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“El periodismo ya no es el borrador de la literatura”

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Antonio, es nuestra segunda entrevista. Cinco años ya de la primera. ¿Qué ha pasado desde entonces?

Entre otras cosas, yo tenía más pelo. Aquel año estaba en Madrid e hicimos la entrevista a raíz de ganar el Creajoven de literatura. Pero aquel relato, Echar la mañana, poco tiene que ver ya con el libro. 

A mí sí que me trae algún recuerdo, hay un pueblo, alguien escuchando historias… 

He puesto un no delante: aquello era ficción y esto es no ficción. Me acuerdo que empecé las prácticas en la revista Leer justo después de esa navidad y aquello me sirvió, sobre todo, para conocer el panorama de la literatura española más actual y darme cuenta de que había otras voces distintas a las que yo conocía. El máster de periodismo cultural me dio a conocer a una periodista, Leila Guerriero, cuyo trabajo era todo lo que yo anhelaba en el periodismo de hoy. Descubrí a una gran maestra y desde ese momento me he empapado de ese tipo de escritura. De ahí que mi tesis también estuviera orientada en esa línea. En estos años me he dado cuenta de que se puede escribir una historia con entidad de obra literaria en la que no haya ficción y en la que la imaginación esté al servicio de cómo seas capaz de estructurar los bloques reales de la historia.

¿Te llena de igual manera ese tipo de escritura?

Me llena, sí; el otro día leí un artículo, precisamente, de Leila Guerriero, en el que decía que hoy en día, a los periodistas de la crónica latinoamericana, ーporque allí se da mucho más, ella, Martín Caparrós, son grandes exponentes de este periodismoー, ya no les hacía falta escribir novelas para consagrarse como escritores. Se ha ido perdiendo la idea del periodismo como borrador de la literatura, como antesala. 

¿Y tú necesitas la ficción?

No lo sé todavía, soy muy pequeño. Escribo de vez en cuando, es cierto, pero me veo espeso.  La escritura de este libro ha sido coyuntural, su origen fue un curso online con Leila Guerriero. Tuve que hacer un reportaje de diez páginas y como veía que tenía posibilidades y facilidades de acceso a Inazares, me puse a contar su historia. Luego ya decidí, como algo propio, completar la historia y aprovechar toda esa información que tenía para hacer algo más, lo que acabó convirtiéndose en un libro. Diría que la vida, la circunstancias, me han arrastrado a escribirlo.

¿Cómo llega un Antonio de veintiséis años como tú a Inazares?

Como era enero, llego con abrigo de plumas y una gorra. Me pilló un día muy raso y no con mucho frío, pero me acuerdo de que en la primera conversación que tuve allí, Julián, uno de los personajes/personas del libro, me dijo que hacía unos días había caído un nevazo increíble. Llego con muchas dudas e incertidumbre. El periodista tiene una idea vaga de lo que se va a encontrar, pero luego se encuentra con muchas cosas que no se esperaba. Solía llevar un borrador de preguntas que casi nunca usaba porque siempre aparecían cosas nuevas, personas que no conocía… Tu borrador de preguntas de repente cambia y te desbarata todos los planes haciéndote improvisar, al final es, simplemente, una conversación con la gente. 

¿Por qué Inazares se cruza en tu camino? 

A la hora de elegir un tema para hacer el reportaje del curso de periodismo, me fui a un archivo que tengo de escritos y encontré un pequeño artículo de 2015 en el que hablaba de Inazares. Estuve allí con mi familia el verano que yo volvía de Madrid. Imagínate el choque, el contraste entre una ciudad tan bestial como Madrid y un pueblo tan minúsculo como Inazares. Aquello me sobrecogió. Fue una experiencia muy bella y de mucha curiosidad periodística; cómo vive la gente aquí en un pueblo tan pequeño sin servicios básicos, sin centro de salud, sin supermercado… esa era mi cuestión, cómo vivían. Yo vivo en Bullas y es un pueblo, sí, pero es un pueblo grande en el que estoy acostumbrado a vivir rodeado de gente, a coger la autovía enseguida y llegar a Murcia en poco tiempo. En Inazares eso no pasa, allí estás, no aislado, pero sí muy retirado, estás en la montaña y tardas en llegar a cualquier sitio. Vives en un universo aparte. Aquello me inquietó. Recuerdo levantarme muy temprano aquel día en el complejo turístico y ver el amanecer, escuchar a los gallos, los caballos a lo lejos, los primeros pasos de alguien en el suelo de chinas… Hacía mucho tiempo que no vivía algo así, probablemente desde los veranos que pasaba en el campo con mis abuelos. Recordé eso y aquel lugar conectó con un mundo interior mío que no recordaba. Escribí entonces un articulillo para el periódico El Noroeste y me olvidé por completo del pueblo. 

Así que Inazares estaba en tu imaginario desde hacía tiempo

Sí, fue entonces, buscando un tema para el curso, cuando caí de nuevo en Inazares. Propuse el tema con cierta reticencia, con cierta duda, pensé que la historia de un pueblo pequeño no estaría de moda, pero la profesora me dijo que, de hecho, era un tema que estaba muy de actualidad: la despoblación rural, la España vacía… Fíjate qué periodista soy que no sé cómo está el mundo. Sabía que el vaciamiento de los pueblos era un problema, pero no lo contemplaba como algo actual, sino como un problema de siempre. Investigué un poco, leí el libro de Sergio del Molino de La España Vacía y me di cuenta de que era un tema palpitante. Entonces me metí a fondo en Inazares de enero a abril e hice una copia material impresionante, pero claro, en el reportaje original solo dejé un treinta por ciento. Leila me sugirió que el tema se podía alargar y pensé en un reportaje largo, pero no en un libro. En julio cuando volví al pueblo, me di cuenta de que sí, de que quería escribirlo.. 

¿Cómo empiezas a hablar con los habitantes de Inazares? 

Me iba encontrando con la gente era en forma de red: me encontré primero a Julián y paseando por el pueblo, vemos la escuela, donde está Boni, luego Boni me presenta a otra persona y así. Se va hilando una red de relaciones con la que me fui haciendo una idea de quiénes quedaban en el pueblo.

¿Los conociste a todos?

En el libro aparece una muestra representativa de la gente que vive en el pueblo habitualmente, hay más gente, aunque no mucha más. Me dijo el hermano de Julián que, muchos inviernos, cuando el tiempo está mal, algunos matrimonios que son ya mayores, se van con sus hijos a Caravaca o Moratalla, quedándose el pueblo aún más vacío. ーA veces estamos mi madre, mi hermano, Boni y yoー. Hay otra lección que me dio Leila y es que un periodista no tiene que ir a confirmar un prejuicio a una realidad. Uno va a un pueblo pequeño como Inazares y tiene un imaginario, unas ideas preconcebidas de lo que puede ser un pueblo pequeño de montaña con poca gente y un periodista tiene que desnudarse de todos sus prejuicios y darse cuenta de que a veces la realidad es otra cosa. En Inazares me encontré con un pueblo físicamente retirado, un pueblo que, según los datos oficiales, tiene un nivel de decrecimiento de la población muy acusado; y sin embargo, es un pueblo donde uno está bien, donde uno respira a gusto. No vi a gente que se sintiera muy aislada, la gente era feliz, estaba a gusto ahí, no estaban deseando irse de allí, todo lo contrario.  Es verdad que hay que señalar que faltan cosas, servicios básicos y tal pero yo me sentí muy bien y vi gente feliz, igual me está quedando todo esto un poco cursi, pero es la verdad, no puedo mentir. 

¿Se sorprendió la gente de que alguien quisiera escribir sobre ellos?, ¿sobre su pueblo? 

Se lo tomaron con mucha naturalidad, es verdad que yo iba con preguntas muy exageradas:  ¿Cómo os imagináis el pueblo dentro de cincuenta años?. Al principio la hacía mucho, pero dejé de hacerla porque la imaginación es traicionera. Hoy estaba leyendo un artículo sobre Bullas, donde en el siglo XIII se aprobó la reconstrucción de un castillo que había  quedado destrozado en la guerra entre moros y cristianos y que nunca llegó a llevarse a cabo porque el pueblo estaba despoblado. Bullas estuvo dos siglos vacía y mira cómo está ahora. Con Inazares puede pasar también algo así, quién sabe. 

¿Qué importancia concreta crees que tiene el fenómeno de la despoblación?

No soy investigador ni nada de eso, pero obviamente como periodista que ha estado inmerso durante un tiempo concreto en este tema, alguna impresión tengo. Un periodista a diferencia de un investigador, que da una serie de resultados, aumenta la duda sobre el tema porque lo que hace es entrevistar a mucha gente y contrastar ideas. Hay un momento en el libro en el que se pregunta sobre si la gente pensaba que el pueblo se podía recuperar, hay quien dice que no, quien dice que sí… Creo que si un periodista quiere reflejar la realidad tiene que mostrar toda su complejidad. Hay muchas percepciones sobre una situación, en el caso de Inazares hay un complejo turístico que ha echado raíces y hay mucha gente que tiene a Inazares como si fuera su pueblo de toda la vida; es una forma interesante de afrontar este fenómeno de la despoblación. Basilio Pujante escribió una reseña del libro en El Noroeste en la que decía que el libro daba una visión optimista del pueblo, que no es lo que te esperas, algo dramático, un pueblo que está acabándose; en cierto modo, el libro tiene una visión luego a luego esperanzadora.

Si no llega a ser por el caserío, ¿crees que el pueblo habría desaparecido?

No es que yo lo crea, es que son ellos los que lo dicen. Si no estuviera el complejo turístico, Inazares estaría casi hundido, quizá no habría nadie. El complejo turístico y los habitantes que quedan se complementan: estando unos, están los otros. Si no estuviera, como ellos mismos han dicho,  muchos vecinos no habrían apostado por vivir en Inazares. El que haya un complejo turístico hace que se restauren casas, que el pueblo adquiera un color, una vida más actualizada; se invirtió en wifi, en buena conexión telefónica… Habiendo un complejo que cuide el pueblo, la gente se encuentra un lugar limpio, agradable, que te recibe bien, y eso invita a que, quien quiera, pueda comprarse una casa allí, como, de hecho, ha pasado hace poco, al fin y al cabo, es una forma de cuidar y mantener bien el pueblo. 

¿Puede ser una opción para la gente joven? ¿Tú te irías a vivir a Inazares? 

Ahora mismo no, porque tengo otros planes de vida, pero imagínate una persona a la que le guste el campo, la naturaleza, cuyo trabajo esté vinculado con la agricultura o la ingeniería agrónoma, por ejemplo, y que tenga su vida familiar cerca. Puede ser una buena opción, hay gente que tiene posibilidades, sobre todo de trabajo, con la ganadería extensiva, agricultura más ecológica… El problema es la voluntad, porque hoy en día tú puedes ir a trabajar a Majarazán que está en la zona de Inazares y luego coger el coche e irte a Murcia a dormir. Hoy las comunicaciones permiten que uno no tenga que vivir en el mismo sitio en el que trabaja. Así que creo que depende de la voluntad. Ahora mismo yo no me iría, aunque hay una parte romántica en mí que diría que sí, pero esas cosas, aunque suene muy racional, hay que acallarlas un poco; esa nostalgia de la vida retirada como decía Fray Luis de León.  

¿Qué supone en un libro que trata sobre la España vacía, que, de repente, muera alguien? 

Es algo tremendo. La muerte es siempre increíble, aunque sea una persona mayor, aunque sea esperable. Siempre sobrecoge, aunque esté a nuestro alrededor. La muerte de uno de los protagonistas del libro fue muy impactante e inesperada, aunque fuera una persona ya mayor. La última vez que estuve con él, me habló de la muerte, de la muerte de su mujer, de la de su madre y de cómo veía él la muerte, “cuanto más rápida sea, pues mejor”, decía. Recordar esa conversación cuando murió fue muy sobrecogedora para mí, ya no iba a ver más a ese hombre. Al libro le dio una identidad distinta. Se acercaba octubre y el final del tiempo que yo me había dado para escribir y me esperaba algo circular, volver al pueblo, encontrarme con la misma gente, la mismas cosas… Pero allí estaba la muerte, que le dio una trascendencia, un giro de novela siendo una historia real. Tomó entonces el libro el tono alegórico de que la muerte es también el irse, el vaciamiento que continua. Sí, hay posibilidades de recuperación, pero esto fue un golpe, el pueblo está bien, hay gente que sigue allí, pero la muerte es imparable. 

Qué duro pero qué literario, ¿no? 

Cuando llegué a Inazares, Julián me decía que la gente se estaba muriendo, que en el año anterior, habían muerto cuatro personas y estaban un poco asustados. Me imaginé entonces que alguien que conociera, podía morir en cualquier momento, pero la verdad es que se me olvidó durante todo el año. Fue una experiencia muy curiosa, personalmente me dio mucha pena porque le cogí mucho cariño a aquel hombre, pero por otro lado, desde el punto de vista objetivo, desde la historia que estaba contando, le daba un vuelco increíble. Se vuelve al principio, pero ya no son los mismos porque ha muerto uno de sus protagonistas. 

¿Qué te quedas de Inazares después de una experiencia así? 

Ya no va a ser lo mismo nunca, tenía un recuerdo bueno, un lugar para descansar, pero después de haber estado todo este tiempo allí… es difícil decir algo concreto, pero quizá sería la buena acogida de la gente. Yo pensaba cómo sería si estuviera en el otro lado; uno nunca sabe cómo puede reaccionar ante cosas que no le han pasado, pero si ahora viene alguien a preguntarme si me considero el último de la historia de un pueblo, lo primero que hago es no responder. Me quedo con la buena acogida de la gente, esa forma de ser, cómo decirlo, sencilla sin caer en la simplicidad; con el disfrute de las cosas buenas de la tierra, de la vida. Eso lo he visto en ellos a pesar de que se está hablando de un tema problemático, como es la despoblación, como es qué va a pasar con su hogar… Es gente a la que le gusta vivir y eso, creo yo, es bueno.

Fotos: Fran Bécares.


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