Funcionar sin el murciélago
La primera prueba de un Joker sin Batman no salió bien, y Escuadrón Suicida nos regaló la avergonzante interpretación de Jared Leto. Pero olvidad esa película, hagamos como que no ha existido (ojalá). Batman siempre ha sido el protagonista, el “héroe que Gotham merece”, y ha ido deshaciéndose de cada uno de los villanos que se han ido poniendo en su camino por una ciudad libre de delincuencia. Si bien, el Joker de Heath Ledger y Cristopher Nolan ha sido el único que ha conseguido robar parte del pastel al protagonista. ¿Funcionaría un Joker sin Batman? Al menos, y tras el esperpento de Leto, yo me hice esa pregunta. Qué necio. En ningún momento del film necesité casi ni que lo nombraran. Y las referencias, que las hay, nos dan un nuevo contexto, una nueva historia que nos cuenta por qué el Joker tiene esa obsesión, ese odio, frente al álter ego de Bruce Wayne.
En esta pieza, ya no nos da tanta pena que el matrimonio Wayne muera frente a los ojos de su hijo. Es el mercado, amigo, y el neoliberalismo furibundo (del que hablaré más adelante) tiene estas cosas. La sombra de lo que pasaría en un futuro entre estos dos personajes cobra sentido con las revelaciones que la película nos muestra. Y vemos al pequeño Bruce, cruzando por primera vez la mirada frente al que será su peor enemigo, pero lo vemos tras haber empatizado con Arthur Fleck, tras haber pasado con él de la tierra al infierno y tras haber sentido pena, asco y amor por lo que representa. Sin Batman hay paraíso, y ojalá sea el inicio de una generación de villanos que no necesitan de la muleta del murciélago.
No te rías, que es peor
La película comienza con un minuto de carcajadas, pero nadie en la sala se ríe. La maestría de Phoenix para que su boca mostrara un sentimiento, y sus ojos, otro, te pone en sobre aviso: lo que te espera, no va a ser comedia. Tarjeta plastificada mediante, Arthur Fleck va explicando a todo aquel que se siente ofendido por sus ataques de risa que sufre una enfermedad que le hace carcajear sin parar en los momentos más insospechados. Una enfermedad que realmente existe. El síndrome seudobulbar es una enfermedad dramática de la expresión emocional, caracterizada por estallidos incontrolables de risa y/o llanto.
Este síndrome se une en la persona de Fleck a otros problemas psiquiátricos provenientes de traumas de la infancia. Todd Phillips, que además de director también es guionista, no quiere que sea una excusa para que el camino de Fleck a Joker sea una línea recta. Lo que el guionista pretende es mostrar cómo los excluidos por la sociedad, cómo aquellos que crean una pantalla delante de sí mismos para parar los golpes de la masa, nunca consiguen entrar en el complejo funcionamiento de la maquinaria de los visibles. El Joker es fruto de sus problemas mentales y de una infancia violenta, pero también es el resultado de una sociedad, en este caso la de Gotham, pero se puede extrapolar a la nuestra, que ha dado la espalda a la empatía y que mira hacia otro lado cuando lo que encuentra ante sus ojos es diferente. La película es arriesgada, porque hay que saber tratar estos temas sin caer en el dramatismo, y el guión consigue de una manera muy acertada dejarnos desnudos ante la injusticia.
Envoltorio musical
En el cine, una atmósfera correcta es muy importante. Una buena banda sonora, una selección concienzuda de la música que acompañará a los planos, suma, y le adhiere un componente argumentativo que funciona como bisagra entre escenas (no podemos olvidar lo importante que fue en The Leftovers). En Joker este punto es llevado a un nivel superior, con la escena del “primer” Joker bajando las escaleras de su casa (que durante toda la película subía con la cabeza agachada) como Freddie Mercury en The Great Pretender. Hildur Guðnadóttir, que acaba de ganar un Emmy por Chernobyl, fue la encargada de acompasar los desgarradores movimientos de Phoenix en cada escena de Joker. Y el actor los vivió, y así creó esos pasos que a todos los que hemos visto la película nos han inquietado, porque es el interludio de lo que viene, del nacimiento de un villano.
Gotham, mi amor
Uno de los aspectos que siempre me han gustado de Batman es la ciudad de Gotham, ese estercolero lleno de humo que siempre sale de las alcantarillas y que alberga a la mayor escoria social de todo el planeta. Es el lugar perfecto para que el salvapatrias de Batman haga su trabajo. En el Joker de Todd Phillips se nos muestra Gotham como un New York distópico, pero que se acerca tanto a nuestras metrópolis que da miedo. Porque si estábamos acostumbrados a ver a Wayne en su mansión, o en una fiesta de niños pijos, Joker nos baja a las cloacas, a las VPO y a una ciudad que, como todas esas que superan los 4 millones de habitantes, no tiene tiempo para que les cuentes tus problemas.
Y ahí está Arthur Fleck, queriendo pasar desapercibido en el metro y recibiendo una brutal paliza de tres trajeados de Wall Street. Y ahí está nuestro antihéroe, jugándose las lentejas meneando un cartel de publicidad vistiendo de payaso y siendo apaleado por unos niños que deberían estar en un correccional. Una ciudad te curte, te prepara para la vida, pero una alcantarilla lo único que hace es pegarte su olor a la ropa y a la piel.
Trump: un mono con dos pistolas
El rico es más rico y el pobre más pobre. Ese es el neoliberalismo radical que asola en estos momentos Estados Unidos, y en el Joker de Todd Philips también se quiere hablar de política; sobre todo, de esa política que no repara en las personas, y que está hecha para y por unos pocos. Por eso, Joker, tras matar a los tres gallitos de Wall Street, se convierte en el líder de una revolución en la que el taxista, el parado, el panadero y el servicio de la limpieza quiere ver, simplemente, cómo el mundo arde (grandísimo shot de Nolan en El Caballero Oscuro). Fleck es verdugo, obviamente, no se puede romantizar a alguien así, pero también es víctima del liberalismo económico exacerbado, encarnado por Thomas Wayne y su monopolio. Como dice Mariam Martínez Bascuñana en un artículo de 2018 para El País, “antes que el sueño kantiano de un gobierno republicano cosmopolita, lo que se va globalizando es un escalofriante modelo capitalista que merma cada vez más la democracia”.
El mejor actor de su generación
De esto no habrá dudas, ¿no? Todo lo que Joaquin Phoenix toca lo convierte en oro. Es un actor que sobrepasa la interpretación para crear personajes que han pasado a la historia, como el protagonista de Her, o el Jesucristo de la irregular, pero también arriesgada, María Magdalena. Perdió 23 kilos en cuatro meses para convertirse en el loco esmirriado que le va a hacer ganar un Oscar. La imagen en la que se le ve la nuca en un escorzo, casi como un primate, con la espalda encorvada, en el vestuario de su trabajo tiene más potencia argumentativa que películas enteras. Phoenix enamora en cada plano, no por lo bien que hace su trabajo, sino porque creo que hubiese sido muy difícil empatizar con otro actor en la piel del Joker.
Su interpretación supera lo que se esperaba del personaje, y la película ha funcionado tan bien, va a ser tan laureada y tan aclamada, porque el personaje fue escrito para y por Phoenix. La escena en el late night junto a Robert de Niro quedará en la historia del cine, como los guiños a Taxi Driver, pero sin duda, lo que nunca se olvidarán son los primeros planos a los ojos llenos de ira y dolor de Phoenix. Pocas estatuillas van a ser más merecidas que esta.
La leyenda del Joker
Joker es una obra que traspasará los límites del tiempo, porque está creada para eso, para poner la primera piedra de un cine de superhéroes y villanos que se aleje del cine de superhéroes y de villanos. Y porque cada vez es más importante sensibilizar con temas como la salud mental y cómo la sociedad no pone los instrumentos para normalizarla y arroparla en su manto. Y porque Phoenix y Phillips nos han dado una cinta casi perfecta, con un trabajo de fondo que poca gente esperaba. El Joker ya no es una caricatura, es el tipo que tras convertir la ciudad de Gotham en Gomorra, se subió a un coche y se pintó una sonrisa de sangre. Así nació la leyenda.
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