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Autoficción empieza con «A»: autoras protagonistas

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Por eso, hablar de autoficción es casi como no hablar de nada en particular. Un estilo de escritura que parte de la primera persona y que centra las características del personaje principal, el narrador, en un área sospechosamente parecida a la del autor. Digamos que, si la receta para escribir combina experiencia e imaginación, en autoficción la dosis de la primera es mucho mayor.

Sin embargo, es un error pensar que cuanta más fantasía contenga, más loable es el texto. Si esa premisa fuera cierta, algunos géneros serían jerárquicamente superiores a otros. Y dónde se ha visto que las novelas de ciencia ficción sean mejores que un relato intimista de relaciones. No tiene por qué.

De hecho, si se me permite, hay una gran virtud en el hecho de haber importado hace poco la autoficción en nuestro país, y más aún que venga de la mano de una nueva generación de mujeres. Estoy pensando en algunos nombres concretos. Sabina Urraca, famosa por su crónica de viaje en Bla bla car con Álvaro de Marichalar, novelista novel con Las niñas prodigio, que precisamente imparte cursos de autoficción. Lucía Baskaran con Partir, novela semifinalista del premio Herralde. Nuestra María Yuste -«nuestra» por murciana, digo- y su Vida de provincias.

Todas ellas tienen en común varias cosas, además de conformar el relevo generacional nacional en literatura de calidad y crear escuela –tiempo al tiempo, ya lo dirán los libros del cole en unos años-. Beben inconscientemente del coraje de una norteamericana, Lena Dunham, que escribe y produce audiovisual y que se funde –casi- con su personaje, Hannah Horvath en Girls, al que le entrega todo su pudor mostrando escenas explícitas de desnudez, sexo ortopédico, filias, fobias, neurosis y narcisismo.

Nacidas de internet, como la Alt Lit, se han permitido explorar el alcance de su propia voz tras una pantalla. Esto favorece que las personalidades introvertidas puedan explayarse y comprobar la cercanía con un público desconocido. Soltarse, contarlo todo: no tener pudor ni vergüenza, hablar de lo malo igual que de lo bueno, perder el miedo a la reputación, abrazar lo kitsch, los guilty pleasures, denunciar injusticias, relatarlas desde la verdad absoluta, difuminar las líneas. Se habla de masturbación femenina y de violaciones reales, que no siempre son tan cruentas y obvias como los ecos que llegan de los medios: a veces no se sabe bien qué ha pasado ahí, como le ocurre a Victoria en Partir. Experiencia que -según contó la autora en una entrevista-, había sufrido en carnes y trasvasado a su personaje.

De esta forma, con la transfusión sanguínea difusa entre autoras jóvenes y sus propias protagonistas, se produce un doble fenómeno. Por un lado, se expresan con total libertad en la ambigüedad de la autoficción, que las protege con relativa efectividad en su vida privada al no enmarcarlas en la autobiografía pura y dura. Por otro lado, que fruto de esta falta de cortapisa, surja una maravilla totalmente innovadora: la posibilidad de conocer la realidad real de las mujeres, la verdad verdadera de las chicas. Lejos de clichés de género, de un lado y de otro.

Es refrescante leer las peripecias de un personaje egoísta y vulnerable, al estilo Bandini. Las soledades de una joven aspirante a algo. Los intentos de encontrar otra cosa, no el amor romántico. La vida que transcurre en esa ociosidad de la que aparentemente no puede sacarse nada de provecho.

Ellas se sitúan ahí, en lo desconocido para la masa, y colocan un altavoz. Lo hacen con una crudeza e ironía muy beat, pero con la delicadeza que también destila Ben Brooks –al que, pene aparte, podría enmarcarse igual en esta tendencia literaria aún sin nombre-.

La sinceridad, ese gran valor que trata de esconderse de múltiples formas en cada novelita que cae en nuestras manos; y que las nuevas autoras están dispuestas a ofrecer en un porcentaje de pureza mayor.

Como el chocolate: ochenta y cinco por ciento de pureza. Así escriben; desnudas, mordisqueando chocolate. Y así nos llega. Esto es la autoficción en España, que ahora empieza con la «A» del femenino. Abróchense los cinturones, que esto acaba de despegar.


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