La Revista de Murcia Inspira

«El humorista ahora confunde libertad de expresión con irreverencia, y todo eso para camuflar el escaso talento que hay hoy en día para hacer reír»

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No sabría decir si es de dulce o salado, pero la pregunta le recuerda que hace mucho tiempo que no va a El Bosque Animado a tomar un batido de café con nata; a mí me suena a plan poscuarentena. Aunque cuando pregunto qué es lo primero que hará cuando termine la cuarentena, me cuenta una película sobre tres monjes: el fin del mundo se acerca, el primer monje decide ponerse a rezar, el segundo opta por gastarse todo el dinero en juegos y mujeres, mientras que el tercero continúa la partida, y eso es lo que va a hacer Pedro cuando la cuarentena sea cosa del pasado: continuar con la partida. Sí, a Pedro le encanta extenderse en sus respuestas. Además él es de aquellos que saben que no hay que mezclar las espinacas con queso.

Cuéntame un poco tu día a día, ¿cómo estas llevando la cuarentena?

No sé si va a quedar un poco raro lo que te voy a decir, pero la realidad es que no lo llevo mal. Y eso que, en mi caso, además, se quedaron a medias con la instalación del 5G en el edificio, por lo que la televisión no se ve casi nunca. Así que me estoy dedicando a releer relatos que escribí hace tiempo, que había descartado en su día por malos (y ahora, al leerlos de nuevo, me reafirmo en ello) y mejorando lo que se puede. Con algunos no se ha podido hacer nada. Otros -los que he conseguido revivir con sangre, sudor y lágrimas (literal en muchos casos)-, los estoy presentando a concursos literarios que hay circulando estos días por las webs. Hay uno en concreto que me hace una ilusión especial poder ganar un lote de productos manchegos. 

Mucha gente está usando la cultura como salvoconducto en estos tiempos de confinamiento, hace poco algunos tachaban al mundo de la cultura como titiriteros, ¿cuál es el papel de la cultura en estos tiempos?

Puramente de entretenimiento, que es para lo que nació, como opio para el pueblo. También te digo que no creo que haya una sola persona que ahora atienda a actos, podríamos llamar culturales, como visitas virtuales a museos, recitales de poemas vía Facebook Live, películas independientes en la sala online de la Filmoteca, o conciertos a través de directos de Instagram, que luego vaya a seguir haciéndolo más de lo que lo hacía antes del confinamiento. Tampoco creo que lo hagan los artistas, los cuales, y que Dios me perdone, no dejan de utilizar, en algunos casos, estos medios con un fin nada altruista. Por un lado, para pasatiempo propio y, por otro, por petición de sus compañías o editoriales para ganar una cierta fidelidad de sus fans o encontrar seguidores nuevos a través de lo que nos venden como un favor a la comunidad. Por suerte, hay excepciones, como, por ejemplo, Miguel Rivera, de Maga, al cual sigo a diario y que me tiene enamorado. Un día de estos hinco la rodilla.

De lo que está pasando actualmente, ¿qué es lo que más te duele?

No ver a la gente a la que, Dios sabe por qué, quiero.

Parece que la epidemia ha hecho que muchos se planteen sus prioridades, ¿ha tenido ese efecto en ti?

Si te soy sincero, no. Y me da apuro decirlo. Sé que hay gente que lo está pasando realmente mal por todo esto, pero bastante es el drama que estamos viviendo ya como para ponerme yo ahora profundo y alimentar, aún más, la tristeza. Quizás lo que vaya a decir ahora suene un poco egoísta, pero me estás preguntando por el efecto que está teniendo en mí. Mi vida no era muy distinta antes a la que es ahora. Iba al trabajo, volvía a mi casa, me preparaba la cena y me iba a dormir. La única diferencia es que ahora trabajo desde casa, y puedo llevar un chándal tres tallas más grandes de la que uso para estar más cómodo. Encima, con el cordón de amarre de la cintura roto, por lo que, cada vez que me levanto de la silla, se me bajan los pantalones. Supongo que, si me gustara ir al gimnasio por las tardes, o hacer yoga, ya sabes, poner la pierna en la oreja mientras alguien te dice que abras el corazón y todo eso, pues sí habría tenido este confinamiento, en parte, cierto efecto en mi día a día, pero no es así.

¿Qué pueden esperar los lectores de El ruido que nos separa?

Está mal que yo lo diga, pero creo que es una novela alejada del estereotipo de libro que todos conocemos, con un lenguaje muy contemporáneo. Se trata de una colección de historias fragmentadas, con personajes que se cruzan o están conectados de algún modo, en el que es el propio lector el que debe colocar correctamente las piezas del puzle para dar forma a la trama. Cuando escribí la novela, tenía muy presentes esas imágenes que nos muestran a través de la televisión en los partidos de futbol americano en donde la cámara enfoca, de pronto, a dos personas, que tienen que besarse delante de millones de espectadores. Y ahí se me ocurrió que, en realidad, no sabemos nada de nadie. Solo lo evidente, lo que se ve. Pero… ¿qué pasaba un minuto antes de entrar al estadio? ¿Esa pareja era igual de feliz de lo que ahora nos transmite esa señal de televisión? Y los que están sentados al lado haciéndose una foto para subir en redes (porque todo el mundo sabe que si vas a un partido de fútbol y no subes una foto acreditando que estás allí, no has ido al partido de fútbol), ¿tienen sus problemas que solo ellos saben, o en su casa son iguales de divinos que en esa foto de Facebook? No sé, todo eso me dio qué pensar. Que la vida, en el fondo, no es divertida. Así que el libro trata de profundizar en esas otras circunstancias que la gente no nos enseña. Y me imaginé esa misma cámara que enfoca a la gente en los partidos, pero en lugar de mostrar el beso, que se detuviera en los ojos de cada espectador, que el zoom fuera ampliándose cada vez más hasta meterse dentro de cada uno de ellos, y que, de pronto, fuéramos capaces de ver todos, en esa misma pantalla y a través de la señal de televisión, dos o tres episodios antiguos de las vidas de esas personas. Espero haberme explicado bien. Creo que no. En cuanto a la trama, es tal la cantidad de historias paralelas y personajes que pivotan entre sí, que prefiero que sea el lector el que se sumerja en ella sin ninguna idea preconcebida sobre el argumento. Y que se sorprenda por sí mismo, para bien o para mal.

¿Cómo definirías el ruido?

Hay muchas clases de ruido, principalmente si hablamos de música. Pero supongo que tú no me preguntas por eso, sino por el concepto de ruido que yo quiero transmitir en el libro. El ruido hace referencia al cargo de conciencia que tenemos algunos (otros no lo tienen nunca) cuando hacemos algo mal, o cuando decimos algo que no deberíamos haber dicho a alguien. Y luego te encuentras con esa persona, a veces muchos años después, y hablas con él, o con ella, como si tal cosa, pero en el fondo sabes que está pensando en ese momento en lo que le dijiste años atrás, y tú también. Y los personajes del libro tienen, precisamente, en común, que todos tienen algo de lo que arrepentirse. Y por eso se comportan como se comportan. Y luego les pasan las cosas que les pasan.

Si me permites, voy a seguir desarrollando mi respuesta. Tener cargo de conciencia está muy bien, siempre y cuando no llueva, claro. Eso denota que tienes sentimientos y hay algo de esperanza de humanidad dentro de ti. En ese sentido, yo diría que es bueno. Otra cosa es, como ocurre con la mayoría de los personajes del libro, que no sean capaces de olvidar nunca una traición y conviertan ese sentimiento en rencor. Y lo arrastren a cada momento. Tengo un amigo al que siempre le digo que en lugar de corazón tiene un gorrión muerto ahí dentro. Tampoco le culpo por ello. Volvemos a lo de rebobinar un poco en la vida de la gente antes del momento actual y de por qué se comportan como lo hacen, en el caso de este amigo, según me contaba, cuando estaba en la guardería andaba profundamente enamorado de una niña, la cual tenía que ser una verdadera belleza, porque creo que todos los críos iban detrás de ella. Mi amigo, como no, y más a esas edades, era invisible para ella, que ya sabía más de la vida que todos esos niños. Pues bien, un día ella se le acercó y le dijo a mi amigo que quería casarse. Tú imagínate su reacción. Toda la mañana nervioso, no quería comer, ensayando el “sí quiero” delante del espejo, etc. Lo típico. Y cuando todo estaba dispuesto para la celebración (al parecer habían preparado el aula para la ceremonia, con testigos y todo), ella le dijo que pensaba que se había producido un malentendido. Que el futuro marido era otro niño de la clase. Que quería que mi amigo fuera el que los casase, es decir, el cura. Y el libro va precisamente de esto. No de contar cómo mi amigo se comporta ahora, si no de describir qué pasó aquel día en esa guardería, y los días que vinieron después en su habitación sin querer salir de la cama.

¿Cómo surgió la idea de esta novela?

Yo empezaría yendo un paso más atrás. Y es… ¿cómo surgió escribir una novela? Y ahí siempre quedo fatal cuando digo lo de que, para mí, escribir, no es la ilusión de mi vida. Ni siquiera un hobby. Ojalá supiera hacer otras cosas. Jugar a la petanca, hacer esculturas con arena de la playa, coleccionar sellos. Cosas así. Pero lo cierto es que yo siempre he escrito por necesidad. En el instituto porque era tan ridículamente tímido que para decirle algo a la chica que me gustaba, tenía que escribirle cartas de amor, que nunca o casi nunca obtenían respuesta, por mucho perfume de mi padre que echara (a veces me pasaba y desteñía las letras), o por más que pusiera mi nombre y dirección en un tamaño sensiblemente mayor al del resto de la carta, para que no se confundiera si se decidía a responder. Incluso metía sellos dentro para que resultara más fácil contestar. Pero ni con esas. Y si alguna vez obtuve respuesta, no era la que yo esperaba. Y luego, ya más mayorcito, en edad universitaria, cuando me gustaba alguien, por ejemplo, en algún bar, escribía mi número de teléfono en una servilleta, que luego, por cierto, no me atrevía a dar. Y cuando al año siguiente volvía el invierno y me ponía de nuevo el mismo chaquetón, me encontraba los bolsillos llenos de servilletas con mi número de teléfono. Y ahora sigo escribiendo por necesidad, ya no tanto por timidez, como porque no sé qué hacer con mi tiempo libre. Antes te decía que cuando vuelvo del trabajo, me hago la cena y me acuesto. En realidad, no es tan así. Siempre hay un par de horas libres que puedes dedicar a hacer algo de provecho. Tampoco soy yo muy de ver series. La gente se extraña cuando digo que no he visto ningún episodio de Breaking Bad, The Walking Dead, Narcos, o de Juego de Tronos. Hace poco, mis amigos me convencieron para ver una serie de solo tres episodios de Drácula. No es que a mí me guste Drácula, ni mucho menos. No me gusta para nada la historia, y mucho menos me gusta él como persona y lo que le va haciendo a la gente en el cuello. Pero sí me gustaba la idea de que fueran solo tres episodios. Así que me puse a verla, pero cuando vi que el conde de las tinieblas se dedicaba a buscar presas a través de Tinder, la quité.  Entonces, como tampoco me quedaban muchas más opciones qué hacer con el tiempo libre, podríamos decir que escribo para no aburrirme, ni pensar demasiado en determinados momentos de mi vida. A ver, no quiero frivolizar con este tema, pero cuando ves que todos tus días son iguales, tú en soledad en tu casa, sin ningún tipo de motivación ni estímulo, se te pasan mil cosas por la cabeza. Hay quien incluso entra en una depresión y piensa en acabar con todo de una manera rápida. Y las cuerdas están cada vez más baratas. Yo, como te decía que no sé hacer casi nada, y mucho menos nudos, pensé que, de hacer alguna locura de estas, me iba a salir mal seguro, el nudo se iba a aflojar, me iba a doblar el tobillo, y me iba a costar más explicar en Urgencias cómo me había hecho el esguince que, por ejemplo, no sé… escribir un libro.

Es una novela con muchos personajes, además bien definidos, ¿cómo fue el proceso de creación de la trama y de los personajes? Me lo pregunto por si tuviste que hacer uso de esquemas o algo así…

Para empezar, muchas gracias por el comentario inicial de tu pregunta. Realmente te lo agradezco mucho. En cuanto al proceso de creación te diré que no me costó demasiado hacer la novela fragmentada. Todos, en nuestra vida diaria en el trabajo, recibimos un correo, profundizamos en él, hacemos nuestras averiguaciones para responder, y vamos contestando otros emails que nos llegan después que no tienen nada que ver con el que acabamos de escribir, hasta que de pronto, el primero que mandaste te llega de vuelta pidiéndote más información, por lo que tu mente desconecta del último email y vuelves otra vez a ese primero, y empiezas de nuevo. Siguiendo esa misma filosofía, el libro está así estructurado. Pero también es cierto, y espero que no lo digas por ahí, que tuve que hacerme una tabla Excel, llena de fórmulas matemáticas, para establecer las relaciones de los personajes. Supongo que habrá lectores a los que los primeros capítulos se les puedan hacer duros si van buscando desde el principio la conexión de las historias. Sin embargo, conforme avanza la trama ya dejo yo las suficientes semillitas como para que la gente no pierda el camino. Aun así, quien lo ha leído ya, me dice que tras la segunda lectura ha entendido mejor las conexiones.

¿Cuál es tu relación con los personajes?

Mira, te voy a decir algo que no había contado hasta ahora. En realidad, El ruido que nos separa no es mi primer libro. Sí es el primer libro terminado y, por tanto, publicado, pero surge como respuesta a una novela que estaba escribiendo ya, puramente autobiográfica, que me estaba haciendo realmente daño, hasta el punto que cuando terminaba de escribir algún capítulo, luego se me quitaban las ganas de salir a la calle, nada más que de todo lo que había removido. Así que lo abandoné y me puse a escribir “El ruido que nos separa”, tratando de darle en todo momento un poso irónico, con humor negro tal vez, que hiciera que no fuera una tortura escribirlo. Y, sin embargo, una vez acabado, estoy convencido de que es, si cabe, más autobiográfico que el primero. Todos los personajes tienen alguna faceta de mí, o están inspirados en alguien que conozco. A ver, cuando digo que hay algo de mí en todos los personajes, no hay que tomarlo literalmente. Hace poco le contaba esto mismo a un amigo y me decía… “Pues no lo entiendo. ¿Cómo puede haber algo de ti en Bobby Sweet Bob, si tú ni eres boxeador, ni eres rico y, ni mucho menos, eres negro?”. En fin.

¿Escribiste las diferentes historias en el orden en que se pueden leer o fue una composición final?

Sí. Y además me obligué a hacerlo intencionadamente así. Otra opción, quizás más sencilla, hubiera sido haber escrito cada relato del tirón, de una vez, y luego fraccionarlo. Pero soy tan poco constante en todo lo que hago que, a mí, particularmente, me resultaba más fácil ir capítulo a capítulo, y continuar más adelante con la historia por donde la había dejado. Sí que es cierto que, una vez que mandé la versión final a la editorial, metí un capítulo nuevo, que retrasó el lanzamiento de la novela y que provocó que, a buen seguro (y con razón), alguien en Libros Indie se dedicara a clavar alfileres en algún muñeco con mi cara, porque eché por tierra todo el proceso inicial de maquetación. Y ese capítulo nuevo me obligó a hacer algún que otro cambio en el orden, principalmente en la parte final.

De todos los personajes, ¿ha habido alguno que tuvieras claro desde el principio?

Sí. Hubo un personaje que tenía muy claro cómo acababa desde antes, incluso, de empezar a escribir su historia, que era, básicamente, matándolo. De hecho, preparé todos los capítulos para que así fuera. Lo que pasa es que le cogí cariño y lo salvé en el último momento. Creo que cualquiera que lea el libro sabrá identificar quién es. Por otro lado, la figura del Señor Primavera que tanto ha dado que hablar, tiene tanto potencial que dejé un capítulo a medias sobre él porque vi claro que quería hacer un spin-off sobre él. Así que tengo en un cajón bajo llave ese capítulo perdido por si alguna vez me animo a contar su vida. También es cierto que ahora, no sé si porque tengo el libro muy reciente, me apetece menos.

¿Cuál de tus protagonistas te cae mejor? ¿Cuál podría ser tu amigo en la vida real? ¿Y el que peor?

No voy a caer en semejante burrada a la que dicen los artistas cuando le preguntan con qué canción del disco que acaban de sacar se quedan, o a un escritor de largo recorrido acerca del libro favorito de su trayectoria, y te dicen aquello de que no pueden elegir porque todos son sus hijos. ¡Qué barbaridad!

Yo sí te voy a entrar al trapo. De todos los personajes, el que mejor me cae es, sin duda, Billy Tampico, el gran crooner de Las Vegas. Supongo que, en parte, porque a mí me gusta mucho la música. Creo que por edad no podríamos ser amigos lo que se dice cercanos, pero es que, aun así, amigo en la vida real creo que no sería de ninguno de los personajes. Pero de serlo, sería de él. En cuanto al que peor me cae, el Doctor Wadlow. Y espero que a vosotros también.

¿Temes al fracaso?

Yo es que he fracasado tantas veces que ya tengo el cuerpo hecho. Yo hasta diría que me siento cómodo en el fracaso. Es mi zona de confort. De todos modos, la palabra fracaso, como creo que tú te refieres, la veo como muy rotunda. Yo prefiero pensar en ella de una manera menos importante. Por ejemplo, pienso en dónde me gustaría vivir, y en dónde vivo realmente. Volvemos a las expectativas. Y donde vivo es en un primero que da a una calle estrechísima, en la que casi puedo pasarle con la mano la sal al vecino del edificio de enfrente. Y es prácticamente imposible dormir por el jaleo que hay abajo. Hace poco abrieron una tienda de manicura, o pedicura, o algo de eso. Por lo que pude escuchar a través de mi habitación la noche de la inauguración, el dueño era un exmilitar ruso. Y estaba lleno de gente de todos los sexos y edades haciéndose las uñas. Te cuento esto porque, como no me podía dormir, salí al balcón con una lata de cerveza, y como justo debajo está la entrada al garaje, la gente se esconde en el hueco para hablar. Y allí escuché una conversación que creo que será el punto de partida de mi próxima novela. Decía algo tal que así:

“Ya estamos muy lejos. Y ya no importa quiénes éramos o con quién estábamos allí. Lo único que importa es quiénes somos ahora y con quién queremos estar aquí”.

Creo que me he desviado un poco de tu pregunta. Resumiendo… ¿Vivir en esa casa es un fracaso? Pues si lo comparas con respecto a tu objetivo inicial, sí. Y fracasos de estos, yo acumulo unos cuantos.

Hay un par de escenas sangrientas muy explícitas. ¿Por qué esas escenas? ¿crees que esa es una característica implícita en nosotros?

Hay una compañera de trabajo que me dijo que el libro le estaba gustando hasta que salieron esas escenas. Que le sentó mal hasta la cena. Y que el nivel de detalle que doy le asustó un poco, hasta el punto que se preguntó que eso no tenía que haber salido de la nada, que no puede obedecer a un simple relato de ficción que se me ocurriera en el momento, que seguro que la manera en la que se producen esas muertes las he tenido en mi mente mucho tiempo. Y yo, sin embargo, tenía la sensación todo el rato de que, quizás, las había suavizado un poco. Pero no creo que la violencia sea una característica implícita en nosotros. Estoy pensando ahora en grandes directores de cine que usan la violencia en su máxima expresión, no sé… Scorsese, y no me imagino para nada a ese amable señor, anciano ya, con una mente, digamos, perturbada. De todos modos, esas escenas que tú comentas, salen en un par de capítulos muy concretos. Y, lo siento, pero no podían ser de otra manera.

Por cierto, mi compañera de trabajo, desde entonces y por algún motivo, siempre cambia el asiento del avión cuando viajamos con la empresa, y casualmente, nunca nos toca la habitación en la misma planta del hotel. Por no decir que, cuando nos quedamos a solas en la oficina a última hora de la tarde cuando todos ya se han ido, deja el móvil encima de la mesa con la ubicación puesta.

Has escrito sobre soledad, arrepentimiento, culpa entre otros, ¿lo haces con la intención de dar algún mensaje?

Creo que veo por dónde vas. Si hay un mensaje o no que quiero hacer llegar a alguien te diré que, de haberlo, no creo que esa persona lo reciba. Porque ya no existo para ella. Porque me pidió no existir. Igual he contestado así, sin quererlo, a tu pregunta.

Al final todos los personajes se cruzan alrededor del boxeo y las apuestas, ¿por qué un combate de boxeo?

No deja de ser raro que, como bien dices, el escenario sobre el que giran los acontecimientos sea, por un lado, un combate de boxeo y, por otro, las apuestas. Y digo raro porque yo no he visto un combate de boxeo en mi vida, ni he realizado ninguna apuesta jamás. Ni siquiera cuando de pequeño se hacían campeonatos de pulsos en el colegio y la apuesta consistía en decir únicamente quién creías que iba a ganar. Ni siquiera te jugabas el bocadillo del almuerzo. Pero necesitaba ambos escenarios para crear un clima desagradable, sucio diría yo, y hasta violento, en torno al cual se reunieran personas de dudosa reputación. Pero, por otra parte, dentro de las dualidades que buscaba constantemente enfrentar en el libro, ya sabes, culpa y perdón, castigo y redención, y todas esas cosas aparentemente irreconciliables, me parecía muy acertado utilizar la figura del boxeador para, por ejemplo, sentirse vulnerable fuera del ring, muy alejado de la testosterona que muestra dentro. O que, al entrenador de uno de ellos, por ejemplo, le gusten los transexuales. Algo que, en principio, no parece que pegue mucho. En resumen, quería transmitir lo que decía antes de la cámara de televisión que enfocan el beso de la pareja que va al fútbol, que hasta en los lugares que a nosotros nos resultaría insospechado, se esconde otra verdad muy distinta de la que creemos por lo que hemos visto u oído sobre ellos.

¿Y qué me dices de las drogas? ¿Y el suicidio?

Entiendo que me preguntas por las drogas porque doy detalles en algún capítulo acerca de la preparación y consumo de varios personajes de manera muy explícita. Mira, te voy a ser sincero, y ya con esto creo que tiro por tierra la figura de escritor atormentado que se da a la bebida, a las drogas o algo mucho peor. Yo no me he drogado en la vida. Ni siquiera le he dado una calada a un porro. Y no será por falta de oportunidades. Pero yo tengo los pulmones muy pequeños. Al menos eso me dijo un médico siendo niño. Siendo niño yo, no el médico, obvio. Quienes hayan leído el libro sabrán del guiño que acabo de hacer. Y a mí de pequeño me metieron tanto miedo con ese tema, que ni siquiera he fumado un cigarro normal. Recuerdo que una vez, en un SOS (o como quiera que se llame ahora el festival), me puse un cigarro en la boca para hacerme una foto (lo que decía antes, porque si no te haces una foto y la publicas, entonces no has ido al concierto), y empecé a toser y a quedarme sin aire por más golpes que me daban en la espalda. Y fue todo sugestión por el cigarro que tenía en la boca. Ni siquiera tragué el humo, entre otras cosas, porque el cigarro estaba apagado. En cuanto a lo del suicidio, me gustó mucho una respuesta que dio un día Enrique Bunbury cuando le preguntaron si había pensado alguna vez en suicidarse. Y él dijo que claro que sí, que muchas veces, pero que todavía era muy joven y que ya tendría tiempo para ello. Pues eso.

Al final se percibe que algunas de esas historias están de camino de terminar bien, ¿crees en los finales felices?

Permíteme que te diga que estoy asombrado por tu capacidad de análisis del libro. Creo que has sabido interpretarlo mejor que yo mismo. Mira, hace poco, una amiga me decía que no le gustaba nada el papel de las mujeres en el libro. Como que los hombres actúan como actúan en la novela a consecuencia del daño que le han hecho las mujeres. Y para mí, esa apreciación solo es cierta en una parte. Porque, como tú dices, se vislumbra algo parecido a la felicidad, si es que eso existe, en alguna de las historias. Y si lo hay, es precisamente por la figura de la mujer. Pero volviendo a tu pregunta, como a todos, los finales felices son los que a mí me gustan. Yo, cuando voy al cine, no quiero que el protagonista se muera. A mí, atención spoiler, no me gustó nada que Bruce Willis muriera en Armageddon, por mucho que se sacrificara para salvar a la humanidad. ¡Joder! era Bruce Willis. Yo hubiera preferido que se hubiera salvado, aunque, una vez terminadas las letras, la humanidad desapareciera por el meteorito. Uf, creo que este símil no es el más adecuado en este momento.

¿Tuviste claro desde el principio ese final? , yo aún no sé qué pensar de ese final…

Sí. Y no hay mayor piropo que el que estoy recibiendo cuando la gente no se pone de acuerdo en el final, y me escriben para que les cuente más cosas acerca del mismo. Hace poco, un amigo me decía que leyó el último capítulo muerto de nervios. No sé, tampoco crea que sea Seven, o Los Otros como para ponerse así, pero sí que es cierto que ese tipo de comentarios te hacen una ilusión especial. Así que, si no sabes qué pensar de ese final, me haces de lo más feliz ahora mismo.

No puedo terminar de hablar de la novela sin preguntar sobre el Señor Primavera, ¿quién o qué es? Creo que no soy la única que se hace preguntas sobre tan peculiar personaje, son varios los comentarios sobre él que te dejan los lectores en redes…

Es una persona, si esa es la pregunta. No es una metáfora de nada, o un ente que represente a algo de la vida. Es (o, mejor dicho, era) un tipo normal, como tú o como yo, al que, de joven, lo someten a diversos experimentos. Se meten en su mente y juegan con ella. Está claro que es el personaje más outsider del libro. Yo lo sabía desde el primer momento. De hecho, como dices, es el favorito de la gente. Por eso, como indicaba antes, dejé un capítulo a medias. Porque, en ese momento, pensé en escribir una novela, o incluso, un cómic sobre él. Ahora ya no lo tengo tan claro. A veces pienso en recuperar ese primer libro del que te hablaba que abandoné por éste, y terminarlo; lo que ocurre que mi manera de escribir ha cambiado mucho ahora a como lo hacía antes, aunque quizás eso mismo sea lo que lo haga interesante. Darle una vuelta al volante y ver a dónde me lleva. Otras veces, sin embargo, pienso en escribir algo totalmente nuevo, y ya tengo una historia en la cabeza que, al menos a mí, me parece muy original. Y otras veces pienso que ya está bien, y no escribir nada más.

Si pudieras elegir ser el autor de un libro ya escrito, ¿Cuál sería? ¿y cuál no?

Qué complicado, por favor. Hay tantos y tan buenos que me resulta muy difícil elegir. Te diría que cualquier libro de poemas de Luis García Montero. Y como no sabría quedarme con ninguno, elijo la Antología Poética.

Y si me ha costado elegir entre libros buenos, más me va a costar entre libros malos. Hay tantos y tan malos… Creo que voy a ir al infierno por esto, pero ya que me lo preguntas, voy a entrar al barro, y eso que tengo todas las de perder en el cuerpo a cuerpo… Te diría que las cursiladas esas de Marwan, o el de Los seres que me llenan, de Mikel Izal. Qué cosa más mala, por favor. Bueno, si me dejas nombrar alguno más, te diría que el de Holden Centeno, o algo así se llama el tipo, por razones obvias, claro (qué pensaría el bueno de Salinger de todo esto). ¿Cómo se llamaba el libro que escribió? “La chica de los planetas”, ¿puede ser? ¡Qué horror! Ah, bueno, y no me hagas que hable de Albert Espinosa. Una vez compre un libro suyo… ¡Qué espanto! Creo que debería dejarlo aquí.

¿Qué libro hay en tu mesilla actualmente?

El mismo que hace cinco años. La broma infinita, de David Foster Wallace, uno de mis escritores favoritos. ¡Es tan largo! Por ser él estoy haciendo un ejercicio de resistencia, porque hay tramos realmente complejos y espesos que no hay por dónde cogerlos, pero los combina con otros que son una verdadera obra de arte. Encima, creo que el libro está afectando a mi vida personal. Yo duermo en el lado izquierdo de la cama, y en la mesilla de ese lado tengo un equipo de música que no deja espacio a nada más, por lo que tengo La broma infinita en la mesilla del lado derecho, que me pilla un poco lejos. Entonces, cada vez que me giro a la derecha a coger el libro, por un lado, me cuesta horrores llegar hasta él, teniendo que hacer una postura un tanto molesta. Y, por otro, por lo que decía antes, se me está atragantando y me resulta difícil leer más de dos páginas seguidas. Entonces, cuando más o menos cada año bisiesto alguien se queda a dormir en mi casa, y yo me incorporo hacia la derecha para dar los buenos días, mi cerebro piensa que voy a coger el libro y hace que me resulte incómoda la postura. Así que, creo que, en parte, La broma infinita es responsable del fracaso en el que se han convertido todas las relaciones sentimentales que he tenido hasta la fecha.

¿Qué libro crees que tienen los actuales líderes políticos en sus mesillas? O en todo caso antes de la crisis del coronavirus…

No es que no quiera contestarte a esta pregunta, es que, en realidad, me da igual lo que lean o dejen de leer. A mí no me interesa la política. Me aburre. Además, yo creo que ya leen otros por ellos. Me refiero a los que les hacen los trabajos de las asignaturas de Derecho y eso.

¿España lee lo suficiente?

Deberíamos empezar matizando qué es suficiente y qué no lo es. Yo no soy quién para juzgar si la gente lee o no lee, o si debería o no hacerlo. Dicen que el saber no ocupa lugar, e históricamente se ha asociado, erróneamente, saber a leer. Hay gente que sabe mucho y no ha cogido un libro en su vida, y viceversa. Y eso pasa en todos los ámbitos. Siempre se ha dicho, y es una realidad, que la gente del campo, con menos estudios y lecturas a sus espaldas que los de ciudad, son mucho más espabilados. Recuerdo que hace años yo veraneaba en un pueblo, y había chicos con trece o catorce años que ya sabían arreglar carburadores de motos, recortar tubos de escape y esas cosas. O sabían que no había que mezclar las espinacas con el queso. Yo tenía dieciocho y había estudiado mecánica y todo eso, pero sabe Dios que esos aparatos no eran los mismos que yo había visto en los libros. Así que, en esa época, cuando nos gustaba alguna chica que venía de Madrid de vacaciones, íbamos a pedir consejo a esos niños cinco años menores que nosotros, que eran como una especie de sabios. No es que ellos tuvieran más experiencia que nosotros con ellas, pero ¡joder! esos niños sabían que no había que mezclar las espinacas con el queso.

Pero, como decía, esto pasa también en otros ámbitos. Te vas a una fábrica, y el operador más reciente que ha entrado a la planta sabe más a la semana que el ingeniero que ha estudiado la carrera cinco años. Al final, la inteligencia, cultura, o como queramos llamarlo se gana con la experiencia, y no porque leas más o menos. Pero bueno, por intentar seguir los mismos principios de la gente que dice que leer es saber, y que el leer, por tanto, no ocupa lugar, yo les diría que es cierto que no ocupa lugar, pero sí ocupa tiempo. ¿Tú crees que si yo tuviera el yate del millonario ese italiano que va grabándose videos con señoritas preciosas mientras baila canciones espantosas, habría escrito un libro? Dile tú ahora a Daddy Yankee (¿se dice así?) que se deje las fiestas cuando termine los conciertos (o lo que sea que hace encima de un escenario), y se vaya a la habitación de su hotel a leer. Yo, de él, no lo haría. Dicho de otra manera y volviendo al ejemplo de antes de los políticos y los trabajos de la asignatura de Derecho, ¿tú crees que si a mí, cuando empecé la carrera, me hubieran dicho que me la iban a aprobar sin hacer nada y que no iba a emplear cinco años de mi vida, cuando no más, encerrado estudiando, no lo habría aceptado? Así que quién soy yo para opinar si la gente lee o no lee lo suficiente. Si yo lo hago es porque no me queda más remedio. El día que encuentre otra ocupación más divertida dejaré de hacerlo. Lo que haga cada uno con su tiempo libre es su elección.

Leyendo tu libro me he dado cuenta de que apenas leo a autores murcianos, ¿crees que es algo extendido?

No sé si es extendido o no, pero yo, si te sirve de consuelo, tampoco estoy muy al tanto de la escena literaria de la región. Y creo, además, por lo que me cuentan, que es muy interesante. Te diré que, incluso, apenas he leído nada de Arturo Pérez Reverte, y eso que iba con su sobrino al instituto, y que lo poco que he leído de él me parece maravilloso. Menos sus tweets, claro. Mira, te voy a contar una anécdota. Poco antes de sacar el libro, me pasaron el contacto de un escritor de Murcia capital. Y quedamos una mañana para desayunar. Ya empezamos mal. Parece que no pega mucho una reunión entre dos escritores a primera hora de la mañana con una tostada de tomate por medio. Yo siempre me había imaginado una escena más bohemia, más bucólica, con una botella de vino y muchos vasos cortos sobre la mesa, jerséis de cuello vuelto, y un perro grandísimo llamado Biscuits acostado a nuestros pies. Y este chico (ojalá no lea esto nunca), en mitad de ese zumo de naranja natural, me pidió que le mirara a los ojos y le dijera por qué quería yo ser escritor. Insistió mucho en lo de mirarle a los ojos. Era una situación absurda, se mirase por donde se mirase. No podía apartar la vista ni siquiera para echarle el aceite a la tostada. Me dijo que, si mi motivación para escribir no era por la pasión de hacerlo, por lo que él llamaba “la ilusión de enfrentarte al folio en blanco”, que literalmente “cerraba el chiringuito y se iba”. Claro, yo le conté que, para mí, estar enfrente de un ordenador, encerrado en mi habitación, no era lo que yo llamaría la ilusión de mi vida, que si lo he hecho es porque se han dado una serie de circunstancias en mi vida que espero que no se vuelvan a repetir. Pero que si la motivación del escritor es el mero hecho de escribir y que no te importe si la gente lo lee o no lo lee, o si les gusta o no les gusta tu obra, que entonces lo que ese tipo de escritor debe hacer es escribir todo lo que quiera en sus magníficas hojas de Word en blanco, salvarlo en el ordenador, y leerlo él solo por las noches antes de dormir. Pero que si yo me molesto en buscar una editorial, cuidar el diseño para ofrecer un producto de la mejor calidad que está en mi mano y en mi capacidad, es para tratar de hacer que llegue a la mayor cantidad de gente posible, y que, con suerte, a esa gente le guste. Le conté que a mí siempre me habían parecido fascinantes esos payasos de la tele que nos hacían reír cuando éramos pequeños, pero que luego eran unos demonios en sus casas, con unos matrimonios terribles. Y, en cambio, en el escenario se debían a un público. Ellos querían gustar, y no por eso significaba que durante el rato de la actuación ellos no lo hicieran, o no se sintieran payasos de verdad. El chico este que te decía me dijo que ya había escuchado lo suficiente y se fue, por cierto, sin pagar, diciendo que yo me creía “un Stephen King”. Así que me tocó a mí pagar el desayuno de los dos, y de vuelta a Cartagena, en el coche, me entretuve pensando en que no he leído nunca un libro de Stephen King en la vida.

Define escribir una novela en una frase

A no ser que seas un tío raro, como yo, de los que, al vestirse, se ponen calcetín y zapato, calcetín y zapato, no lo hagas.

¿Cuándo y cómo empezaste a escribir? Háblame un poco sobre la época pre “El ruido que nos separa”

A lo largo de la entrevista creo que, de alguna manera, ya he respondido a esta pregunta, pero por irnos a la época más reciente previa al libro, te diré que tengo pánico a volar. Es una pesadilla que se me repite desde pequeño. Me subo a un avión, me toca asiento trasero, despegamos, y a los cinco minutos el avión se cae al mar, en concreto, no me preguntes por qué, al Océano Atlántico. Así que, como por motivos laborales, ahora cojo muchos aviones (gracias a Dios, por Europa y, salvo que el piloto se despiste mucho, no tiene que pasar por el Atlántico), siempre pido asiento delantero y me compro un libro para leer durante el trayecto. Y así me distraigo. Luego, en esos países del centro de Europa que a mí me encantan, resulta que a las seis de la tarde ya están cenando, y a las siete apenas encuentras un sitio donde tengan la cocina abierta, así que raro es el día que llego más tarde de las ocho al hotel. Hay allí, por cierto, una cafetería en la que atiende una chica preciosa, y yo intento no ir, más que nada para que el celoso de su novio, dueño del bar para más señas, no se ponga nervioso, pero el hotel donde me quedo da a la terraza de la cafetería, y cuando la veo sonreír a lo lejos a los clientes, ella no ayuda demasiado en mi objetivo de no acercarme por allí. Y claro, como normalmente yo a esa hora no tengo hambre, mientras la gente cena yo estoy tomándome un café, y me tengo que llevar un libro como excusa para disimular y hacer como que escribo. Y así, poco a poco, fui dándole forma a lo que, por otra parte, ya tenía escrito.

Por otro lado, a veces un blog de música me colaba en conciertos a cambio de escribir una reseña, pero al tercer concierto vi que todo el mundo disfrutaba menos yo, que no dejaba de tomar notas, así que me cansé y decidí (mal hecho por mi parte) escribir las reseñas antes de los conciertos. Buscaba información del set-list que tocaban los grupos normalmente en la gira, veía unos cuantos videos de YouTube y con eso escribía la crónica, hasta que un día me escribieron del blog diciendo que le habían llamado para quejarse porque una de las canciones que yo mencionaba con todo lujo de detalles, incluyendo la reacción del público al ver como a mitad de la canción el cantante se quitaba la camisa, no la habían tocado.

¿Volverías a escribir?

Siempre que me preguntan esto no sé muy bien qué contestar, porque como decía antes, a veces pienso en un libro, y a veces, en otro. Y otras veces, incluso, pienso en no escribir nada más y dedicarme a eso que la gente llama “vivir la vida”. A ver si me explico bien, tampoco me apetece ser como Kirk Douglas, pobrecito mío, que siguió rodando películas estando casi más muerto que vivo, para que encima la gente solo le recordara por Espartaco. Así que, ahora mismo, no te sabría decir.

¿El ingeniero y el escritor habitan en el mismo lugar?

Rotundamente no. Son dos personas distintas. No tengo claro cuál es mejor de las dos, si es que alguna lo es. Creo que una es más melancólica que la otra, pero no sé quién. Hay gente que no se cree que sea ingeniero, y hay gente que no se cree que sea escritor. Pero lo que sí se ponen de acuerdo todos es que ambas cosas, a la vez, no lo soy. En el trabajo me dicen que mando emails muy largos. Me dicen textualmente, “parece que has escrito un libro”, y en algún concurso de relatos cortos me quedo muy por debajo del número mínimo de palabras. En cualquier caso, hay situaciones en las que, irremediablemente, ambas personas tienen que convivir simultáneamente. Hace muchos años tuve una jefa que era realmente guapa. No podíamos opinar más distinto en todo. Con ella me pasaba que yo no quería tener razón. Y fue la primera persona que me mandó a un curso al extranjero. Y de ese viaje salió un fragmento del libro, que es una carta de amor, que creo que es de los momentos que más están gustando de la novela.

Te abriste un perfil de twitter con la publicación de tu libro, ¿cuál es tu relación con las redes sociales?

Si tuviera que elegir de entre todas las cosas absurdas que he hecho en mi vida, ésta sería la segunda o tercera cosa más absurda que he hecho jamás. Pero mis amigos me insistieron mucho en ello. De verdad, que no le sigo el paso a Twitter. Cada vez que entro, me caigo del caballo. ¿Habrá algo con menos sentido para un escritor que abrir una red social en el que el número de caracteres permitido es ridículamente pequeño? Luego, por otro lado, cada vez que me meto, veo (y otra vez no quiero que se malinterprete o que parezca que no tengo humanidad) gente que escribe por ahí que se ha muerto su padre o su madre. Y tienen un montón de “me gustas” y “retweets”, y yo, de verdad, que no entiendo nada. Pero no seré yo quien demonice a las redes sociales, como parece que es el deporte de moda en este país. Yo lo veo como una oportunidad, una herramienta tremendamente poderosa para publicitar tu obra. Cada uno le puede dar el uso que quiera. Hay quien lo usa, incluso, para ligar. De haber existido en mi época… ¡la de servilletas que hubiera ahorrado yo a los bares! Pero volviendo al tema de la promoción, no todos tenemos una editorial o una compañía de discos potente que se encarga de mover el libro o el disco por medios de comunicación para que, finalmente, lleguen a la gente. Yo, si se celebrase un juicio a favor o en contra de las redes sociales, iría en el equipo del abogado defensor.

¿A qué te agarras cuando los ánimos son bajos?

La pregunta, más bien, yo lo formularía ligeramente distinta, y es… a qué me agarro cuando los ánimos son altos. Y hace tanto tiempo de eso, que ya no me acuerdo. Tenía un profesor en el colegio, un hombre muy mayor que se llamaba José Javier, pero al que le gustaba que lo llamáramos JJ (Jota-Jota), sacerdote para más señas, que nos daba latín, y que, vete tú a saber por qué, nos hacía llevar colchones a su casa de la playa cada dos por tres, y que decía que cuando estaba triste, cogía el coche y se iba por las calles más sucias y pobres de la ciudad para darse cuenta de que había gente que estaba mucho peor, y que él no tenía motivos para quejarse. No tengo muy claro yo que comparta ni la idea ni la ejecución de la misma. Curioso lo de este profesor. Hacía una cosa que a mí me irritaba bastante. De vez en cuando, nombraba a alguno de los de la clase, le daba un trozo de papel, y le pedía que se lo diera a don Celestino, el profesor de la otra clase. Luego, cuando, el chico salía, nos decía que en el papel no había nada escrito. Que era un trozo de folio en blanco. Y nos pedía que, por favor, hiciéramos más por integrarlo en la clase, que sus padres habían ido al colegio y se lo habían pedido. En esa época, ninguno nos hubiéramos atrevido a leer el papel que nos daba el profesor, pero lo cierto es que era raro el viernes que no nombraban a alguien que tenía que llevar un trozo de papel a la clase de al lado. Los jueves, claro está, era el día de la visita de padres para tutoría. Luego, nos prohibían decir al chico que había salido que el papel que llevaba era en blanco y lo que nos habían pedido hacer. Hasta que un día, casi a final de curso, fui yo el que tuvo que llevar un papel a don Celestino.

¿Tienes sueños por cumplir?

Para evitar caer en lugares comunes, como lo de que la meta última debe ser la felicidad, y todas esas cosas, te diré que me encantaría retirarme en una isla desierta del Pacífico, con el pelo blanco y largo por los lados y por detrás, y escaso por arriba, y dedicarme a pescar y a la vida contemplativa, con un bañador lleno de flores, y una camisa de manga corta ridículamente larga. Con una gran barriga y los brazos muy finos. Y ojalá me pase eso más pronto que tarde. Y allí nos reunamos todos. Nacho, JJ, don Celestino, la preciosa camarera holandesa, su novio celoso, Marwan, Mikel Izal, Holden Centeno y Albert Espinosa. Y yo corriendo detrás de todos.

¿Y pesadillas?

Ya he hablado antes a los aviones. Por eso, solo viajo en avión si obedece exclusivamente a motivos laborales. Y en todos los vuelos, sea solo o con compañeros de trabajo, le cojo la mano a quien tengo al lado. A veces lo entienden, otras veces tengo que explicar mis motivos, porque, además, lo que me tranquiliza es dar la mano con los dedos entrelazados. Y vete tú a contarle eso en inglés a un anciano alemán que, muy posiblemente, ha sido veterano de guerra y que lo lógico es que haya matado a gente con sus propias manos. Esas mismas manos que ahora yo quiero tocar.

¿El humor debería tener límites?

Por supuesto que sí. El humorista ahora confunde libertad de expresión con irreverencia, y todo eso para camuflar el escaso talento que hay hoy en día para hacer reír. Hay, claro está, excepciones, como Pantomima Full, que me resultan geniales, sobre todo, el gordito. Yo, por ejemplo, me he criado viendo las películas de David y Jerry Zucker o Jim Abrahams. Un humor disparatado, rozando lo absurdo, pero sin faltar el respeto a nadie, ni siquiera cuando algún determinado colectivo podía verse aludido.

Recuerdo que tenía un profesor, Damián, que decía que de joven había sido portero en las categorías inferiores del Real Madrid. Lo llamaban, según él, El gran caimán, no tanto porque mordía las piernas de los delanteros contrarios, que también, sino porque tenía mirada de cocodrilo. A nosotros, cada vez que nos lo contaba, nos hacía mucha gracia aquello. Decía que había batido el récord de partidos imbatido porque tenía un defecto congénito en los ojos por el cual era capaz de adivinar a dónde iría la pelota, antes siquiera de que el jugador golpeara la pelota. Decía que jamás le habían metido un gol de penalti. También decía que se había tenido que retirar debido precisamente a ese problema del ángulo de visión que, por un motivo que ni los médicos se ponían de acuerdo, era incapaz de atrapar un balón que viniera lanzado desde el córner. Así que cuando los equipos contrarios se dieron cuenta, se iban directamente al banderín de fondo en lugar de a la portería para meter los goles. Nosotros pensábamos que eso era lo más cercano al humor que habíamos visto, más allá de las películas de las que hablaba antes, y nos hacía pasar unas clases muy divertidas, a pesar de que percibiéramos cierta nostalgia en su mirada, que pensábamos que era parte de la actuación. Por aquel entonces no había internet ni nada parecido, por lo que no sabíamos si eso que nos contaba era cierto o no. Así que, un día que fuimos a llevarle colchones a JJ a la playa, le preguntamos por ello, y nos dijo que todo eso era verdad. No sé, supongo que lo que trato de decir es que antes, hasta de situaciones tristes, la gente que sabía contar las historias te hacía reír.

¿Qué pregunta te gustaría que te hicieran?

¿En serio no te piensas morir nunca?

Algo que te haya faltado por decir, lo que sea…

Permaneced sanos, por favor. Aunque os vaya la vida en ello.

Fotos cedidas por el entrevistado.


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