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No es para todos los públicos. Quizás, si eres padre de un o una adolescente, la simple visión de unos minutos puede hacer que entres en pánico. Pero la historia que nos cuenta Sam Levinson no es rebuscada, no es un retrato enrevesado en el que los designios de la vida han llevado a los protagonistas a los lugares más variopintos de la razón humana. Es más, en buena parte, es un recorrido por sus adicciones a las drogas y la depresión que padeció el director y guionista estadounidense. Y en la época del buenismo, de lo posmoderno y la mojigatería, es de agradecer la crudeza a la hora de presentar problemas tan cercanos como la sexualidad, el miedo a no pertenecer a un sitio o la ansiedad que conlleva la autoexigencia. Aquí, las razones para la Euphoria.

Uno: La banalización del sexo: en la serie, el sexo es un ingrediente más para la ansiedad de los protagonistas. En HBO no se han andado con censuras, y presentan las escenas de camas de la forma más cruda posible, con relaciones que comienzan con el beneplácito de ambas partes y terminan en una dominación por parte del hombre. Lo vemos en las escenas de Nate Jacobs (Jacob Elordi), el quaterback del equipo de fútbol americano del instituto, que tiene una relación tóxica con su novia, que tiene dudas de su sexualidad (acuciadas por la visión de unos vídeos grabados por su padre, en los que mantiene relaciones con transexuales – una de ellas, Jules (Hunter Schafer), de la que hablaré más adelante-). También lo vemos en los otros personajes, bien por la imposibilidad de llegar a la erección o por la eyaculación precoz. Los viejos miedos y la autoexigencia de ser el mejor, en el momento oportuno y en el sitio correcto. Y esa carga es una pieza más en el puzle de una generación en la que se ha banalizado el sexo por la pornografía y se ha convertido en un elemento de consumo más. Levinson lo sabe y ha sabido ser explícito y realista, contando, por ejemplo, cómo la viralización de un vídeo sexual de una alumna acaba influyendo en el devenir de la misma. En consecuencia, la serie muestra todos los oscuros secretos y las peores versiones que el sexo da de cada uno.

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Dos: La ansiedad, la epidemia del siglo XXI: Rue (Zendaya) es la protagonista de esta serie, una chica que desde pequeña ha sido medicada para tratar diferentes problemas. Y tanto lleva el cántaro a la fuente que ella solo consigue ser feliz, estar sin ansiedad, a través de las drogas o de medicamentos como la vicodina. Si es verdad que en algunos de los pasajes de la serie las drogas se usan como herramienta de ocio, y a veces, incluso de una forma abusiva. Pero si algo ha querido enseñar Levinson ha sido a una generación, en la piel de Rue, a la que se la han puesto las cosas difíciles. La ansiedad es la epidemia silenciosa de este siglo. En España, según un estudio de Cinfa, nueve de cada diez personas han sentido estrés en el último año y cuatro de cada diez lo ha hecho de manera frecuente o continuada. Y tratar a este demonio por su nombre, aunque conlleve rozar tangencialmente la apología de las drogas como vía de escape, requiere honestidad. Sí, la serie está ambientada en un instituto, sus protagonistas son adolescentes, pero no es una serie para adolescentes. Y sí, también es ficción, pero, en mayor o menor medida, ¿quién no se ha sentido perdido a los 16?

Tres: El amor en los tiempos del sexting: las relaciones ya no son como antes. Para mí generación, esperar la contestación a un SMS que habías mandado, acabando con el saldo que te quedaba, era un suplicio. En Euphoria, y en la realidad inabarcable que suponen las nuevas teconologías, las aplicaciones de mensajería instantánea son las zonas de confort. Lo vemos con Jules, que se enamora de un enigmático Tyler, que le promete un mundo de cuento de hadas para luego ser el álter ego de Nate Jacobs. También lo vemos en el nuevo horizonte que se le presenta a Kat (Barbie Ferreira) cuando ve que enseñando su cuerpo a pervertidos a través de una webcam puede costearse la popularidad y la autoestima que no ha ganado en los pasillos del instituto. Representar a una generación virtualizada, perdida y ensimismada en conseguir el mayor número de likes, ya lo habían conseguido otras series con buena nota, pero es aquí donde la montaña rusa que supone ser adolescente se encuentra más latente. Las relaciones, como las de Maddy (Alexa Demie) y Nate, se escapan del terreno romántico para enseñarnos que la toxicidad está entre nosotros.

Cuatro: Deja que suene la música: cada escena de la serie está estudiada al milímetro, y la banda sonora se convierte en un elemento más de la fotografía, de la atmósfera y del color que debe tener el relato. Una playlist más que bien escogida, muy apegada a esa Generación Z de la que habla. Y, como la serie, toma su clímax en la última escena, con ese All for us interpretado por la propia Zendaya y Labrinth, tras la enésima recaída de Rue, en la que le acompañan un coro góspel y unos bailarines representando la caída al infierno de la protagonista. Un final apoteósico, lleno de cliffhangers, que hace desear ver el primer capítulo de la segunda temporada nada más terminar la primera.

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Cinco: Hunter Schafer es un icono: El personaje de Jules es tan necesario que se podrían escribir artículos extensos sobre ella. Su actuación, cargada de reivindicaciones a través de su ropa o del maquillaje (que representa su estado de ánimo en ese momento), cuenta la historia de cómo el camino de la aceptación empieza por uno mismo. Empoderada, atractiva y sincera, en la serie no tarda en ser una parte importante del grupo de amigos del instituto. Y es que hacen falta más personajes trans que no solo se basen en la lucha que se mantiene con la propia sexualidad, sino en su normalización en el día a día, con sus problemas cotidianos. En el mundo real, Schafer es una aclamada modelo que ha desfilado para marcas como Dior o Versus Versace. Además, en 2017 se querelló con el gobierno de Carolina del Norte por establecer que las personas solo podrían utilizar los baños públicos que correspondan al género escrito en su certificado de nacimiento, y no con el que se identificaban. El personaje y la persona, en su globalidad, merecen ya por sí solos el visionado de la serie.

Seis: La luz al final del túnel y hacer lo correcto: en Euphoria la amistad es el mejor escudo para atrapar los golpes. Aunque empiezan desperdigadas, todas las protagonistas de la serie terminan en el baile de final de curso del instituto ayudándose, dándose consejos y pensando en lo que les deparará el futuro. Y es que este espectáculo televisivo que nos ha mantenido ocho horas frente a la pantalla, versa sobre el dolor y la pérdida (¡a cuántos personajes les falta uno de los progenitores!), pero también sobre el mantra de que la vida va a seguir, aunque sea una mierda, y de alguna manera hay que afrontarla.

Si os habéis adentrado en el mundo que Levinson ha presentado, diseccionando su pasado, sabréis que no se ha andado con medias tintas. En Euphoria los desnudos son desnudos, un polvo es un polvo, y una venganza es una venganza. Y se agradece, porque la realidad muchas veces se nos muestra distorsionada por bonitos relatos en televisión que no hacen más que edulcorar una mentira. Y la cadena, los guionistas y los personajes han sido honestos, aunque no a todo el mundo le gusta que le cuenten la verdad.

HBO

Fotos propiedad de HBO.


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