La autocrítica es una constante en tu persona y en tu trabajo. Además, no admites etiquetas ni te sientes identificado con el calificativo artista. ¿Difiere mucho la persona del creador plástico?
Mi trabajo es la suma de muchos elementos y te puedo asegurar que no entiende de etiquetas. Más que artista, me considero una especie de mediador de contingencias o emociones. La palabra artista me da bastante grima, arrastra demasiadas dosis de soberbia y estupidez, intento alejarme lo más posible de cualquier actitud ridícula o simplista; para ser un profesional como ocurre en cualquier otro ámbito, hay que ser serio, tener un compromiso inamovible y muy férreo con el trabajo. Creo que no puede existir distancia entre lo que haces y lo que eres, no concibo ser una persona a unas horas y otra cuando bajas al estudio. En mi vida se ligan ambas porque es mi manera de entender el arte y la vida, me resulta imposible entender la una sin la otra. Soy tremendamente exigente y en la película de mi vida, no me puedo permitir ser un protagonista que actúe con diferentes papeles.
¿Qué te impulsa a dedicarte a la práctica artística?
La necesidad de búsqueda. Creo con firmeza en la capacidad del arte para trasmitir, creo que su poder para hacernos pensar y llegar a la emoción, es en la actualidad más necesario que nunca, porque la libertad está cada vez más lejos, la manipulación se ha convertido en deporte nacional. Ese mal endémico provoca una pérdida de criterios cada vez más preocupante. De esto se deriva que la fragilidad del hombre ya no esté únicamente en su cuerpo, también en su mente y eso es lo verdaderamente preocupante. Frente a toda la parafernalia adulterada que nos venden, el arte se sitúa en las antípodas de esa deformación social, porque nos invita a pararnos, reflexionar y recuperar nuestra particular y muchas veces perdida idiosincrasia.
Lo realmente cierto es que la creación, en mi caso, responde a una necesidad biológica. Cuando pasan varios días sin entrar en el estudio, aunque sea para irte a inaugurar una exposición, mi cuerpo se enrarece por no estar empringado y me pide guerra. Soy muy crítico conmigo mismo y pienso que todo se puede mejorar, que siempre se puede ser más efectivo y certero, eso solo se consigue con horas de dedicación y mucho trabajo.
A diario, un carrusel de tragedias y desastres componen la parrilla de los medios de comunicación, que reflejan de manera nítida el tiempo convulso y movedizo actual. La existencia humana, las emociones, la vida, el dolor o la pérdida, están presentes en tus obras, ¿En qué medida la actualidad influye en ti como creador artístico?
Mi trabajo se alimenta de lo cotidiano, del día a día en todos los aspectos imaginables. Toda la información recibida se asimila y se filtra, pero los resultados nunca surgen de una manera reivindicativa o premeditada sobre un tema en concreto. Un concepto de partida no es inamovible porque va transformándose en su desarrollo.
Una pieza puede hablar de política de manera mucho más sutil, efectiva e hiriente sin necesidad ni siquiera de nombrarla; en sí misma, muchas políticas son una obra de arte, pues son tan absurdas, demenciales y esperpénticas que resulta imposible superar tales niveles de “creatividad”.
Para hablar de algo en concreto, creo que puede resultar mucho más efectivo alejarse, coger perspectiva y obviar las evidencias. Aunque en apariencia una obra resulte temáticamente tangencial, cuando te paras, la observas y la piensas, la ostia que te sacude se convierte en algo muy grande porque subyace un tema totalmente inesperado. No es necesario gritar ni tirar fuegos artificiales, de eso ya se encarga la propia realidad diaria que vivimos. En la mayoría de los casos, el silencio y la distancia pueden llegar a ser el mejor germen para crear, frente a tantas miserias se pueden convertir en el antídoto perfecto. Las obras no se plantean explícitamente como respuestas a la tragicomedia de la vida, pero tengo claro que soy una persona muy permeable y me afectan, como supongo que a cualquiera, los disparates que vemos a diario. El arte está hecho por personas y es para personas. En mi caso, no existe el afán de hacer un arte terapéutico que cure heridas porque sería muy pretencioso. Sin embargo, creo en el poder de lo individual para trascender lo colectivo. Creo que lo pequeño tiene mucho músculo y una increíble capacidad para mover conciencias.
Tu proceso creativo parece estar en constante búsqueda. La complejidad de tus obras ofrece múltiples lecturas y provocan diversidad de emociones a todo interlocutor dispuesto a conectar con tu trabajo. ¿Cómo vives ese diálogo a través de tu obra?
Las sensaciones se amontonan. Estás trabajando sin saber qué final tendrá esa película, el guion puede saltar en pedazos en cualquier momento y por muy preparado que estés, lo turbador siempre se apodera del final. La inquietud es constante porque el estado de ánimo es impredecible. No hay leyes, solo una serie de comportamientos que, por muy aprendidos que se tengan, se doblegan ante la belleza que la sorpresa te regala en el momento más inesperado. Lo más complicado y realmente jodido, es estar preparado para asimilarla y aceptarla como parte del resultado.
No se puede pretender emocionar al espectador si esa sensación no has llegado a vivirla previamente en el desarrollo. Para mí, obtener un resultado abierto es fundamental. Eso significa que el concepto que manejas está en ebullición y aportando de manera continua. Quizá por eso, lo inesperado y la sorpresa son fundamentales para mí. Tengo claro que una obra de arte que se mantiene, es la que oculta más de lo que enseña. Al final la materia es lo menos importante, es un simple medio para contar lo que nunca verás pero que sí puedes llegar a intuir. El auténtico valor de una obra es el de su profundidad, el de su capacidad para horadar y mantenerse en nuestra memoria.
Y ese deseo de perdurar en el tiempo, ¿puede perturbar e incluso convertirse en una obsesión en una época de obsolescencia programada?
Me perturba la poca conciencia que tenemos del milagro que somos. Me obsesiona esa fricción con la realidad que se genera cuando estás trabajando. Me obsesiona la repetición como toma de conciencia y mi empeño hacia lo absurdo e inesperado. Me atraen sobremanera los desfases, son mi debilidad. Supongo que las manías son el origen desde donde se desencadena gran parte de mi discurso.
Me interesa la intensidad que se deriva de la creación porque pone en marcha una cantidad ingente de mecanismos y protocolos que me apasionan. Una obra es un espejo donde reconocernos, es un problema a resolver, un reto a solventar. Tenemos que ser conscientes que una pieza jamás cambia, se mantiene estática encerrando en su interior todo su mensaje y su fuerza; es el espectador el que está en continuo cambio y a expensas de la inestabilidad que supone su propio estado de ánimo, siendo esclavo de ideas preconcebidas que lo único que hacen es alejarlo de las evidencias que la obra encierra en su interior. Al espectador le cuesta asumir su debilidad, sin embargo, cuando se levantan las barreras y la predisposición es limpia, los secretos acaban por desvelarse y la recompensa merece la pena. Aprender a mirar es cada vez más complicado porque los complejos y la lasitud están desgraciadamente fundidos y asimilados en nuestra genética.
Parafraseando al filósofo francés Clément Rosset, podemos decir que la identidad personal no existe por sí misma puesto que no somos capaces de construirla al margen de los demás. Afirmaba que tenemos que tomar prestada otra identidad, adoptar el yo de otro para así constituirnos. Al igual que su contemporáneo Emmanuel Lévinas, que concebía que el conocimiento no empieza en uno mismo, sino en el Otro: “la comprensión del ser no supone únicamente una actitud teorética, sino la totalidad del comportamiento humano.” ¿Puede llevarnos esta idea a entender tu cuerpo como herramienta, modelo y fuente de profundas emociones universales?
Siempre he pensado que un cuerpo son todos los cuerpos y que trabajando con el mío es como trabajar con el de todos. El cuerpo, al ser blando, deja de tener poder, porque lo blando es caduco, finito y carente de credibilidad. Por esta razón comencé a catalizarlo y endurecerlo, reivindicando así una nueva forma de mirarlo.
La piel en contacto con la materia te hace tomar conciencia de tu propio cuerpo, no te aleja sino que te devuelve. Eso es lo difícil y a la vez lo más importante, aprender a mirar hacia adentro.
Las proporciones del hombre siempre han sido y serán las mismas, son inalterables a través del tiempo. A partir de esas medidas se originan los objetos, somos lo que somos gracias a nuestras manos. La medida del hombre no es pasajera, nunca dejará de estar de moda. El problema y la virtud del hombre se hospedan en una misma habitación llamada cerebro, que es donde las carabinas del Carter de la manipulación tienen puesto su punto de mira. Me interesa cada vez más la precariedad, porque la eficacia de un resultado no depende ni por asomo de poseer infinitos recursos. Todo lo contrario, con lo menos se puede proyectar mucho más. En muchas ocasiones, un impresionante despliegue de medios no deja de ser más que una anécdota amplificada al gusto del consumidor.
Hay una gran urgencia por vivir un sinfín de experiencias que nuestro cerebro no es capaz de asimilar. Tenemos una gran preocupación por capturar recuerdos e instantes a los que nunca volveremos. Frente a la fragilidad y la pérdida de memoria de la sociedad contemporánea, ¿cómo ves el presente que vivimos?
La conciencia de transitoriedad no se tiene asumida, las generaciones pasan como esas bandadas de pájaros que egoístas emigran encerrados en la geometría de su vuelo buscando la supervivencia; posiblemente, si tuviéramos una conciencia menos rígida, más cercana al otro y desterráramos todos los complejos que arrastramos, el resultado nos podría llevar a vivir en un contexto mucho más sinérgico, limpio y favorable para todos. El presente es un continuo inaprensible. Somos como un frágil edificio lleno de andamios, cada día que pasa, se levanta sobre nuestros hombros un nuevo piso. Esa cimentación es la experiencia que se cataliza y endurece hasta transformarse en memoria. Si de algo somos dueños es de la capacidad de ser selectivos con nuestros recuerdos. De ellos y de su huella dependerá nuestra forma de ser. Por eso, no vale simplemente con asumirlos, debemos ser selectivos, críticos y positivos. Debemos ejercitar nuestra memoria para almacenar única y exclusivamente lo que nos aporte, lo que nos haga avanzar con seguridad en nuestra vida. Porque al final, el valor de muchas descomunales construcciones es cero, solo una suma de apariencia hecha de cañas y palos. Personalmente, me caso muchas veces con lo menos llamativo y pequeño, pero cuya seguridad y solidez pueden llegar a ser apabullantes.
Finalmente, ¿qué crees que se puede mejorar del sistema del arte?
Por supuesto, necesitamos abrir las puertas a jóvenes que llevan años estudiando y están tremendamente preparados, para que la situación se regenere. Hay que desempantanar el sistema y dejar que fluya el río de la cultura de manera natural. Apoyando a nuevas generaciones dejaremos que entre luz en las instituciones. La única forma de avanzar no solo en el sistema del arte sino en cualquier otra faceta de nuestra vida, es cortar todos aquellos lastres que nos acerquen a la mediocridad.
Fotos: R. B.
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