La Revista de Murcia Inspira

«Seríamos culturalmente mucho más sanos si no penalizásemos la tristeza y las lágrimas»

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Siento que es necesario que esta sea la primera pregunta. Si ahora mismo cogieras la cartera de la consejería de Cultura, ¿cómo valorarías la situación actual? ¿Y qué harías?

Para empezar, que eso sucediese, ahora mismo, es un imposible. No volvería a la política bajo ningún concepto y en ningún contexto posible. Me doy cuenta de que, después de un periodo en el que parecía que podíamos ser referencia, y en donde tuvimos cierta cancha a nivel nacional e internacional, las cosas se han parado. Entre otras razones, porque la cultura, tanto en España como en la Región de Murcia, viven de la Administración Pública, y ahora mismo esta no tiene fondos. A excepción de circuitos como la música, que siempre ha tenido autonomía propia y en el que no para de surgir talento, y de la Literatura, que está en una situación boyante, la Región siempre ha tenido una gran parálisis.

Si tuviese que plantear una hipótesis, probablemente optaría por un tejido más de fondo, una guerra de guerrillas, en espacios más pop up, que tuvieran menos coste estructural, y desde ahí, y a través de una cultura de barrio, intentar resurgir la cultura en la Región.

Quizás porque desde que dejaste tu puesto como Consejero ha habido menos presupuesto, pero me da la sensación de que muchos frentes que habías abierto dejaron de llevarse a cabo con tu sucesor. ¿Qué legado crees que ha quedado de tu función pública?

Creo que no hay legado, y esa es la mayor decepción que tengo con respecto a la política. Al mes de salir todo se desmonta, y te das cuenta que el esfuerzo que hiciste y todas las energías que invertiste no han servido absolutamente para nada. Creo que a la política le falta la responsabilidad de la continuidad en el tiempo, porque unos hacen, otros deshacen, y cuando pasan 40 años, el resultado de la suma y de la resta es 0, se está en el punto de partida.

Habrá quien aquellos años los recuerden con cierta nostalgia, y otros con cierto alivio, pero esto es lo que hay. No creo que haya ninguna dinámica que entonces se iniciara que permanezca ahora.

Murcia cuenta con mucho talento, pero cuesta encontrar una fuerza colectivista para poner las bases que hagan que ese talento no quede en balde, que salga de las fronteras y tenga un poso en el tiempo. ¿Se penaliza el talento en este país, y por efecto dominó, en esta tierra?

Absolutamente. Es una Región en la que el talento, no solo resulta indiferente, sino que se desprecia y se penaliza. Tener talento es un pecado. La Región de Murcia tiene una paradoja, y es que a nivel individual, y en pequeños grupos, hay un talento tremendo, pero en el momento de constituirlo en colectividad nunca fragua. Como colectividad somos mediocres, pero en talento individual somos excepcionales. Mientras no se construyan puentes que permitan un trasvase entre esos dos polos, vamos a seguir siempre en el mismo sitio. Lo que necesitamos es constituirnos como contexto y caja de resonancia importante. Porque una persona, solo por el mero hecho de nacer con talento en la Región de Murcia, tiene menos posibilidades, ya no digo con alguien que haya nacido en Madrid o Barcelona, sino con alguien que haya nacido en Asturias o Cantabria. ¿Por qué? En lugar de preocuparnos por cuestiones absurdas de identidad, que todas las identidades son perniciosas, deberíamos preocuparnos por la creatividad y las ganas de evolucionar, que es la única identidad que reconozco. Y aquí, eso no se reconoce.   

Hablemos sobre la felicidad. En tus poemas, en tu obra, se nota el dolor, la incapacidad de que aunque la vida siga su curso, pueda ser fácil. ¿Por qué nos piden que seamos felices?

La felicidad es un gilipollismo hegemónico hoy en día. Se sanciona, se señala y se aparta a todos aquellos que generan un paradigma diferente, el de la melancolía, la tristeza… El dolor es generalizado, todo el mundo siente dolor. Unos lo reconocen y lo expresan; otros lo reconocen y no lo expresan, lo reprimen; y otros lo tienen pero no lo saben. Al final, el dolor es lo que lo mueve todo, porque todos tenemos miedo, y hay un elemento fundamental en el ser humano que es la muerte, que te marca diariamente. Seríamos culturalmente mucho más sanos si no penalizásemos la tristeza y las lágrimas.

Me genera un profundo malestar cuando algún personaje público llora, como el otro día Pablo Iglesias, y todo el mundo se mofa de él. Lo que hacen mediante esa represión de las lágrimas y el dolor es convertirlo en un verdadero acto político, en la única forma de revolución que existe hoy en día, porque la felicidad es mentira. Es una imposición, un maquillaje, y nadie es realmente feliz. Puedes tener momentos de euforia, ¿pero quién es feliz hoy en día?

Esa necesidad de ser feliz a toda costa se ha potenciado con las redes sociales, donde todo el mundo aparece en un mundo perfecto. Instagram te obliga a ser feliz. Y en los medios de comunicación, no se habla del suicidio, que es una causa de muerte altísima en este país.

Si hiciésemos un análisis de las redes sociales veríamos cómo pasamos de las tontunas de la felicidad y los rayos de Sol al insulto, prácticamente sin solución de continuidad. Hay casos excepcionales, como esa instagrammer que es considerada la persona más triste del mundo, y tiene cien mil seguidores. En este mundo, como todo se filtra a través del tamiz de la economía, todo lo que no genera dividendos y rentabilidad se expulsa. Siempre he dicho que estamos volcados completamente en la industria de la felicidad, pero si alguien diera el paso valiente de apostar por la industria de la melancolía y la tristeza se daría cuenta de la cantidad de gente que necesita un espejo en el que reconocerse. Encontrar referentes cuando te encuentras mal, te calma. Cuando estoy mal, escucho canciones tristes y me acabo sintiendo mejor, porque lo que quiero es que me comprendan, no sentirme un friki en medio de tontilandia. La felicidad y la alegría se han convertido en una disciplina, en una especie de fascismo del buenismo. Es una forma de militarización hoy en día.

Dijiste esta frase: “Escribo poesía cuando mi cuerpo está a punto de estallar”. ¿Hasta qué punto es una terapia para ti?

No soy un poeta profesional, si es que existe. Yo soy un poeta por necesidad, y es algo absolutamente físico, lo sientes en la piel, notas que es algo visceral que necesitas depurar de alguna manera. Solo cuando he alcanzado ese momento de las ollas a presión en el que estoy a punto de estallar, es cuando escribo. Yo no elijo la poesía, ella me elige a mí, por eso no tengo mecanismos, protocolos o disciplinas en cuanto a la escritura. Cuando surge, surge. Y de ahí que mis poemarios salgan en dos o tres meses. Es algo profundamente corporal, o escribes o revientas, y prefiero escribir.

Y de esa tristeza, ¿se sale?

Hay un dolor que es adictivo, y yo me considero un adicto al dolor. Y luego está el dolor verdaderamente jodido, el auténtico. Por ejemplo, el próximo poemario que publicaré, que creo que sale en febrero, surgió de una semana en el tanatorio con dos familiares. Cuando te enfrentas a ese dolor, ves el que es más estético, el más adictivo, como una grosería y una inmoralidad. Sí que puede haber un dolor que es como una pose, pero luego existe un dolor que nace del tuétano, de un fondo que ni tú conocías. Cuando hueles a cieno, y crees que has tocado fondo, todavía hay más debajo.

Hice un pacto hace tiempo: no puedo luchar contra el dolor, porque me voy a desangrar en el intento, así que firmé una especie de contrato con él, como si fuera un compañero de piso. Un protocolo de no agresión, como Sheldon Cooper en The Big Bang Theory.

Hay una frase que me gusta mucho, del historietista Nicolás Martínez. “El dolor es estupendo para crear. Hay que desconfiar del arte que no venga de haber sufrido”.

Estoy totalmente de acuerdo, porque es todo tan artificial que realmente, los pocos espacios de sinceridad que existen, están en el dolor. Por eso la sociedad lo soporta tanto, porque la gente no quiere sinceridad, la gente quiere lugares comunes y rutinas con las que se puedan identificar y no repercutan en su día a día. El dolor rompe ese tejido de artificio a través del cual filtramos todo. Cuando uno está en una situación de urgencia es cuando tiene necesidad de crear. Tú puedes crear por oficio, o por diletantismo, pero luego está la urgencia, y las verdaderas acciones surgen de ella. Así se explica que tantos creadores hayan acabado muy mal, alcoholizados, en el suicidio. También tenemos que desmitificar esa cuestión, pero es verdad que el dolor es el único abono real y honesto de la creación artística. Me cuesta tanto trabajar desde la imaginación… nunca he sido capaz de escribir un poema que no tenga que ver conmigo, aunque haya sido a través de cosas que me han impactado. Solamente puedo escribir de cosas que haya sentido.

Como decía Pessoa, es tu manera de estar solo.

Efectivamente, es un ejercicio de soledad absoluto. Cuando estás demasiado abierto, demasiado rodeado, ya no físicamente, sino emocional y mentalmente, no se crea. La soledad es el estado natural del ser humano, y el primer paso para hacer algo digno es aceptarlo. De hecho, pocos creadores encontrarás que tengan una vida social auténtica, un verdadero bosque de personas y afectividades alrededor.

Además de tu estatus emocional, en Aforismos ibuprofeno también haces un repaso semanal a la sociedad, a la política, a los odios. ¿Es difícil despojarse de la visión social a la hora de escribir?

Aforismos ibuprofeno son textos híbridos, algunos tienen mucho de poético, pero también hay análisis, teoría y crítica. Yo reacciono cuando algo me afecta, me toca, me quema por dentro. Desde que empecé a escribir Mapas sin mundo hasta ahora he experimentado una transformación. Antes solo escribía sobre cosas muy íntimas, pero ha llegado un momento en le que la actualidad es tan intensa, tan urgente, tengo necesidad de escribir porque me afecta. Cuando ves barbaridades como la implantación del fascismo ante la indiferencia de mucha parte de la sociedad, me afecta en la misma medida que la muerte de una persona cercana me podría afectar. Hay parte de la actualidad que no me interesa absolutamente nada, pero hay otra, como la lucha por determinados derechos sociales, que son absolutamente intocables, con la que no me puedo quedar a un lado. Están sucediendo tantísimas cosas, que el silencio es cómplice. Tenemos a muchos intelectuales que se ponen de perfil y no se pronuncian, y el modelo suizo siempre lo he odiado. ¿Eso me genera muchos problemas? Sí, porque yo podría estar en una posición de quedar bien con todo el mundo, y paso. En cada momento digo lo que creo que tengo que decir, y hago lo que me sale de los mismísimos, aunque en muchas facetas de mi vida pueda ser contradictorio.

¿Por qué no se leen libros en este país? Bueno, formulo mejor la pregunta. ¿Por qué los libros que se leen son bestsellers o literatura de nivel medio?

En España tenemos un problema, y es el paso de un niño de 12 años hasta la adolescencia. Lo noto por mi hijo y por sus compañeros. A esa edad se lee muchísimo, se leen textos, libros y cómics. Pero cuando entran en un currículum en el que las lecturas ya son más adultas (entre comillas), están más organizadas, se desenganchan. Porque no lo consideran como algo expansivo, como algo que les pueda aportar y mejorar su propia cosmovisión del mundo, sino como una imposición. Y ahí perdemos un montón de lectores.

Hay una segunda cuestión, y es que en este país, al que lee, al intelectual, se le penaliza. Cuando estaba en política, por el hecho de tener un currículum y por el hecho de que me considerasen intelectual, se me tachaba de raro. ¿Por qué? Porque no queremos personas con capacidad crítica, con capacidad de pensar, ni siquiera en la Educación. Es mentira que la Educación en España esté generando individuos críticos, todo lo contrario. Y máxime con la LOMCE, un sistema educativo que se basa en estándares. Todos estos aspectos hace que no se lea.

En una entrevista con Juan Soto Ivars salió el tema de una sociedad que se ha tribalizado ideológicamente, y que la posverdad gobierna nuestro pensamiento. A la gente no le importa que algo no sea verdad, lo va a defender si casa con su pensamiento único. ¿Hay alguna receta para destribalizar a esta sociedad? Y te lo pregunto a ti que, a lo largo de los años, has ido cambiando tu forma de pensar.

Mucha gente considera la transformación en su forma de pensar como una incoherencia y como algo erróneo, y no. Vivir es estar vivo, y estar vivo es estar poroso a lo que surja. Y estar poroso a lo que surja es estar transformándote. En segundo lugar, nuestro pensamiento es un collage, recibe cosas de diferentes posiciones y ámbitos, y siempre lo he pensado: fui Consejero en un gobierno del PP, pero yo nunca me consideré de derechas; lo dije entonces y lo digo ahora. Ni mis lecturas, ni mi formación, ni los libros que he escrito… Esta división en bandos me parece atroz, porque ninguna sigla o ideología tiene razón en el 100% de las cosas que dice. Creo que hace falta el reconocimiento de que tú te puedes equivocar y que el otro puede acertar, y que tu pensamiento siempre es transversal, aunque pese más a un lado que al otro. Nos alimentamos de múltiples cosas.

¿Podemos tender hacia una destribalización? Sinceramente, creo que no. Vamos hacia una radicalización. Es un ciclo, algo epocal, y no sé cuánto va a durar, pero si nos atenemos a los ciclos históricos, en el siglo XX esa tribalización empezó en la década de los 10, y se relajo un tanto después de la Segunda Guerra Mundial. Si todavía nos queda por recorrer casi tres décadas de tribalización… esto va a acabar tremendamente mal. De hecho, lo que me fascina es que con la gente que está a cargo de los Gobiernos a nivel mundial no haya estallado algo gordo. Con menos pirómanos pasó lo que pasó en el siglo XX. Estoy alucinado.

El mundo cambiante ha adoptado el feminismo como la batalla de esta década. Desde tus redes sociales y en tus artículos apoyas la causa. Hay mucho camino por recorrer, ¿ves que se están dando pasos para llegar a la igualdad total?

Se están recorriendo pequeñas etapas, pero creo que no es suficiente. Hay dos formas de conseguir la igualdad: una mediante la educación y otra mediante la Ley. Yo soy docente y creo en la capacidad de transformación a través de la docencia, pero a nivel colectivo (una vez más) no creo que la educación sea capaz de generar lo que la sociedad necesita en cuanto a la igualdad de los derechos de la mujer. Con lo cual, nos queda la Ley. Una sociedad miope y retrasada educacionalmente solo reacciona ante el imperio de la Ley, y como ha sucedido en los países nórdicos, la paridad en los grandes centros de decisión se impuso por Ley y ahora se ha naturalizado, se ha normalizado. Si se te impone que tienes elegir a mujeres por Ley, ya verás como dentro de una década entre los que considerarás como mejores, habrá tantas mujeres como hombres. Hay que inducir la apertura del ámbito mental de un hombre a la hora de pensar y de elegir. Y esa es la única opción. Habrá guerra de guerrillas y habrán movimientos sociales, que son absolutamente necesarios para que no se digan las barbaridades que se han estado diciendo hasta el momento y que están normalizadas.

¿Piensas que vivimos en la época de los ofendidos? ¿Crees que debemos separar la obra del autor? Te pregunto si piensas que el arte es un espacio sin límites, donde todo puede suceder aunque duela, repugne o sea completamente ofensivo.

Es verdad que los contextos cambian, y el nivel de exigencia también. A lo que se ha hecho en el pasado no se le puede aplicar una forma de pensar como la actual, que es mucho más evolucionada. Pero en determinadas situaciones hay que ser un tanto intransigente. ¿Se puede separar la valía de un autor de su condición de persona? Bueno, si consideramos el arte y la cultura como la expresión más honesta y bella del ser humano, pero por otro lado ese ser humano está contraviniendo determinados derechos básicos, a mí me parece difícilmente compatible, y no me considero ningún ofendidito.

Siempre me ha chirriado una figura como Picasso, que humanamente era despreciable, y eso me condiciona artísticamente a la hora de analizarlo. Creo que no se puede separar una cosa de la otra, pero todo el mundo puede cometer errores en su vida, y hay que darle la posibilidad de rectificar, pero cuando el comportamiento es estructural… las cosas cambian. Lo formulo de esta forma: ¿qué hubiera pasado si Hitler, en lugar de ser un pintor mediocre, hubiera sido un artista cojonudo? ¿Le hubiéramos disculpado? Hay que plantearlo en esos términos tan maniqueos, pero es que mediante eso podemos enfocar las cosas de una manera mucho más claro.

¿En qué momento está la libertad de expresión en este país?

En el peor de la democracia, porque cada vez sabemos convivir menos, porque no nos hemos dado cuenta de que la democracia no es el derecho a la igualdad, sino el derecho a la diferencia. En los 80, la democracia era así, y ahora es el derecho a la igualdad, y ese derecho es el derecho a la igualación, o la obligación de la igualación. Y, claro, cuando entendemos la democracia así, el umbral que la separa de estructuras disciplinarias o de regímenes fascistas es muy leve. Vivimos un momento duro. Le pongo a mis alumnos obras que se realizaron en los 60, en los 70 y en los 80, y les pregunto: ¿vosotros creéis que estas obras se podrían hacer hoy en día? Y me responden que no, y eso es demoledor.

Fuiste el responsable de crear durante tu función pública el Festival SOS de música internacional. ¿Cómo fue el proceso? ¿Encontraste muchas reticencias?

Quería hacer un evento importante para la Región, porque ya existían otros ejemplos en España como el FIB, el BBK o el Primavera Sound. Al final, la marca de un territorio no se construye mediante una publicidad explícita, la mejor publicidad es la inducida, y es la que viene a través de las experiencias. Quien viene, disfruta. Siempre se dijo que el SOS era un festival de buen rollo, los intangibles pesaban más que los tangibles. Fui a Barcelona y conocí a la gente de Legal Music. Les dije lo que quería y ellos lo concretaron en esa idea. El festival surgió, y las críticas también. Los días previos y los posteriores al festival todo era “esto es maravilloso”, y cuando se pasaba el efecto volvían con las críticas.

No creo que fuera un problema del festival en sí, sino que lo utilizaron como arma arrojadiza contra mí, porque era una pieza apetecible y fácil; y por extensión, contra otras personas. Creo que la Región de Murcia ha tenido siempre una pulsión autodestructiva tremenda. En todo lo que es bueno para nosotros, todo lo que funciona bien, siempre hay un afán por destruirlo. Salvo excepciones, pasa el tiempo y seguimos sin nada, no sabemos apoyar, por esa falta de conciencia colectiva, de tejido, de comunidad.

Manifesta8 también te tuvo que dar quebraderos de cabeza. Creo que fue un error traerlo a Murcia. ¿Te arrepientes o lo volverías a traer?

Yo tenía una utopía, y era que Murcia fuese una capital de vanguardia. De hecho, coincidiendo con Manifesta8, el New York Times sacó una doble página sobre nosotros, y se dijo que yo los había sobornado para que nos sacaran. Claro, el periódico más grande del mundo se deja sobornar por un Consejero de provincias. En 2016 fui al Manifesta8 de Zurich, y allí, donde pasan muchísimas más cosas culturales que la Región de Murcia, se vivió como una oportunidad y como algo muy grande. Nosotros lo despreciamos y se dijo todo tipo de improperios. No sé si algún día las cosas se analizarán con mayor objetividad. Lo que intenté es que en Murcia sucedieran cosas, traer experiencias que parecían imposibles de traer y que la gente viniera a conocer la Región.

Han pasado 8 años de la agresión que sufriste en la puerta de tu casa. ¿Cómo has convivido con ello?

Se me ha quedado un tic. Cuando voy por la calle, si alguien se pone a caminar detrás de mí durante 20 o 30 metros, constantemente voy mirando hacia atrás. Fue una mala experiencia, en primer lugar por la agresión, y en segundo lugar por la cantidad de barbaridades que se dijeron sobre ello: que si habían sido por cuestiones de cocaína, que si era un chapero, ajuste de cuentas, que si era un putero… Se construyó una imagen de mí que, para haberla vivido, hubiera necesitado diez vidas; y en segundo lugar, a los niños, en aquel momento, en vez de que viene el hombre del saco se les decía que venía Pedro Alberto Cruz. Solo me faltaba tener cuernos y rabo.

Lo que jamás he comprendido, y sigo sin comprender, es por qué la gente tiene esa necesidad de mentir, por qué la gente tenía la necesidad de meterse en la vida de los demás. Siempre he tenido como norma no juzgar lo que hace cada uno con su vida e inventarme cosas. Gente que, por ejemplo, defiende los derechos LGTBi me decía que si era maricón, para desprestigiarme. Si yo hubiera sido gay, lo hubiera dicho abiertamente.

Soy absolutamente transparente, lo que soy y lo que hago todo el mundo lo sabe. Porque, además, soy de rutinas. Fue demencial, y hay gente que todavía sostiene que aquello fue un asunto personal.

¿Llegaste a hablar con el chico que detuvieron erróneamente?

No, se lo propuse, pero nunca llegué a hablar con él.

Dijiste en una entrevista reciente que cuando pudieses, te ibas de Murcia. ¿Lo sigues pensando?

Eso fue el resumen de una reflexión mucho más amplia. Murcia, para mí, ha sido el lugar en el que me han pasado cosas maravillosas y cosas muy feas. Durante muchos años, sobre todo en mi etapa de dedicación pública, he trabajado para intentar que esta Región fuera mejor, y me olvidé de mí mismo. Y como consecuencia de ese olvido, estaba machacado, hundido y prácticamente llegué a desconocerme. Es verdad que barajo entre mis posibilidades de futuro, durante un tiempo, irme de la Región. Primero, para crecer profesionalmente, y en segundo lugar porque necesito marcar distancia con un territorio que me absorbió y me obligó a olvidarme de mí. Necesito reencontrarme.  ¿Qué profesor de universidad desecharía la posibilidad, por ejemplo, de trabajar en una universidad americana?

Al dejar de ser Consejero, rechacé varios puestos que implicaban irme de Murcia porque para mí, lo más importante en esta vida es mi hijo, y no quería perderme su crecimiento. Estoy divorciado, y el hecho de irme implicaba no ver a mi hijo. Y no quería. Cuando mi hijo haya crecido y él tenga la capacidad de moverse, aprovecharé todas las oportunidades que se me presenten.

Pero yo, en ningún momento, dije ni sugerí que esta Región es cateta. Es solo que, personalmente, lo necesito.

En uno de los últimos Mapas sin Mundo hablas de la serie ‘Mesías’, de Netflix. Y me gustó lo que dijiste: “Hay mucha gente que lo que realmente quiere es que venga alguien que le deje hacer lo que nunca se atrevió a hacer, que le deje ser”. ¿Qué te gustaría hacer, pero por temor social o simple miedo no te atreves?

Todos somos seres reprimidos. Mira que yo tengo fama de expresarme de una forma contundente, pero es verdad que sobre muchos temas me expresaría de una manera aún más rotunda. Viviría más libremente, sin complejos. Al final, todos estamos encasillados en estereotipos, y si eres un intelectual o te dedicas al mundo del arte, no puedes hacer otras cosas. Yo tengo muchas vocaciones y muchas pasiones. Me gusta estudiar el arte más radical, el más transgresor, el más irreverente. Por otro lado, soy director de un museo de una Cofradía de Semana Santa. Y por otro lado, me encanta la ufología. Si esas tres cosas las pones sobre la mesa, unos me dirán rojo, otros facha, y los demás, friki. Siempre he sentido que se esperaba que cumpliese ciertos estereotipos. Y yo, publico una historia de la performance, explico obras a mis alumnos en las que se hacen felaciones o se critica la religión, y el miércoles santo me visto de nazareno y soy más feliz que cualquier cosa. Todos estamos profundamente reprimidos y es el problema de esta sociedad.

Fotos: Fran Bécares.


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