Antes tenía que haber un malo que corriera poco, siempre menos que el héroe, en un caballo. Ahora ya no hace falta malo, y por eso la creación de ficción se tambalea, pero no peligrosamente. «Se tambalea» del tipo explosión controlada, para dejar un solar maravilloso de posibilidades.
Resulta que el malo no es el otro, ya no. Not anymore. Ahora las plataformas se han dado cuenta de que los guionistas tienen más áreas que explorar dentro de la psique humana, y la combinan con un toque de ciencia ficción futurista con aire retro –suena paradójico, pero ya se sabe que la paradoja funciona y la contradicción no-, como en Maniac; o bien la ofrecen entre tintes de comedia rollo sitcom antigua, solo que con actores menos agraciados que se agradecen más, en una serie que a mitad se torna casi dramática, y hablo de una menos conocida pero que debería serlo más en las próximas semanas: Wanderlust.
En la propia presentación de esta última serie, la definición:
(noun); strong longing for or impulse toward wandering.
Vagar y vagar. Como los creadores, que ahora vagan en un mar de oportunidades.
Lo que no sucede en la industria del libro, que parece estar copado –de mierda, tosecita, con perdón, no siempre, vale, pero a veces sí, concédanmelo, por lo menos los típicos best sellers, con honrosas excepciones, ok, no nos pongamos tiquismiquis-; está pasando en el maravilloso campo de las series. Que a los mortales millennials y no tan millennials nos está permitiendo pasar por microdepresiones o por domingos de resaca bien dignos sin sentirnos como una mierda. ¿Qué has hecho hoy? Pues ver una serie entera. Pues amén. Quién no ha pecado de eso. Que tire la primera piedra.
Manic y Wanderlust, ambas de Netflix, tienen en común que ahondan en el intrincado mundo interior de sus personajes. Lo hacen por vías distintas, pero con resultados igualmente emotivos, y triunfan. Porque la gente está hambrienta de algo que no sabe qué es. Y en pos de eso se gastan la pasta en terapia y en bares y otras cosas menos dignas o más, según.
Terapia, precisamente terapia: una sesión entera en tiempo real, en el capítulo 5 de la primera y única temporada de Wanderlust. Desquiciante, desgarrador y real. Emotivo. Al final esto no es Gran Hermano, pero los equipos saben cómo recompensarnos y nos muestran con técnicas magistrales lo que es la vida. De uno mismo, de todos nosotros.
¿Quién no tiene en su bagaje un trauma pasado, un bache, un vergonzoso período de amor impúdico con la soledad de las sábanas? Que tire la primera piedra, otra vez. Casi nadie. Casi nadie de este siglo, por lo menos.
Y las series son el nuevo formato, la vía por excelencia de contar historias, así que se han expandido con mucha rapidez a todos los recovecos de la esencia humana. Lo que antes solo podía hacer un libro, ahora lo está abarcando también la serie, porque las pelis son más cortas y no dan para tanta chicha normalmente.
Sin faltar al poder de la literatura -en el que creo hasta el punto de haberme tatuado la silueta de un libro- por su capacidad de entrar en otra mente; es de justicia reconocer que las series tienen la posibilidad de presentarnos directamente una imagen del personaje a la que aferrarnos, y a través de diferentes técnicas, hacer que conectemos con nuestro propio interior. No se me ocurre nada mejor para pasar el fin de semana, o el domingo de resaca. Dan ganas de pillarse un buen bajón solo para sentir la adrenalina y la emoción de la superación del conflicto enterrado.
Recomiendo, pues, Maniac y Wanderlust. Porque las estrategias para evitar el pasado son muchas y muy variadas, pero a fin de cuentas, lo que soterras sale a la superficie solito.
Menos el AVE.
Esperemos.