#1 Por sus escenas larguísimas
Un sello de la casa es alargar las escenas, pero no hasta el infinito ni hasta la exasperación, sino hasta derribar la prisa siglo XXI con la que hacemos todo -ducharnos, trabajar, el amor- y conseguir que nos relajemos y disfrutemos. Con un deleite que recuerda a la narración japo de autores como Murakami –exasperante en los detalles, tipo qué comida frugal cocinó el protagonista… -, Tarantino no tiene prisa, pero tampoco se recrea en la pausa. Ese equilibrio magistral crea situaciones rocambolescas en las que la tensión es palpable, y acostumbra a resolverlas con un toque maestro que hace sonreír. Además, suele introducir un punto absurdo hasta en lo más escabroso. Bravo, amado Quentin.
#2 Por la falta de moraleja
Les reto a que busquen un significado oculto en las pelis, alguna joyita de aprendizaje cotidiano que incorporar a su día a día. Exacto: nada. Tarantino no trasciende, pero penetra. Es algo difícil. En esa línea entre el arte de calidad y el arte comerciable, él se alza como rey indiscutible. Nada de lecciones, solo una poderosa combinación de azar, voluntarismo y una pizca de comicidad que hace que nos vayamos contentos a casa. O que nos quedemos contentos en casa, si es en el sofá donde vemos las pelis.
#3 Por la estética de capítulos
Con un aire de cómic o novela, a Tarantino le gusta numerar las escenas y titularlas. A veces las altera en el tiempo, como en Pulp Fiction, para poner un broche final más agradable –recordemos que el personaje de John Travolta muere a manos del arma del personaje de Bruce Willis antes de la última, en la cafetería-. Así confiere al espectador la sensación conclusiva que se produce en el lector al avanzar en un libro impreso. No solo hace uso de estas artes, o del diseño, de la fotografía, de la estética; sino también de la música: sus bandas sonoras, con colaboraciones a la altura de Ennio Morricone en Los odiosos ocho, son dignas listas de reproducción de Spotify para las horas de trabajo.
#4 Por las historias exquisitas
No hace falta hacer hincapié en una obviedad: Quentin es un narrador. Y antes que eso, es un buscador de historias. Compone los personajes con una extensión impecable –DiCaprio comenta que entrega notas a los actores con la biografía completa del personaje, aunque no figure en el guión, para que sepan exactamente a quién interpretan-, y los hila en un entramado peculiar e impredecible.
#5 Por la revancha histórica
Algo que ha hecho en Malditos Bastardos, en Django Desencadenado y ahora en Érase una vez en Hollywood es alterar sin pudor períodos o sucesos históricos, de manera que pueda darle un zasca personal a «los malos». Sea con el mismísimo fin de la II Guerra Mundial, con una revancha al esclavismo estadounidense o con el episodio Manson; se gana la aquiescencia de un público que aplaude y que desea que hubiera sido Tarantino el auténtico guionista de la vida real. Aunque la mayor vendetta acontece cuando hace honor al título Kill Bill y cumple lo que promete justo cuando el espectador empieza a desear que Beatrix se arrepienta. Nada: los toquecitos de la muerte de Pai Mei que hacen explotar el corazón y fin de la historia. La venganza es la venganza. Quentin no perdona.
#6 Por la sangre
Qué decir a este respecto. Chorros. Chorros, chorros de sangre. Sangre, sangre y sangre. Ya está. Tarantino tampoco se corta un pelo. Ah, un apunte: la única vez que pega un tiro en la rodilla, a pesar de repetir hasta la extenuación que es el lugar más doloroso del cuerpo -en Reservoir Dogs, en Pulp Fiction… –, es al mayordomo de Django Desencadenado. Le parecería suficientemente cabrón para merecerlo.
#7 Por los actores repetidos
Su elenco particular es variado y a la vez no; no duda en hacernos partícipes de interpretaciones brillantes y tampoco tiene reparo en encadenar actores de un film al siguiente. Ofrece gran variedad de registros en esa selección cuidada del personal. Y, en fin: ha reunido a Brad y a Leo. Amor eterno, Quentin. Cuando Brad se quita la camiseta en el tejado de Érase una vez en Hollywood, a sus cincuenta y tantos, desmayo colectivo.
#8 Por su abstinencia sexual
No la suya, eh. Pero en las pelis no hay ni gota de sexo explícito. Como mucho una escena de pedofilia en manga en Kill Bill 1, al contar el pasado de O’Ren Ishii, el personaje de Lucy Liu. El amor de Bill y Beatrix, por ejemplo, es casto hasta el final. Ni un besito, apenas, en su extensa filmografía. No le hace falta.
#9 Porque ni machismo ni michismi
Algunos se han quejado de que la última peli tiene un punto machista, o antifeminista, porque los personajes femeninos son bastante lerdos. En mi humilde opinión, eso es una chorrada como una catedral. La mayoría de heroínas mortíferas de la dupla Kill Bill son mujeres. En general, y como mujer, no me siento maltratada por Tarantino. Vamos a dejarnos de tonterías, por favor.
#10 Por su tremendo ego
Esto del supuesto machismo a Tarantino se la suda un poco, con perdón. El perdón lo pido yo, él no. Él dice que es el mejor director de su generación y que está deseando compartir la peli de turno en el estreno, pero que si no gusta, a él le va a seguir flipando. Asegura que su filmografía es un crescendo hasta el clímax con esta nueva, y que la última será el epílogo, pero también reconoce que Jackie Brown y Death Proof son las más flojas. Además, suele corear con el equipo: «muy bien hecho, pero ahora vamos a grabar otra toma porque… », y ellos contestan: «¡nos encanta hacer cine!» -estos son datos provistos por el XL Semanal, no es que yo haya hablado con Quentin ni nada-. Él se encanta y esa seguridad abruma a algunos, pero a los creadores les deja espacio para no pedir perdón ni permiso en sus obras. El apoyo del público parece indispensable; sin embargo, no lo es. Aunque quizá es más fácil sostener esto cuando el apoyo del público está prácticamente asegurado. Quién sabe. Nosotros te amamos igual, Tarantino, por estos 10 motivos y por la décima peli que nos debes.
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