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Murcia Inspira - «Todos en la vida hacemos un papel»

Eres Aries.

¡Madre mía! ¡Me vas a preguntar por el horóscopo! (Risas).

Claro. Es que Aries es el primer signo del zodíaco y tiene una «energía envidiable». ¿Hay algo en lo que no hayas trabajado? Monitora de comedor, camarera, azafata de Ron Barceló, relaciones públicas «de bares que acababan cerrando», profesora de cursos, montaste tu propia academia de oposiciones y eres actriz y productora teatral y abogada.

Sí, también gestioné un albergue… ¿Cocinera? Oficialmente no, aunque he cocinado para mis amigos ahí como una esclava… (risas), pero me ha faltado eso: pinche de cocina.

Pero eres graduada en Derecho. ¿Qué tendrá el Derecho que todos nos lo dejamos?

Supongo que su rigidez. Hay algunas asignaturas como Filosofía o Teoría del Derecho donde intentan apelar al sentido humano y esa idea de la legislación como expresión de la voluntad popular, pero la sensación que tenemos, por lo menos las personas creativas que acabamos en Derecho, es frustración porque nos constriñe. Agradezco bastante la disciplina que me ha dado, no me arrepiento de haberlo estudiado en cuanto que incorporo en mi vida y en mi formación esa organización, esa memorización, esa disciplina de estudio… pero sientes que te anula. Cíñete a lo que hay, esto es la ley… y no te plantees mucho más.

Tú pasas de la formalidad del Derecho, con ese esquema más rígido y ese protocolo muy marcado, al arrojo del teatro que es todo lo contrario: con un guion, pero es soltarse.

Qué va, qué va, es jugar. De hecho, mi semana de este año era: esta mañana soy abogada, esta tarde también, o doy clase de Derecho y luego voy a ensayo. Y en ensayo era jugar, jugar como la que más. Como si tuviera un azogue dentro (ruge), correr, saltar, hacer el pavo… De primeras el director, salvo que tenga muy clara una idea, lo normal es que dé espacio al actor para que él lo juegue a ver por dónde le lleva. Dónde te mueves en escena, qué te pide el personaje que hagas, con qué tonalidad… Un director agradece que el actor proponga.

¿Como abogada también sientes que haces un papel?

Realmente creo que todos en la vida hacemos un papel. Sabes cuál es tu posición con el cliente, en la relación de trabajo. Una etiqueta, qué ponerte, qué decir… Desde sacarte algo en la Administración hasta ir a trabajar una mañana cualquiera, todo es un poco una actuación.

Una cosa que me ha llamado la atención es que al dar clases para opositores decidieras ponerte a opositar tú también para vivirlo desde dentro y aconsejarles mejor. Había un grado de empatía tan grande ahí, una experiencia tan inmersiva, que digo: ¿no sería que te estaba picando ya el gusanito de la actuación?

Sí, a ver, por un lado era cubrir un vacío. En aquel momento me veía un poco perdida, ya había decidido apartarme de los despachos y estaba ahí el «vale, ¿y ahora qué?». Hay épocas de «todo el mundo empieza a opositar», igual que las de «todo el mundo empieza a casarse». Ves que la situación laboral da pie a que oposite, y a raíz de las clases de Derecho me pareció una buena idea. Yo soy un poco coach dando clase, y a veces toca animar. Tus alumnos se preparan para un día en todo el año y tienen sus bajones. Pensé «qué coño haces animando a la gente si ni siquiera lo has vivido». Y dije, venga, pues qué cojones. Y me puse a preparar las de Policía, a entrenar como la que más. Súper buenas marcas, ¿eh? Pero no puedes preparar una oposición trabajando, actuando… Y ahora puedo decirlo con fe.

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Ese momento de vacío viene porque reivindicas tu salario en los despachos y te dicen «pero ¿qué prisa tienes?». Parece que la iniciativa privada, personal, es una alternativa a ese mundo asalariado que no nos colma la expectativa de realización.

Totalmente. Antes de tomar la decisión respiré hondo y vi las opciones. Hablé con compañeros que estaban entregando su tiempo en la pasantía a cambio de formarse y nada más, como si no tuviese más valor; y con otros que estaban en despachos más grandes en los que sí cobraban desde el principio, pero una miseria y pasando por esa fase de comercial. Haciendo llamaditas de fidelización de clientes. No tenemos el título para hacer la llamada de turno. No te valoran. Veía ahí un esfuerzo muy grande que, o era vocacional, o… no hay quien lo aguante.

Yo de becaria perdí como 4 kilos en 3 meses.

Me lo creo.

La gente con algo de creatividad va tirando para ramas que, aunque no estén muy bien remuneradas… tampoco lo están las que pensábamos que iban a estarlo.

Claro, escuchas el discurso de tus padres, que te animan, si tienes una de las carreras típicas, parece que tienes la vida solucionada, pero para mí fue un poco golpe de realidad. Para el esfuerzo que conlleva, más vale que me dedique a lo que me gusta y, aunque pase un poco de hambre, intentar ser feliz.

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Empiezas entonces un taller de monólogos con Laura Miralles y decides continuar con un taller de teatro para adultos impartido por José Bote donde trabajas sobre cómo fue cuidar de tu abuela. ¿Cómo fue escribirlo e interpretarlo?

Sí, sí, sí… eso fue duro. Hubo una reconciliación familiar de una crisis que no se había verbalizado nunca. Me mudé con mi abuela, porque me venía bien para el ritmo que llevaba y por las ganas de irme de mi casa, y genial: mi abuela es un amor. Pero me di cuenta de que estaba mayor y nadie lo sabía. Mi abuela vivía sola, hasta entonces. No comía bien. La compra, la gestión del dinero, su salud… todo un poco regular. De pronto empecé a encargarme de ciertas y me vi cuidando de mi abuela. Además de la culpabilidad: iba al despacho por la mañana, trabajaba al mediodía, iba al máster de Abogacía por la tarde y por la noche estudiaba. Y entre todo eso la carga de «mi abuela está sola, ¿le he dejado la comida?, ¿se la habrá comido?»; siempre gestionando la compra, la medicina. Y era una carga mental. Salí escopeteá de casa de mi abuela. Un día no pude más y me fui. Ahora está en una residencia, muy bien cuidada. Entonces hacer el texto fue muy bonito, obviamente exageré un poquito, de la demencia senil de mi abuela a un alzheimer, más bien me inspiré. Pero sí que plasmé esos momentos duros en los que ella me contestaba, o era consciente de la pérdida de voluntad y veía que yo, su nieta pequeña, me hacía cargo de cosas que… «¿tú, niñata?». Que también era comprensible. Al hacer un repaso de esa etapa yo sané mis heridas, por así decirlo, y además expuse delante de mis padres. Terminó la actuación y lo hablamos. Esa experiencia creo que ha desarrollado mi «patología de cuidados»…

Sí, eso parece, que tienes que estar a tope con todo y con todos. No has parado ni un momento; y lo mismo eso se plasma en tu trabajo actual de producción teatral, que eres la mami de todos.

Por un lado acepto esto como una virtud, porque considero que parte de mi trabajo es generar buen rollo y que todo el mundo esté a gusto; pero por otro lado intento que no se me vaya de las manos y ser consciente de que también estoy yo. ¡Incluso en las relaciones! No puedes salvarle la vida a todos. ¿Cuál es tu problema?

¿Cuál es tu puto problema, nena? (Risas).

Encárgate de ti primero. ¡No huyas!

Convertir algo tan tuyo en algo artístico y exponerlo conlleva una catarsis, del sinsabor a algo positivo que ayuda a los demás. ¿Qué sientes cuando actúas?

Depende muchísimo del personaje y su historia, que te lleva a planos emocionales muy diferentes, pero me acuerdo mucho de la primera vez que actué en una obra de teatro, que fue la de Perder el Juicio (versión de Marat/Sade de Peter Weiss) con Ana Barceló. El calentamiento lo hicimos ante público, iban entrando unas cien personas en total y comentábamos por lo bajini entre los compañeros, «qué nervios». Y de repente dije «Dios, qué gusto, qué bien nos lo vamos a pasar». Es una adrenalina de montaña rusa. Un nervio genial. Luego actuando depende del papel, adónde te lleve. Por ejemplo, en la última obra, de By-pass (Proyecto de José Ortuño), que la estrenamos el 17 y 18 de junio, era un texto de creación donde trabajamos mucho  teatro físico, mucho trabajo de cuerpo: la rigidez del movimiento, tensión, la limpieza… Eso contrasta más con el modelo tradicional de interpretación, de «venga, llora». Este era más la forma, las imágenes, la fotografía… llevar al público por una experiencia visual, más estética a partir del movimiento corporal y de ahí llegar a la emoción. No hay una teorización previa, por lo que el actor no sabe cómo ni de dónde surgirá la emoción

Hiciste también el ‘Taller de dramaturgias de la voz y las acciones físicas’ con Natalia Martínez. ¿Has cambiado la manera de relacionarte con tu propio cuerpo, con tu voz, desde que actúas? ¿Eres más consciente de ti misma todo el día, aunque no quieras?

Me encantaría. Lo que ha conseguido es despertarme la consciencia. Es súper difícil, trabajo en ello, pero me he dado cuenta de que no he escuchado mi cuerpo en 26 años.

¿En qué sentido?

La respiración. Parecerá una tontería, pero fuerzo las cuerdas vocales. Para dar clase, de hecho, me quedo afónica cuando tengo muchas horas seguidas, y eso es por no respirar mientras hablo. Cuando estoy centrada más en el discurso que en la forma, bloqueo la respiración. Los músculos: descubrí a partir del taller que tenía agujetas en sitios que desconocía, sinceramente. Empezábamos siempre desde la nada. Acostarnos en el suelo, despejar los pensamientos, ir despertando al cuerpo desde la punta del dedo gordo a la raíz de tu pelo… es algo que jamás había hecho.

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Muy meditativo eso.

Mucho. Ya no en la actuación, sino en la vida de cualquiera, tu cuerpo es lo que te sostiene. Hay que mimarlo y no lo hacemos.

Sí, y nos da mucha información útil, a veces incluso más que el discurso mental.

De hecho, con el teatro físico se trabajan los personajes y el texto, y lo he aplicado a otros textos como un fragmento del monólogo que hice de Pascal Rambert, La clausura del amor. Y eso es: potenciar las emociones, no tan mentales, sino de dónde las sientes. ¿Dónde tienes la tristeza, en el estómago? ¿En la garganta? ¿Qué saboreas? ¿El pus? ¿Qué hueles?

Quizá venga bien el teatro para gestionar mejor las emociones.

El teatro en ese aspecto es muy terapéutico. Luego te das cuenta, aunque suene muy típico, de que no ha cambiado el sistema educativo desde nuestros padres a los niños de ahora. Se nos prepara como máquinas: aprende este tomo, vomítalo. Y ya no solo las condiciones han cambiado, sino que la ha velocidad se ha multiplicado por tres mil, y no se escucha. Tenemos cada vez más problemas de empatía emocional, vamos a la competición, al individualismo… Y el ser humano es social, al final es una condición indudable a la que no se presta atención. Parece hasta una pérdida de tiempo, lo de escuchar al cuerpo, a los que te rodean o conocerse a uno mismo. Se dice de boquilla, queda muy bien para un texto de Instagram o para una libreta de Mr. Wonderful, pero no se lleva a cabo. La sociedad no te concede siquiera ese tiempo.

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¿No crees que lo estamos reivindicando igualmente en esta generación? Hay mucha gente que está rompiendo ese patrón. Mírate a ti.

Al principio parece que da pereza, pero llega un momento en que da lo mismo: tu situación económica, tu calidad de vida no va a cambiar. Yo decidí orientar mi carrera profesional a algo que verdaderamente me motivase al volver a casa y ver a mis padres reventados. Reventados de currar. Mi madre ya no trabaja por un ERE en su sector y la sensación que tiene es de haber perdido hasta la dignidad, su personalidad está anulada, no tiene ni autoestima: lo ha entregado todo, todo. Y ¿para qué? Por dinero… luego tampoco es tanto.

Yo voy a ser pobre, pero me da igual que sea lunes o domingo. De hecho, mira: estamos haciendo la entrevista un domingo a las 20 h. Para mí no es trabajo. Merece la pena un poco. Y tú empezaste con el leitmotiv de José Bote, que después de tu primer taller amateur te dijo «atrévete con esto».

Recuerdo perfectamente el día, cómo fue, qué estaba tomando, qué llevaba puesto. Recuerdo que me lo dijo y se me llenaron los ojos de lágrimas, porque él me estaba soltando un piropo, estaba valorando mi trabajo. Al final era un taller de teatro amateur con un profesor genial, a José Bote lo admiro muchísimo profesionalmente, pero nadie tenía formación, era un día a la semana… Y acabar el taller y que me propusiera tomar un café para hablar, y que me dijera «oye, has hecho un gran trabajo, te animo a que te presentes, yo te avalo». Un halago tremendo. Se me llenaron los ojos de lágrimas, porque ya no había lugar para la queja. Si quieres ser coherente con tu discurso, no puedes seguir diciendo «ay, qué putada, es que la vida está muy mal». Porque te están reconociendo algo que tienes y lo único que necesitas es valor. Y ya depende de ti. Tenía que asumir que si quería hacer algo, tenía que hacerlo. Cuando haces algo que te gusta, se nota. «Tírale». Se me rompieron los esquemas. Tenía que enfocarlo por algún lado, no sabía si me daría de comer o qué pasaría, pero no quería que se debiera a mi falta de valentía, a no haberlo intentado.

Y al empezar a trabajarlo te encuentras con los límites de tu propia vergüenza, te topas con tu falta de técnica. Esto no es jaja-jiji, hay que currar.

Sí, todo el mundo veía muy lógico que yo me dedicara al teatro. ¡Ahora es súper obvio!, ¿no? Reconozco que no se me da mal actuar porque lo disfruto muchísimo, pero hay un talento brutal en Murcia. Y además de eso, está el no juzgarse, que es lo más fuerte con lo que me he encontrado. Mira, la primera vez que di una clase de teatro. Presentación: «somos un espagueti». ¿Hola? Yo era en plan: ¿qué cojones estoy haciendo aquí?

Yo no soy un espagueti, ¡soy abogada!

¡Yo tengo estudios, vale! (Risas). Y un compañero mío argentino, que es un amor, empezaba: «¡ah, estoy al dente!». Y se pegaba a la pared. (Risas). Ahí dije: «o haces el imbécil o estás haciendo el imbécil». ¿Toca ser un espagueti? ¡Toca ser un espagueti! El teatro te da eso: no hay ni bien ni mal. Cuando estás a gusto con lo que propones salen cosas muy bonicas y eso se transmite.

Por lo que me cuentas, el teatro consiste en apropiarte del «yo» a nivel de herramientas –el cuerpo, la voz- y a la misma vez perder el falso yo, que es la reputación, el ego, las mascaritas… ¿Lo recomiendas a todo el mundo o eres purista en ese sentido?

Lo recomendaría a todo el mundo porque creo que a nivel vital hace falta. El teatro trabaja las emociones y un aspecto tan humano… Como dice Javier Mateo: “Los directores trabajan con el material más sensible del mundo, que son personas”. Eso no se le puede negar a nadie.

Pero en el panorama actual, ¿te parece que están reconocidos los actores adecuados? ¿O te da rabia que esas actuaciones se cubran de gloria habiendo tanto talento por otro lado?

No, también hay que entender que la sociedad demanda equis cosas, si eso se vende, se vende. Que yo no lo consuma es otra cosa. Ya está, tampoco lo prohibiría. Tampoco me voy a poner con una metralleta adoctrinando a la gente: ¡esto es lo que se tiene que ver! No creo que yo tenga la potestad… eso sería dictatorial.

Ya, pero en el mercado teatral y audiovisual ¿hay una justicia entre talento y reconocimiento? Tu opinión personal.

El teatro está muy poco valorado, el cine más. También es más rentable, por la distribución. Por ejemplo, en Enrique IV estuvimos casi 3 meses de preparación de proceso de creación, de levantarlo, y luego los bolos… hay que trasladar los actores, la escenografía… y la gente no lo demanda tanto. A veces se considera muy cara una entrada de 15 euros. Y no te imaginas el trabajo que hay detrás. Aparte, estás viendo una emoción en directo, durante una hora y media, dos horas. No me quejo de Murcia, para lo pequeñita que es hay bastante movimiento y muchas propuestas… pero está poco protegido y poco valorado el teatro.

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Hace poco estuve en Teatro Circo viendo ‘La isla’: solo dos actrices, apenas escenografía, y lloré y me reí… A veces a mí me da rabia que haya actrices tan buenas que por no ser 90-60-90 se pierdan otras oportunidades.

Rompiendo una lanza a favor de esas actrices, a veces me pregunto qué ha pasado en el proceso, cómo ha sido el director… No digo siempre, ni mucho menos, pero en ocasiones un actor tiene talento, potencial y cualidades para defender cualquier texto pero no ha estado mimado por un buen director, que debe ser una guía, tu maestro, y te debe dar tu espacio. En ocasiones puede que sientas que una actuación es pobre y a lo mejor no es culpa del actor. O las circunstancias. También a nivel personal. Es que puede ser que ese día -porque ten en cuenta que el teatro es lo que tiene, es en directo y es hoy-; a lo mejor ese día se ha levantado con una diarrea brutalAlicia me pide que lo corrija, pero en realidad ha dicho «de la hostia». Se indigna a sí misma por decir tantos tacos-. Y está dándotelo todo, tía, pero se está cagando por patas (risas). Es que yo qué sé.

También presentas concursos: el Poetry Slam de Murcia y el de Poesía y Relato erótico de Murcia sin Tabús. Y dentro de poco te vas para ‘Granjero busca esposa’ porque de pequeña querías ser actriz y granjera. Ya estás a punto de conseguirlo.

(Risas). La experiencia fue genial porque no es un papel, soy un poco yo, pero también algo showman, hay que dirigir. Hay que acompañar a los participantes. Me di cuenta de que estaban súper nerviosos, que saber escribir no significa atreverse a hablar en público, te encuentras con gente a la que le da una vergüenza brutal compartir sus textos, algo comprensible. También coordiné el concurso de Murcia Sin Tabús alrededor de la idea de una sesión de té, para la hora de la siesta. Se quedó muy bonico. Era otra parte que no había explorado hasta ahora y me he sentido muy a gusto.

¡Otra más! (Risas). Si quieres hacerte promosió, aprovecha que cerramos.

A ver, seguimos con Enrique IV que es de la Compañía de teatro de La Entrega, tenemos bolo la última semana de junio en Chinchilla, en Albacete, en el festival de teatro. El 24 de julio en Caravaca, en septiembre en Mula, y estamos a ver si cerramos por Madrid. Luego también Norte (versión libre de Hamlet), un proyecto de Andrés Galián en que he colaborado con la distribución, se van al festival de teatro en Spoletto y el 12 de julio lo presentan en el festival de Mazarrón. Y yo ruedo un corto ahora con Ana Barceló, que ha ganado el premio a mejor guión para el concurso de Nuevas Mujeres Cineastas, y lo presentaremos en la filmoteca en septiembre, así que ya avisaré. Me hace mucha ilusión, porque es lo primero que hago así a nivel audiovisual… bueno, lo primero fue un scaperoom. Estoy en Mysterium (en el Infante), creo, en una sala llamada el Wendigo. (Risas).

Nota de la redactora: Ahora obligo a Alicia a grabar un vídeo para mi Instagram. A pesar de ser una actriz excelente, esto de girar la cámara hacia sí misma para las redes no le hace mucha gracia.

Pero como es una profesional, cumple con mis deseos de directora y manda un beso a los followers.

Hasta la próxima, querida granjera. Con un vermú, esperemos.

Texto: Andrea Tovar.

Fotografía: Fran Bécares.


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