allí, justo en otoño: eso me impactó mucho más que la primavera. Me encantaron los paisajes, su gente…
La última, Arequipa, surgió además de una experiencia de voluntariado.
Tuve incluso la oportunidad de estar por el Amazonas. Hice un blog conforme creaba la colección y en uno de los posts puse que había mil animales que podrían matarme pero que a la vez me sentía más a gusto que en el metro de Madrid (risas). Y contemplar la arquitectura de sus edificios, con esos colores fuertes… Y la alegría de los niños, que es como… ¿de dónde la sacáis? Algunos de ellos tenían familia, pero los habían dejado allí –no se podían adoptar, era lo primero que te decían al llegar porque lógicamente te encariñabas con ellos-, porque no podían hacerse cargo y era la única forma que tenían de darles una educación. Sentía que me daban a mí más de lo que yo les daba a ellos.
Pues ya está, ya lo tenemos, le digo a María, y corto la grabación. A pesar de su aire calmado y respetuoso, tiene una energía increíble: en lugar de volver a la cama –lo que yo haría-, apuesto a que empieza ya mismo su jornada para aprovechar el día. Ahora entiendo mejor que necesite moverse todo el rato para crear y que se le despierte la inspiración conforme más lo hace. Moverse y crear. Las dos cosas.
Fotos: Fran Bécares
Entrevista: Andrea Tovar
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