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Buscando una serie ligera que me recordara aquellos maravillosos años de Sexo en Nueva York, me puse Working Mums, qué tendrá que ver, dios mío: Mujeres. Quería ver historias cotidianas de mujeres y fue lo que encontré. Me lo pasé bien, pero entonces me puse a pensar en cómo sería mi vida si tuviera un hijo y ocurrió que no fui capaz de imaginarlo: ni siquiera me había planteado esa posibilidad en mi vida real, en mi vida de hoy. ¿Por qué?

Para intentar entenderlo un poco, se publicó -justo cuando yo lo necesitaba- El vientre vacío (Capitán Swing) de Noemí López Trujillo. Un ensayo periodístico a trazos muy personales escrito con las entrañas de un todavía vientre vacío. La escritura del cuerpo. La la precariedad que sufrimos los jóvenes y no tan jóvenes, las madres, las no madres, las quiero-nopuedo madres y los padres, también los padres. Ese es el sostén de esta nueva-no-maternidad/maternidad tardía a la que nos estamos viendo abocados.

Nos dijeron que esperásemos a tener suficientes estudios, a tener un trabajo, a tener un trabajo mejor. Estudia mucho, sin parar, estudia, tendrás una vida grande. Ahora lo único grande es el agujero negro que parece tragarte. Sigue, sigue viviendo en casa de tus padres, de alquiler, ahorra, hazte un colchoncito antes de irte. No te apresures, no son horas. Ten paciencia, ya podrás alquilar una casa, ya podrás comprarte una, ya podrás irte de viaje, ya podrás casarte, ya podrás tener hijos… O no. Tienes toda la vida por delante. Sí, pero no todos los óvulos por delante.

Nos han engañado. O nos lo hemos creído todo. Todo es mentira en esta vida, que dice mi padre. Qué inocentes. Y míranos ahora. Queremos tener hijos cuando tengamos dinero, un empleo mejor con los fines de semanas libres, una casa con dos habitaciones, unos ahorros para comprar pañales. Qué infelices.

Conforme iba leyendo el libro, subrayaba y me emocionaba, una y otra vez. Joder, me ha leído la mente, esto lo pienso todos los días, si es lo mismo que me pasa a mí. Cuántas veces no habré dicho que después de todo, seguro que soy estéril. El libro me hablaba directamente a mí e incluso me mostraba historias que no tenía tan cercanas. Los prohibitivos tratamientos de fertilidad o la vitrificación de óvulos. Algunas veces me lo dice mi madre, congélate los óvulos, no sabes las cosas que veo en la consulta ¿Pero si no tengo dinero para tener hijos, cómo voy a invertir el poco que tengo para ser madre en el futuro? ¿Acaso hay un futuro mejor?

Charlando con mis padres sobre el libro, les pregunté cómo lo hicieron ellos. Seguro que ya teníais buenos empleos y una hipoteca. Pues no, hijita, me quedé embarazada y a las pocas semanas se me acabó el contrato, vivíamos de alquiler, yo tenía 23 años. ¡Qué temeridad!, pensé yo. Ellos no pensaban nada, lo hicieron y punto. Ya sé que ahora las cosas son muy diferentes, había pleno empleo y encontrar casa -e hipoteca- no era tan imposible como lo es ahora. Pero esa filosofía del “lo hacemos y ya vemos” no nos define, a pesar de vivir en una eterna adolescencia. Pensamos más, hacemos menos, esperamos más, encontramos menos. Las expectativas nos han machacado y nada será como creímos. Es el mejor de los tiempos, el peor de los tiempos.

Mis amigas están en el mismo barco, hay quien quiere ser ser madre y quien no, pero todos los deseos son con vistas a un futuro no demasiado cercano. Vamos a cumplir los treinta el año que viene y recuerdo cuando nos decíamos que a esta edad ya tendríamos dos bebés. Sin embargo, tenemos que seguir esperando. Esperando siempre. ¿Y quién nos espera a nosotras?

Nos pasará entonces, de forma probable, lo mismo que le ocurre a la narradora de La mejor madre del mundo (Random House Mondadori, 2019), de Nuria Labari. Se nos hará tarde, muy tarde, nos costará mucho, demasiado, ser madres. 

Soy mujer, soy madre, no puedo tener hijos, escribo. No puedo tener hijos, soy madre, escribo, soy mujer. Soy madre, no puedo tener hijos, escribo, soy mujer.

Así empieza a ser la mejor madre del mundo, aquella que ya lo es aunque aún no sea, aunque no pueda serlo. Porque quién dice que no es madre quien daría su vida por serlo. Quiero tener hijos y no puedo. Quiero pero no puedo. Quiero. No puedo. El deseo puede convertirnos en seres disparatados. Me encuentro en mi salsa leyendo este libro. Mi madre es la mejor del mundo también. Esta mujer, madre, escritora, no escritora, no madre, no mujer, me está hablando directamente a mí cuando lo que realmente hace es hablar consigo misma. Ese hablo conmigo para hablar con todos me fascina. Intenta poner un escudo a su intimidad con un sentido del humor maravilloso. Intenta aislarse de su intimidad, pero no puede, ya no es sola, ha llevado ya tanto peso en su vientre, en sus pestañas. Y no, no solo se habla de maternidad, se habla de la frustración, del deseo, del tiempo vivido, del tiempo por vivir, de literatura, de naturaleza y artificio, de dinero, empleo y política.. De expectativas y promesas, de vida, amor y muerte. Porque el discurso de la maternidad es a pesar de lo que nos han hecho creer, universal. Todos nacimos de madre, de algún modo u otro. No todos hemos ido a la guerra. ¿Por qué entonces nos sorprende leerla?

Y, después de todo, ojalá pueda pasarnos lo que no queríamos que nos pasara, porque significará que al menos intentamos tener la vida que deseábamos. De eso nos habla en A mí no me iba a pasar (Ediciones B, 2019), Laura Freixas. Una suerte de autobiografía que llega después de un par de diarios maravillosos y en la que reelabora su vida como escritora, madre, esposa, ama de casa, mujer, persona. Después de todo este periplo por las maternidades, encuentro aquí la visión más sosegada, más pensada y repensada. Ya no es solo maternidad, es solo una parte del todo inasible que una es. A ella también le cuesta -y mucho- tener hijos. El segundo, incluso, es adoptado. En los diarios es más visible su frustración, su sufrimiento, su impotencia, pero es cierto que en este libro, quedan ya las experiencias vividas con un reposo necesario, libres del drama con las que pueden llegar a vivirse. ¿Te dolerá dentro de veinte años? Sí, duele, pero no tanto. Quedan las cicatrices, los recuerdos visibles que nos muestran los invisibles. Con Laura veo -entre otras cosas y centrándome en el tema principal de la maternidad-, que ser madre puede serlo todo, pero no tiene que serlo. Podemos ser madres y que nuestro mundo no se reduzca únicamente a ello. Seguiremos teniendo otros problemas, seguiremos ansiando el trabajo soñado, el merecido sueldo, la relación de pareja perfecta, la conciliación envidiable… Y no tendrán solución, nunca la tienen, pero con suerte, miraremos a esa parte nuestra que nos ha hecho germen de otra vida y podamos sonreír y pensar que todo el dolor, todo el esfuerzo, ha merecido la pena.

Esto lo he leído en los libros, pero lo he aprendido de mi madre.


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