La Revista de Murcia Inspira

“Los procesos vitales te llevan por etapas desérticas que dan lugar a renacimientos mucho más fuertes”

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Una compañía llamada Sabotaje no deja indiferente a nadie. ¿De dónde viene el nombre?

José Antonio Fuentes: Es un nombre que buscamos para poder actuar en el Festival de Agitación Escénica De Corrido en Murcia. Ahí es donde nació. Antes habíamos hecho otra pieza Ocho, cielo y tierra pero hasta que no montamos Azul Kieslowski y decidimos presentarnos a este festival, no pusimos nombre a la compañía. Aunque es un nombre sugerido por mi pareja, me cuadró muchísimo con experiencias que en mi adolescencia en Valencia me habían marcado especialmente: la primera, la insumisión. Yo estaba muy implicado con los movimientos antimilitaristas. En segundo lugar, había muchos centros okupas por el centro de la ciudad donde pude conocer a mucha gente activista que me produjo muchísimo impacto. Eran habituales los sabotajes a maquinaria de construcción de presas y autovías que estos activistas consideraban como atentados medioambientales. Entonces, a través de esas dos experiencias y ese espíritu de transformación llevado al límite, pude explorar esa búsqueda personal, también vinculada a lo social que está muy intrincada en el espíritu de la compañía.

José Antonio, sé que vives de algo muy diferente y me pregunto qué te movió hacia el teatro.

J.A.F.: En la adolescencia, en Molina de Segura, ya empecé con Dora Cantero, que ahora también se dedica profesionalmente a las artes escénicas, a interesarme por esto. Había gente que estaba estudiando Arte Dramático, otros lo hacíamos de manera amateur. Después, en Valencia comencé a ligarme fuertemente a otros grupos, no sé bien porqué. Me encontraba pleno con esa forma de expresión. Conseguía llevarme a sitios que con mi cotidianidad no alcanzaba. Se me abría el mundo. En toda mi etapa universitaria – estudié ingeniería industrial – seguí enganchado.

Cuando empecé a trabajar estuve muchos años sin acercarme a las tablas. El mundo laboral me absorbió, me aliené bastante durante esos casi diez años y retomé en 2014. Para mi en realidad fue un shock porque durante ese tiempo pensé que nunca volvería. Visto con perspectiva, durante esos años, primero como ingeniero y luego en el mundo de la docencia -donde sigo –  dejé de hacer casi todo. Ni siquiera iba a ver teatro. Cuando volví me sentía como extraño porque era como empezar de cero. Hay un director de cine que para mí es un referente Terrence Malik, también profesor universitario, que estuvo alejado del cine durante veinte años. Cuando volvió dirigió una de mis películas favoritas de todos los tiempos, La delgada línea roja. De algún modo, al ver eso, me sentí acompañado y esa experiencia me dio impulso para volver. Sentí que no era un bicho raro, que los procesos vitales te llevan por etapas desérticas que dan lugar a renacimientos mucho más fuertes.

Yo siempre he hecho un trabajo muy en solitario, muy al margen de todo, incluso de esa escucha de mí mismo. Eso me ha llevado siempre por sitios muy periféricos, muy marginales. Pero todo eso empezó a crecer y surgió la necesidad de colaborar con más gente. Una de esas personas que apareció – gracias a dios -(ríe)- fue Eva.

Ahora estoy en un punto en el que siento que ya no suelto esto hasta que me muera. Lo que el teatro me da y lo que yo siento que soy en el teatro es muy importante para mí.

Eva ¿Cómo entras tú “en escena”?

Eva Libertad: Estudié Sociología, pero siempre supe que quería hacer teatro. Nunca ejercí como socióloga en Madrid, pero fui actriz durante un tiempo. Llegó un momento en que los papeles que me ofrecían no cuadraban con lo que yo quería expresar. Veía que no tenia autonomía creativa, me sentía muy constreñida. Por casualidad me fui a Argentina un año en 2004 y ahí me topé con un actor y una actriz muy potentes, que no trabajaban la dramaturgia per se. Trabajaban sin texto, con la simple conciencia de lo que uno provoca en escena. Aquello me dio vuelta a la cabeza. Y al volver a España presenté un proyecto en la Universidad Complutense. Me dieron la beca y de repente empecé a dirigir, saliéndome mucho del texto. Creo que sólo he dirigido una obra con texto de otros, el resto ha sido siempre con investigación y creación colectiva. Después me fui a Mexico y acabé haciendo un teatro muy social. Parecido al Teatro de la Oprimida pero mezclando muchas cosas.

Cuando se funda Sabotaje, es el año que yo vuelvo a Murcia, pero ahí todavía no nos habíamos encontrado. Nos encontramos José y yo casualmente poco después – los dos somos de Molina de Segura y nos conocíamos previamente aunque nos habíamos perdido la pista – y me propuso colaborar pero como estaba trabajando en una productora audiovisual que me requería mucha atención, me resistí durante un tiempo.

Siempre en mi vida he necesitado estar en contacto con la creación así que como estaban entonces con el montaje de Azul Kieslowski que me generó mucha intriga y al mismo tiempo vi que José, con su máster en dramaturgia, iba de avanzadilla con lo que estaba pasando en el teatro, no tenía muy claro qué podía aportar, pero al final nos embarcamos en algo que ha terminado siendo Was Soll Ich Tun? Empezamos con nuestra residencia en el Párraga, que acabó siendo también coproducción.

¿Cómo os organizáis los dos directores? Me interesa mucho el proceso de creación, y en este caso de codirección.

E.L.: Tras un trabajo interesantísimo de investigación donde no sabemos muy bien por dónde vamos, se plantea una dramaturgia y después creamos un lenguaje abierto con ese material.

J.A.F.: A mí, los procesos que más me interesan son los de investigación. Está claro que necesitas darle forma para poder comunicar lo que estás haciendo pero a un nivel profundo nos lleva a encontrarnos con las experiencias que luego vamos descubriendo. Lo que he aprendido en este proceso con Eva es cómo cada persona puede ser capaz de abordar las diferentes naturalezas de los procesos creativos. Yo, por ejemplo, tengo una línea sensible donde aparece todo el material en bruto y se mezcla disparando en todas direcciones porque no necesito, a priori, buscar una explicación sobre porqué mezclo estos mundos o incluso hacia donde voy. Pero, al final, eso lo tienes que comunicar, debes tener la mirada del otro. Y ahí es donde Eva aparece, con un proceso diferente, más mental.

E.L.: El proceso que hemos seguido es completamente nuevo y diferente a todo lo que había hecho antes. La dramaturgia es de Jose y él llega con ese momento de creación caótica que en mi cabeza se traduce en: «Vale ¿cómo mostramos esto?». Su manera de empezar me encanta, las imágenes que le surgen, todo va generando un buen diálogo entre nosotros. De algún modo, yo siento que entiendo su caos.

J.A.F.: Por momentos ha sido duro, han habido días de crisis pero todo eso ha hecho que haya que confrontar los puntos de vista y darles forma. Ha ido evolucionando hacia un encuentro que también está en continuo cuestionamiento. Al ser pluriempleados, la energía y la entrega que te requiere un proyecto de esta naturaleza es un reto para nosotros, a todos los niveles.

He visto Was Soll Ich Tun? y me ha sorprendido mucho la puesta en escena.

E.L.: Bueno, lo hemos construido juntos pero algo que definió mucho este proceso creativo fue ese momento en el que a partir de esa crisis, ese momento de pérdida total que se nos escapaba, algunas cosas sobrevivieron y de repente aparecieron otras. A partir de ahí, José se encerró durante un tiempo. La siguiente vez que nos vimos me contó la obra. Mi sensación fue de una clarividencia total. Recuerdo que le dije: «La obra ya está». Solo quedaba ponerla en escena.

J.A.F.: En parte lo vives como una liberación porque estás todo el tiempo buscando algo que no sabes muy bien qué es, hasta que de repente pasa algo. A partir de ahí surge una unión muy fuerte porque yo soy una persona muy insegura y el comunicarme a ese nivel con ella produce como un momento de epifanía. Al mismo tiempo, esa inseguridad también se transforma en impulso porque sientes que debes confiar y lanzarte, creyendo que eso va a llegar a algún sitio, por extraño que a veces nos pueda parecer.

Cuando empezamos a montarla, cada vez que empezábamos a ensayar siempre surgían cosas que nos animaban a seguir profundizando y descubriendo nuestros propios límites.

Una vez mostrada la obra, ¿cambiáis algo sobre la marcha?

E.L.: La recepción del público no nos ha influido porque en todo momento hemos intentado mantenernos fieles a nosotros mismos y a la esencia de lo que queríamos contar. También por una capacidad de la obra de cerrarse sobre sí misma. Y eso es algo que nos ha dado confianza en nosotros y en lo que estábamos transmitiendo. Si ha habido algún cambio seguramente ha sido por escuchar la propia obra. Ha evolucionado, mas que por lo que hemos sentido, por lo que ha sido el proceso de la obra en torno a circunstancias externas, como por ejemplo fue el pregón xenófobo de las fiestas de Molina. En ese momento José decidió que debía haber testimonios reales sobre el escenario. Y desde ahí fuimos construyendo.

¿Was Soll Ich Tun? ¿Despierta susceptibilidades?

E.L.: A veces nos han llegado testimonios de gente que ha cambiado su opinión sobre las personas migrantes que trabajan en el campo de Cartagena, afortunadamente para bien. Cuando la representamos por primera vez en el Centro Párraga fue cuando Vox pegó el pelotazo a nivel nacional. Nos llamaron para preguntarnos por la obra y nosotros dijimos que, de algún modo, era una respuesta a Vox, porque la obra pasa por los temas polémicos que ellos no defienden, pero también por lugares emocionales muy profundos que si, de algún modo, consiguen que determinadas personas que se acercan con prejuicios se muevan de ahí, no a través del discurso psicoracional sino a través de lo emocional, será muy positivo. 

J.A.F.: La recepción de esta propuesta no deja lugar al punto medio. Es un tema perturbador y la distancia con el público apenas existe. Lo que nos ha llegado es que o bien produce procesos de identificación y empatía o todo lo contrario, una cierta aversión. A mí me encantaría que dirigentes de Vox viniesen a ver la obra. Creo que se puede explicar el mundo a través de un informe sobre el estado de la migración, de determinados colectivos, que aporte números, es importante que exista todo eso pero nosotros no apelamos a esa parte. Cuando sacamos la obra, con todo el artefacto poético que también lleva y se muestra toda esa vulnerabilidad, incluso esa entrega por visibilizar esa situación y la de muchos otros/as que no están ahí en ese momento, mostramos lo que creemos más importante porque, sinceramente, me aburre muchísimo la actualidad, tal como se nos muestra. Está cebada en unos temas recurrentes que no van hacia ningún sitio y que van apisonando la vida. No hay espacio para la vida. Y lo que mostramos en el escenario es la vida real.

Decía Andrei Tarkovski que lo que le atraía como director era la lógica de lo poético ya que según él, esta lógica está más cerca de la vida que una lógica dramatúrgica clásica. Ahí os veo yo. ¿Dónde os situáis vosotros?

J.A.F.: Hay una búsqueda artística que se confunde con la vital. Para mí, es tan real lo que pasa en escena como fuera. Incluso, en la cotidianidad, todos y todas interpretamos papeles. Por tanto, yo no sé dónde termina una cosa y empieza la otra. Obviamente estamos en un espacio escénico, hay una propuesta que estás mostrando pero lo que se genera ahí es algo muy poderoso, vinculado a la realidad.

Una cuestión importante también para Sabotaje es el vínculo con Murcia. Esta Región es la periferia de la periferia, y abordar temas como han podido ser el de las mujeres en la fábrica de conservas, los migrantes que trabajan en el campo de Cartagena o los murcianos que se han ido a trabajar fuera, creo que son situaciones que nos permiten hablar de cualquier cosa. Son temas universales, con los que cualquiera puede sentirse identificado.  Un director que me ha marcado muchísimo es Kryzstof Kieslowski y su Decálogo lo hizo en un edificio de Polonia, donde se marcó diez largos con todo el mandamiento. Y a mí me interpelaba, podía sentirme identificado y entender plenamente sus historias.

E.L.: Algo que tiene Sabotaje es una exposición muy fuerte de los intérpretes, es como que no puedo decir de qué temas hablamos. Es más bien por lo que están atravesadas esas personas. La vulnerabilidad en escena es enorme. Hay testimonios tan sinceros y desgarradores  que no llega ni a haber testimonio hablado. Sabotaje aborda temas enfocados desde un lugar político pero se los lleva directamente a lo íntimo.

Creéis que vuestro trabajo ayuda a la construcción de identidades y, de algún modo, puede servir a construir una sociedad mejor?

E.L.: Por supuesto que independientemente de esa necesidad de expresar que tenemos, que es el motivo por el que estamos en esto, una de las razones poderosas, sin duda, es la voluntad o el deseo de que esto sirva de algo. Por lo menos para nuestra propia transformación.

J.A.F.: Ojalá el arte no se quedara en un mero entretenimiento. Debe haberlo también y es súper respetable pero me parece importante que esto exista. Con nuestro trabajo colaboramos en dibujar nuevas identidades y en abrir el espacio de convivencia. Yo ando siempre algo confuso. Tengo por una parte una especie de fe ciega en el teatro, en su poder de comunicación e incluso de transformación  y al mismo tiempo soy muy escéptico con el alcance de lo que pasa y de lo que hacemos. Cuando uno hace arte tiene que pensar en la mirada del otro porque al fin y al cabo quiere compartirlo pero al final me quedo con la transformación que nos provoca a nosotros. Lo que estamos viviendo con Yolima, con Mustafá, con Diego, Ana, Isa, Tomás… Hace poco participamos en un festival llamado Épico, en Sevilla, con otras compañías. Allí hubo un foro de debate y le preguntaron a Yolima cómo se sentía. Ella expresó que todo esto estaba siendo una catarsis que es al final lo que perseguimos de una manera u otra, todos los que hacemos algo creativo. Ella, con más motivo por su implicación y su capacidad de abrirse en canal.

Por último, ¿somos el Nuevo Lepe o todo lo contrario?

E.L.: Yo me fui de Murcia porque no soportaba la vida que me esperaba y he vivido en muchos sitios. Pero, ¿qué pasa? Que por muchos lugares en los que tú vivas, has nacido y has crecido aquí. Los sentimientos que se generan son mucho más intensos que los que puedas tener en cualquier otro lugar. Lo he descubierto al volver y eso que volví a regañadientes. En lugares donde está todo tan polarizado como este, encuentras por un lado esa Murcia central que yo llamo Murcia regia, y por otro lado la Murcia que despierta, que se cabrea y rebela frente a eso. Hay muchísima gente que no quiere que eso sea lo que representa a nuestra ciudad o nuestra Región, y reacciona desde la creatividad, desde el activismo… Realizadoras cinematográficas y activistas que han pasado por aquí, reconocidas en otros lugares, alucinan con Murcia. Siempre se quedan diciendo: «Yo no sabia que en Murcia había este movimiento».

J.A.F:: Esta situación de dualidad murciana despierta la creatividad y las ganas de contar el mundo. Y yo la siento en mí porque a veces me siento profundamente desarraigado, pero también me pasa últimamente que cuando estoy en Murcia soy muy critico con la situación y cuando estoy fuera me convierto en un amante bandido de mi tierra (ríe). A mí, la parte costumbrista me gusta y participo de algunas fiestas populares. Pero lo que me molesta mucho aquí es que, por lo menos en el sector cultural, la crítica se vea como una traición. Queda muy poco espacio para ser un poco disidente, para tratar esa disidencia con normalidad. Hay mucha gente haciendo cosas interesantes aquí pero no todo está bien o no todo el tiempo puede estar bien.  A mi esa parte es la que me parece mas claustrofóbica porque te encierra en ti mismo. Luego también pasa que es un sector muy precario y muy dependiente de lo público. Entonces la gente prefiere no criticar ciertas políticas por lo que pueda pasar. Murcia es pequeña y todos nos conocemos. Se generan ese tipo de tensiones, de relaciones a veces incluso de servidumbre.

Fotos: Fran Bécares.


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