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Mira que siempre he sido muy elitista en cuanto a los libros, que es algo que se aprende muy mucho en la carrera, no ya tanto por los profesores, sino por los ambientes en los que empiezas a moverte. El rollo ese de alta literatura y baja literatura y bla bla blá. La cuestión es que con los años, esa tontería me la he ido dejando tirada por el suelo para que el robot aspirador la haga desaparecer, pero ni tengo Roomba ni me salvo de unos cuantos prejuicios, así que aquí estoy, escribiendo de mi lucha contra ellos para entenderlos y darles puerta. Quizá para que le deis puerta vosotros también, qué sé yo. Que me vengo arriba y me creo influencer, pero no.

Si en el artículo anterior os hablaba de dinero, saliendo de mi zona confortable, en este, vuelvo al drama y al dolor y cómo se supone que esto es “alta literatura”, pues os gustará más, pero os reiréis menos. Pero como dice mi madre, cuanto más llores, menos meas. Hay que sacarle el lado positivo a todo. 

Las dos últimas novelas que he estado leyendo no os las voy a descubrir yo, que como sabemos, no soy una influencer, de manera que no siento ninguna presión. Se trata de dos novelas maravillosas. Maravillosas en cuanto a su escritura impecable, que te aguijonea y te pica y te duele durante días. Maravillosas por su sentido, por su serenidad. Por decir el dolor sin aspavientos, sin rudezas, sin cortes, pero decirlo, decirlo apenas sin nombrarlo para que exista, se conozca, pero nos deje salir adelante. 

Formas de estar lejos, Edurne Portela. Galaxia Gutenberg, 2019 

Una de ellas es Formas de estar lejos, de Edurne Portela. Leí muchas recomendaciones por redes sociales y en el Día de Libro le pedí a mi madre que me lo regalara. Estábamos pasando el día en Madrid y descubrimos una librería nueva muy pequeñita y linda llamada Amapolas en octubre. Lo empecé unas semanas después en un viaje en tren por Polonia y lo terminé, no sin rabia porque no tenía más lectura para el viaje de regreso, frente al Mar Báltico. Hacía mucho, mucho frío y el día era gris, muy gris. La novela y la vida fundidas entre sí. Un viaje de ocho horas puede parecer largo y tedioso, pero encontrarme con esta novela adictiva, no ya tanto por lo que ocurre, sino por cómo te hace sentir, fue un regalo de los de cuando eras pequeña, de los que no soltabas en una semana, de los que no querías separarte por más cosas que pasaran a tu alrededor. Hace unos días, fui a la Feria del Libro de Madrid y, sabiendo que Edurne Portela estaría allí, me fui cargada con el libro más viajero que quizás haya tenido. De Madrid a Murcia. De Murcia a Wroclaw, de Wroclaw a Gdansk, de Gdansk a Murcia. De Murcia a Madrid. Me resulta bonito pensar en el reencuentro del libro con la autora, tímida, humilde, amable, que escribió algo así como que después del invierno siempre llega la primavera. Entonces yo me acuerdo de los campos amarillísimos por los que atravesaba el tren polaco y de la nieve blanquísima de la que hablaba ella en la novela y entonces me acuerdo de por qué me gustaba la literatura. 

 

Todo cuanto amé, Siri Hustvedt. Seix Barral, 2003

Esta novela llegó a mis manos también como regalo por el Día del Libro. En este caso, por parte de Mari Luz, con quien desde siempre comparto ese día con ilusión. Lo puse en mi lista de deseados porque Miguel Ángel Hernández me lo recomendó encarecidamente cuando le dije que hacía mucho tiempo que ningún libro me terminaba de llegar. Confieso que cuando lo vi tan gordo, me dio bastante pereza, pues estoy en fase libros breves, por favor. Confieso también que me costó un poco entrar en la novela, quizá por sus extensas descripciones, pero fue llegar cierto punto y no poder parar. He llorado. Y ya, ya sé que soy muy de llorar, pero nunca lo hago con los libros. Cuando ya estaba cómoda leyendo, cuando estaba a gusto con los personajes, cogiéndoles cariño y queriendo saber más y más sobre ellos, de repente, bang, un llanto insostenible y una tristeza para la que no estaba preparada. Si eso puede ocurrir, es que la escritora lo ha hecho muy muy bien, ¿no? Justo cuando llevaba el libro hacia la mitad, se le concedió el Premio Princesa de Asturias de las Letras. Qué casualidad tan bonita. O sincrodestino. Pero eso ya es otra historia, ¿verdad, Mari Luz? 

La cuestión es que estas dos novelas me han hecho revolverme en el tren, en el sillón, en la cama del hotel, y, sobre todo, en mi propia cabeza. Me he enfadado y me he entristecido, también he sonreído y discutido conmigo misma y mis pensamientos insolentes. Me he sentido parte de la ficción cada vez más verdadera y he recordado por qué me gusta leer, que, a menudo, se me olvida. Volveré con más lecturas, espero, pero no sé de qué tipo. Quizá literarias, quizá cómic, quizá historia o divulgación científica. Quién sabe por dónde nos llevarán las palabras. Disfruten y lean. Lo que sea.

 


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