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Mientras haces hueco en la estantería a lo nuevo que recibimos, se te hacen los ojos chiribitas y empieza tu retahíla matutina: “me lo llevo esta tarde, madre mía, lo nuevo de Elvira Lindo”; “ay, el de Mi año de descanso y relajación también lo quiero”; “jolín, he escuchado en la radio que el de Santiago Lorenzo está muy bien”; “no sé quién ha subido a su instagram el de Bob Pop y me han dado aún más ganas de leerlo. Espera, Araceli, STOP. Tienes en la mesilla cuatro libros, no puedes llevarte más. No, el de recetas de Jamie Oliver tampoco, que no tienes tiempo para ponerte a cocinar. Sé realista. Por más que quieras, no te puedes leer todos los libros del mundo. Y no solo por el tiempo, si no porque luego no te acuerdas de nada. Al final no sabes si el protagonista se muere o se va a Polonia. ¿Te merece la pena?

Viendo que el agobio iba a más cada día, que el sufrimiento era sostenido (“Araceli, no has leído esto, no has leído aquello, qué haces con tu vida trabajando en una librería y leyendo menos que antes, qué vas a pensar de ti”), decides, entonces, que no puedes centrarte en aquello que no has leído y sí en lo que has disfrutado de verdad. Parece que te has leído Los 7 secretos de la gente altamente efectiva. Mejor poco y bueno que mucho y malo. ¿No? ¿No? Necesito apoyo en esto, lo pido por favor. No vengáis a decirme ahora que habéis leído 365 libros libros este año porque me deprimo y me bajo de la vida ya mismo.

La cuestión es que, aunque trabaje en una librería no lo leo todo, ni mucho menos, y eso me hace sentirme mal conmigo misma, pero como por hache o por be nunca me siento bien (en la silla) he decidido confesar aquí mi gran pecado y hacer penitencia. Vosotros me perdonáis, ¿verdad? Prometo lee, no más -habló la que ya se ha puesto su reto de libros en Goodreads-, pero sí mejor; y hoy que estoy generosa y cegada por mi nueva libreta de tareas pendientes, hasta me comprometo a hablar de lo que lea por aquí. Pero poco y muy de cuando en cuando, no os ilusioneis, que yo me desinflo enseguida y luego me entra el agobio y empiezo a reír y a llorar a la vez porque me prometí que iba a escribir; pero no me sale y ahora qué hago, qué desastre soy. Mi vida no tiene sentido. Fin de la obra. Telón.

Así que, con tranquilidad y buenos alimentos, Araceli. Si de repente se te ocurre algo mientras lees y te apetece escribirlo, pues lo haces; que no, pues te callas y sigues leyendo. Es muy facilito, venga.

Después de todo este rollo para intentar poneros un poco de mi parte, para que perdonéis mis cambios de humor y mis incoherencias, os voy a hablar de algún libro ya, ¡porque he venido aquí a hablar de mi libro! En realidad, solo estaba intentado utilizar aquello de la captatio benevolentiae que aprendí en la universidad, básicamente porque me acabo de acordar de ella y me hacía ilusión ponerla en práctica; lo que pasa es que al final me ha salido una expositio de mis neuras que ojalá nadie lea nunca. Otro defecto más a la lista que -al menos- me ha hecho escribir. Qué positiva estás, madre mía.  

El otro defecto que que os voy a desvelar hoy, ya que estoy con verborrea, es que me gustan los dramas. Adoro los dramas, me desvivo por los dramas, muero por los dramas. Ay. En la vida real y en la ficción. En mi día a día, como habéis podido observar, resulta agotador, y en la ficción (no en mi vida ficticia, en la que soy la chica más guapa y rica del universo, la que más lee y la que mejor escribe) si no en lo que se refiere a mis gustos literarios-, tampoco me viene muy bien, teniendo en cuenta que me dedico a vender libros. Por si no lo sabíais, casi todos los libros son bastante dramáticos, la comedia no se lleva y no sé por qué, porque la gente solo quiere pasar un buen rato cuando se toma la molestia de dejar sus dramas a un lado y sentarse a leer. Y yo me pongo en su lugar y lo entiendo, claro que lo entiendo. A la que no comprendo es a mí misma, que me dejo mis sufrimientos en el sillón para coger “el dolor de los demás” -ja ja-, ¿lo  habéis pillado?. ¿Es que no te cansas? Pues la verdad es que no. No sé si es porque así se me olvidan los míos, porque los relativizo y pienso: “mira qué bien me va a mí” (esta parte es curiosa, porque la vuelvo a convertir en un drama, consigo ponerme mal porque me siento mal al ver que no debería estar mal porque hay gente que está peor, me pongo en plan qué desagradecida soy, madre mía, qué mala persona).

La cuestión es que los libros que más me han gustado este año que se acaba de terminar son dramones de padre y muy señor mío. Y claro, cuando voy tan feliz (ingenua de mí) a recomendárselo a un cliente que quiere hacerle un regalo a su suegro por Navidad y le digo de lo que van los libros, abre mucho los ojos y dice: “dime algo más alegre, mujer, que bastante tenemos con lo que tenemos”. Y sí, toda la razón del mundo. No pongas triste a tu suegro, que tienes las de perder. Pero yo sigo intentándolo, esperando que algún día, alguien cierre sus ojos y entre en trance cuando le diga: “te tienes que leer esta novela porque es maravillosamente triste y te va a hacer llorar”. No puedo ser yo sola la drama queen, ¿no? ¿No?

Foto: María Campos

No me gusta presumir, pero mis libros favoritos del año aparecen en la lista de los mejores libros del 2018 de Babelia, y yo los recomendé antes, si no que se lo digan a mis compañeros. No se imaginan el follón que di con Ordesa (Manuel Vilas, Alfaguara). mMe cansé de oírme, pero oye, bien que veía luego cómo se la llevaban. Decidme que no soy una visionaria. También me pasó con Cara de pan (Sara Mesa, Anagrama): otra novela dura con los personajes y dura con el lector, pero tremendamente buena. Con El dolor de los demás (Miguel Ángel Hernández, Anagrama) el autor ha hecho legión, creo que le voy a pedir que hagamos un club de lectura juntos, seguro que él convoca a muchos lectores amantes del drama y así no me quedo en casa llorando sola. Vaya fenómeno, much-acho. ¡Con que os gustan los libros de humor! ¿Eh…? Ya.

Bueno, voy a ir terminando con lo que yo quería empezar, que me enrollo y no tengo fin. Que sí, que sí tengo y además es feliz -ja ja-. En realidad, cuando me he sentado a escribir yo solo quería hacer la reseña de un libro, pero la contextualización se me ha ido de las manos. Lo siento. El libro que iba a recomendaros era Feliz final (Isaac Rosa, Seix Barral), pero es que mirad qué hora es y y todo lo que he escrito. Así que mejor lo dejamos para la próxima vez. Leedlo y lo comentamos. No se me ocurre un final más feliz.


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Araceli Muñoz

He intentado escapar, pero al final siempre acabo rodeada de palabras y libros. Estudié filología hispánica, escribí en algunas revistas culturales y ahora soy librera. He venido aquí a hacer las preguntas porque nunca tengo las respuestas.

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