INSIDE THE HOUSE, OUTSIDE HOME
Todo lo que pasa en un espacio tan cargado como es nuestra casa es más real, más significativo, que lo que sucede en otros espacios más públicos o más ajenos. Nuestras memorias siempre tienen un escenario. Habitaciones heridas: la amenaza del crimen y del recuerdo. Los espacios en los que vivimos se encuentran repletos de lo que ocurre en ellos, y, a su vez, nuestra memoria los construye con recuerdos. Y ahí estamos sentados en el sofá mirando el pasado que ya no existe, presenciando la cuenta atrás de un futuro cada vez más corto, tratando de olvidar el presente, el momento en sí, el instante, el tiempo en el que no somos capaces de vivir. Frente a nosotros una pared, la misma que vemos todos los días, la misma, aunque lo que haya pasado en esa sala haya sido diferente cada día, la misma, a veces, aunque cambiemos de habitación y de casa cuando algo ocurrido impactó en nuestra memoria y cambió nuestra vida.
Nuestra casa, nuestra habitación, es un espacio privado, «la torre de marfil» que nos reconforta, pero es también un espacio de aislamiento en el que nos enfrentamos con nuestros miedos y ansiedades, en el que experimentamos una violencia sorda e invisible ante el exterior, que no es manifiesta, pero en la que nos encontramos atrapados.
Rocío Kunst
Doméstico es un espacio y una condición mental. Una condición humana paradójica, estar en el espacio bajo control (lo conocido y lo doméstico), condición en la que al limitar el espacio a lo conocido uno se limita al mismo. El espacio doméstico y lo conocido se construye bajo el control férreo que uno mismo crea y que a la vez no puede soportar.
Doméstico no remite al espacio que nos pertenece, sino al que pertenecemos; no es el espacio de nuestro dominio, sino el que nos domina, pero sobre todo tenemos cierto control: sabemos cómo opera, que está regulado y que tiene tiempos, repeticiones y ritmos.
«La percepción del espacio desaparece en una habitación oscura y así uno solo se ve privada del exterior, sino de la interioridad que da la percepción de la arquitectura, de los sentidos. Al eliminar la posibilidad de ver, la persona se vuelve ciega: ese es su castigo. (…)la contención en un espacio oscuro, elimina la noción misma de habitación, la convierte en un contenedor, y al sujeto, en el objeto contenido».
Aunque algunos recuerdos se tornen imágenes subexpuestas, son precisamente estas imágenes las que permanecen en la memoria con una claridad mayor. En la memoria del cuerpo que nunca olvida.
He tenido que aceptar que hay un punto ciego al que quizás nunca tenga acceso, pero también sé que es precisamente entre las sombras donde se pueden apreciar los pequeños destellos de luz, de esperanza.
Para mí el arte es una herramienta que me permite crear un espacio de reflexión. Por medio de la imagen intento comprender mejor el mundo que me rodea y en primera instancia a mí misma.
Y como ha expresado perfectamente Miguel Ángel Hernández en el texto de la exposición:
«Tal vez esa sea la única tarea del arte en la era de la imagen: hacernos ver y pensar de otro modo. Generar oscuridad. Penumbra. Caminar entre las sombras». Aprovecho para agradecer a @m_a_hernandez por el magnífico texto que ha escrito para la exposición. No me es posible imaginar mejor manera de traducir en palabras mis imágenes.
La vida de las sombras
Miguel Ángel Hernández
En La vida del espíritu, Hannah Arendt observó las relaciones entre el pensamiento y la sombra. Mientras que la vida activa –el trabajo y la acción– se desarrolla en el terreno de lo público, la vida contemplativa, la actividad del pensamiento, tiene lugar en el espacio íntimo, lejos de la luz y el ruido constante. Para pensar, dice Arendt, es necesario retirarse del mundo y adentrarse en las sombras. Encontrarse ahí con uno mismo. A este estado existencial lo denominó “solitud” –solitude–, para distinguirlo de la “soledad” –loneliness–, en la que el sujeto está aislado, “privado de la compañía humana y también de la propia compañía”. En ese recogimiento silencioso y oscuro el sujeto se protege y se reencuentra, desarrolla su pensamiento. Sobre sí mismo y sobre el mundo que lo rodea.
Hoy, casi cincuenta años después del libro de Arendt, podemos decir que la solitud prácticamente ha desaparecido. La transparencia, la luz y el espectáculo del mundo contemporáneo llegan a todos los rincones de nuestra intimidad y apenas nos quedan espacios en penumbra. Vivimos en el brillo de la sobreexposición. Y más que nunca necesitamos espacios ensombrecidos, capaces de resguardar al sujeto, promover ese encuentro íntimo y hacer surgir el pensamiento libre –que para Arendt era, en realidad, la única posibilidad de la acción política y la transformación del mundo–.
En ese contexto de luz enceguecedora, las fotografías de Rocío Kunst nos invitan a introducirnos en una zona de sombra y recuperar así la solitud. Sus personajes solitarios se encuentran envueltos por la penumbra. Iluminados levemente, sus rostros y sus cuerpos caminan hacia la oscuridad. La oscuridad del espacio doméstico. Porque es la casa el lugar que acoge a estas mujeres, que las abraza y que las protege. Un refugio y también una trinchera, una zona de combate interior.
Recuerdan estas obras a las fotografías performativas de la primera Cindy Sherman, fotogramas de una película inexistente cuya historia nunca podemos reconstruir del todo. Y, en otro sentido, también nos hacen pensar en las imágenes evanescentes de Francesca Woodman, el sujeto camuflado e integrado en el espacio íntimo, en el límite de la desmaterialización. Dos modos de autorretrato, el de Sherman y el de Woodman, aparentemente antagónicos, pero en última instancia atravesados por una pulsión de desaparición: en el lenguaje –el sujeto que se oculta en los roles de la cultura– o en el propio cuerpo –la figura que se desvanece y se convierte en un fantasma–. De alguna manera, entre esas dos maneras de entender el trabajo con la imagen y con el yo podemos situar la obra de Rocío Kunst. Una toma de conciencia de los estereotipos culturales que conforman lo social –en especial, la construcción de lo femenino y su adscripción a ciertos espacios concretos– y una concepción de la subjetividad etérea e inasible, llena de recovecos imposibles de iluminar, que sólo es posible habitar lejos de los focos de lo público.
Al analizar las imágenes de Rocío Kunst, solemos hablar de las protagonistas de sus historias, de las mujeres que esperan, que miran o que se mueven hacia algún lugar fuera de campo. Pero también deberíamos hablar del espacio. Porque el espacio en sí parece respirar en estas fotografías. El espacio que acoge y al mismo tiempo amenaza. Casi en el límite de lo siniestro. Puertas, pasillos y escaleras. Espacios de paso hacia un lugar que desconocemos. Espacios domésticos que pierden sus límites arquitectónicos y se convierten en una masa lóbrega sin forma, una cueva oscura que absorbe a los personajes hacia sí.
La artista narra a través de la elipsis. Son historias que tienen un antes y un después que desconocemos. Son instantáneas de un relato a cuyo sentido último no podemos acceder porque está fuera de campo. Del campo visual y también del campo temporal. Un antes y un después, pero, a la vez, un aquí y allá que no podemos ver porque se encuentra ensombrecido. De ese modo, el propio espacio se configura como elipsis. Una zona de sombra donde se apaga la historia que podemos ver. Ahí tiene lugar la solitud, el pensamiento, el encuentro de los personajes de la imagen consigo mismos. Pero también ahí se produce una zona de sombra –un espacio de pensamiento– para el espectador. Porque ahí, en última instancia, habita el ojo de quien contempla la imagen. En esos espacios oscuros, el ojo se inquieta y se moviliza intentando captar algo que se le niega. Frente a las imágenes de luz que lo muestran todo y adormecen la actividad visual, aquí el ojo se activa. Y también se frustra. Tiene que asumir que hay un lugar al que no puede acceder, un punto ciego, un escotoma. Un espacio secreto inaccesible.
La toma de conciencia de ese invisible promueve una visión diferente y alternativa a la visión del espectáculo. Una visión que respeta lo íntimo, que no pretende desvelar y desnudar al otro y que reconoce su radical alteridad, más allá de la luz que todo lo iguala. Es así como la obra de Rocío Kunst se erige como una plataforma de resistencia ante un régimen de transparencia despiadado, que vulnera al diferente y anula su posibilidad de constituirse como sujeto libre. Tal vez esa sea la única tarea del arte en la era de la imagen: hacernos ver y pensar de otro modo. Generar oscuridad. Penumbra. Caminar entre las sombras.
Rocío Kunst nace en Murcia en 1990, donde estudia el Grado en Bellas Artes. Será en Madrid, en la escuela EFTI, donde se especialice en fotografía, la cual convertirá en su principal herramienta para el desarrollo de su obra. Desde entonces, su trabajo ha sido expuesto en galerías, festivales y salas de Murcia, Valencia, Salamanca, Málaga o Madrid, siendo premiada en varias ocasiones; el último de sus galardones, el Primer Premio de Fotografía en el Certamen de Jóvenes Creadores de Salamanca (2019). Su primera individual en 2019 Inside the house, outside home, fue acompañada del texto La vida de las sombras, de Miguel Ángel Hernández. Actualmente se encuentra trabajando en su próxima individual About my branches, comisariado por Marisol Salanova.
Statement
Annie Costello
Su obra gira en torno a la construcción de la identidad por medio de la memoria, los espacios y los estados psicológicos. En su fotografía, introspectiva y de abierto carácter confesional, el autorretrato se hace presente incluso en ausencia de la artista: un diálogo en el que el valor simbólico de la imagen es esencial. La refinada estética de sus escenas, pese a su aparente sencillez, ofrece una gran profundidad de significados en los que el espectador juega un papel protagónico. Así como la perspectiva de género, y es que la autora crea desde las tripas del feminismo, reflexionando sobre su poder e invitando a las personas a construir su propia historia.
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