Tiene cinco cortometrajes publicados, entre ellos uno ganador del Creamurcia 2018 y otro con la participación de Bárbara Rey, y está preparando su primer largometraje. El próximo 16 de diciembre se proyectarán todos en el Cine REX de Murcia, así que mejor no te lo pierdas.
Tú elegiste desde el principio tu vocación, ¿no? Hiciste la carrera en la ESAD.
No. O sea, sí, pero esto fue tarde. Yo empecé un FP de impresión y artes gráficas… Me dejé el instituto, yo fui un fracaso escolar tremendo y brutal. Lo bueno que tienen las enseñanzas artísticas es que las pruebas para mayores de edad de 25 años a nosotros nos las adelantan a los 19. Me preparé una prueba y fui de las 5 personas de 30 y tantas que la consiguió pasar. «La prueba de madurez», se llamaba, algo así.
¿En serio se llamaba así?
Sí. Yo siempre he defendido que la gente con fracaso escolar no se siente identificada con el plan de estudios. A mí algo me tiene que apasionar, si no paso olímpicamente. Entré por semirebote en Arte Dramático pero era algo que de forma inconsciente había estado buscando y necesitando. Desde una asignatura optativa que se llamaba «Taller de Plástica», donde saqué un 9 e hice un primer corto con 16 años, que era una basura obviamente, con colegas y tal… Desde entonces no ha pasado un año sin que esté haciendo una obra de teatro, un corto… He llegado a hacer dos cortos y tres obras de teatro en un año. Es una barbaridad. Pueden tener más o menos calidad, pero me he involucrado y he dado mi tiempo absoluto, porque eso es pasión. Las asignaturas teóricas me cuestan, ¿pero las prácticas? Yo te puedo hablar de peso escénico, de composición escénica… ¿No pueden hacer exámenes verbales? ¡Yo te cuento todo!
El sistema académico está solo basado en ejercitar la memoria y no la capacidad crítica. Es tragarlo y vomitarlo, sin más.
Y saber plasmar esos contenidos y luego trabajarlos. Hay gente que sabe un montón y luego no sabe cómo trabajar un punto de giro de un personaje. Tú puedes aprender muchísimo Stanislavski y conocer la fórmula del actor tremenda, puedes el mejor director de actores a nivel teórico, pero si luego no sabes manejar a los actores, sus evoluciones, la decadencia… Esas terminologías que pueden parecer muy bonitas por escrito, pero ¿cómo se traduce eso a trabajar un Shakespeare?
Así que, tristemente, puedes ser una persona brillante y que el sistema no te lo reconozca, ni te enfoque, hasta que tú te encuentres.
Por ejemplo, en 3º de la ESO suspendí Lengua y gané con pseudónimo el primer premio del concurso de relato de Santo Tomás de Aquino. Yo pregunté a la profesora: «¿si hubiese aparecido mi nombre, te habría condicionado?». Y yo sé que sí, por mucho que ella diga que no.
Tú eres de Bullas y acabas de irte a Madrid.
Sí, por la necesidad de crecer un poco, porque Murcia se me quedaba pequeña, pero la estoy echando mucho de menos. Para este nuevo proyecto que tengo necesito grabar un teaser de un minuto, y aquí en Madrid hay unos precios astronómicos: no baja de 100 € la hora, 800 € el día… En Murcia grabar es muy accesible, las localizaciones abren las puertas de par en par. En la ESAD, el Centro Párraga, en Puertas de Castilla, o cualquier sitio. En la entrevista que hice en la 7 lo dije, que en Murcia hay muy buen rollo para que yo, como creador o realizador, grabe en Socolá tres días, pasando prácticamente la noche allí, con los dueños involucrados y ayudándonos, y solo pague las consumiciones. Aquí hay más gente, como yo, que hace cosas, y sacan partido. En Murcia somos cuatro gatos y nos echamos una mano entre nosotros, no hay competencia real. Mi proyecto es súper loco, muy ambicioso, de tirarme a rodar un largometraje pero con presupuesto mínimo, sin pagar sueldos, súper off, cine independiente porque tengo una historia, quiero contarla y tenemos unas cámaras y unos actores… Desde luego, no sé yo si voy a poder hacerlo aquí.
Bueno, puedes no renunciar a nada. Crecer en los dos sitios.
Sobre todo para venderlo y distribuirlo. En Madrid hemos creado un círculo bastante guay, nos reunimos para beber y charlar de producción. Yo ya vengo financiando los proyectos de mi bolsillo bastante tiempo, trabajando también en publicidad metiendo mi visión, contando historias.
Y en esa comunidad de artistas que habéis formado en Madrid, dices que compartís los proyectos y luego «os emborracháis y cantáis muy fuerte». ¿Es por alegría o por frustración?
Metimos un piano en casa, cantamos, yo aporto con mis stories de Instagram y fuera. Nos quejamos mucho, criticamos mucho, pero la crítica es algo positivo, sobre el entorno y nosotros mismos.
Tú, además de director, eres guionista. ¿Cómo concibes una historia nueva, cuál es tu proceso de creación?
Va a sonar a cliché, pero cualquier persona que se mueva en el arte parte del día a día. No podemos aislarlos y estar en una burbuja. ‘Artículo 30’ –uno de sus cortos- surgió a raíz de la declaración unilateral de independencia de Cataluña que se estaba retransmitiendo en el bar, como si fuera un partido de fútbol pero en silencio, una tensión tremenda. Mi madre dijo: «ay, si os llamaran a formar filas». Y mi colega, estudiante de Derecho, me explicó el artículo 30 de la Constitución, que versiono y cambio para el corto.
Ahora con VOX en auge viene genial ese cortometraje de ‘Artículo 30’ (Nota de la redactora: se puede ver en VIMEO)-.
Desde luego, va perfecto. ¿Qué hay más franquista que la mili?
En todos tus cortos hay mucha crítica y mucha reflexión. Más allá del punto cómico, hay reivindicación.
El que mejor me ha ido, a nivel de reconocimiento y personal, aunque es el que peor está técnicamente, es Intenso. Confesión de amor teatralizada. Ese es el único en el que no hay una postura crítica política. Es una historia de amor, sin más. Quizá un poco artística: «los artistas deberían estar muertos».
Con este de ‘Intenso. Confesión de amor teatralizada’ ganaste el Creamurcia 2018. Dices que no, pero el hecho de que la «chica de sus sueños» sea un hombre con una peluca… Tiene un punto Paquita Salas.
Sí. Pero eso es un juego teatral, el que él haga de ella es teatro isabelino. Él no está haciendo de travesti. En la ESAD es muy habitual que se haga este ejercicio, y en mi opinión es algo que deberían practicar todos los actores y actrices. Puestos a trabajar personajes que no tienen nada que ver contigo, trabaja un sexo que tampoco es el tuyo. No se trata de agravar la voz.
¿Y por qué fue el que más te recompensó a nivel personal?
Porque es en el que tenía las expectativas más bajas (sonríe).
Hala. Qué maravilla.
La gente no entendía el guion. De hecho lo escribí en formato obra de teatro. Mi amigo David Meca me preguntaba: «¿pero vamos a hacer teatro o cine?». Hasta que no estuvo montado, no lo entendían. En esa línea trabajé Las cosas absurdas, que es una locura: ¿por qué hay tantos personajes?, ¿qué corto dura 27 minutos? Lo financié con el premio del Creamurcia anterior.
¿Y cómo conseguiste a Bárbara Rey como actriz para el corto, de pronto? (Risas).
Trabajando un personaje pequeño me podía tomar la licencia de hacer un cameo, que es algo que en audiovisual se hace un montón. Bueno, Paquita Salas vive de eso. Barajé muchas actrices murcianas. Yo investigué a Bárbara Rey, porque no es de mi época, y no conocía su trayectoria de cine. Nadie sabe que participó en la primera película LGTBI+ en España. Solo por eso, ya quería trabajar con ella. La prensa se ha apropiado de su imagen para el corto: «es el corto de Bárbara Rey», pero ella siempre ha defendido al equipo entero. Me invitó a su casa…
Bárbara llevaba 40 años sin hacer cine, ¿no?
Algo así, una barbaridad. Se ha movido más por tertulias que por ficción. La gente la criticaba por haberse ido al circo y por haberse casado con Ángel Cristo, ella tan guapa, siendo miss…
Tú haces equilibrios para financiarte, pones cafés para pagarte un corto… Pero si te vieras en la situación de «venderte», ¿lo harías?
Creo que hay que saber venderse y no hay que perder lo que somos. Si hay que hacer algo más comercial para pegar fuerte y a ti te da angustia lo que proponen… Tienes que llevártelo a tu terreno. Hay que ser lo suficientemente inteligente para saber cómo hacerlo, aunque el cliente luego no note la diferencia. Así metes tu sello personal.
Cuéntame quiénes son tus referentes, como directores.
Pedro Almodóvar es uno.
Eso se nota, en Despertar bizarro del siglo XXV hay un eco almodovariano.
Sí, además no sé por qué me encanta destrozar cosas. Destrozo un cuadro en ese, en otro con un martillo destrozo la pierna, tirar las cosas por encima… (Risas). En fin, el largometraje que estoy haciendo también tiene un eco de Almodóvar en sus comienzos. Parece que no tiene sentido que ahora haga algo así, pero a mí me apetece. Estamos en un momento en que con el «políticamente correcto» tenemos más censura que antes. Christopher Nolan es otro, para jugar con los tiempos. Spielberg, Woody Allen, Tarantino, cada uno en su género… Los Monty Phyton me flipan también. Soy un poco raro y me inspiro más de la animación.
No me digas.
Sí, porque caricaturiza mucho. Por eso me gusta Almodóvar, que lleva los personajes al límite. Eso viene del teatro también. La vida real no vale como cine ni como teatro, y eso es algo que sobre todo en España cuesta superar. «Lo brillante de esta película es que no tiene pretensiones de nada, simplemente cuenta una historia»… «Es una peli tan buena que es súper cotidiana»…, no sé si me explico.
El arte ahora está muy basado en la idea de que artista puede ser cualquiera y que vale con narrar la cotidianeidad.
A mí eso me aburre. Habrá a quien le encante ver la historia de una persona que se levanta por la mañana, va a trabajar y vuelve a su casa. Perfecto. A mí me aburre. Llévalo al límite, en el cine puedes poner al personaje en situaciones que no va a vivir jamás.
Hay una curiosidad nueva por parte del espectador desde que salió Gran Hermano con esto de la vida en directo. Más por «mirar a través de la mirilla».
El cine tiene que transportarte. El autor lo extrae del día a día, pero no hay que reproducirlo.
¿Sientes que estás permanentemente enchufado a la hora de buscar inspiración? ¿Es todo material para ti?
No todo. Siempre hay algo que hace «pam, qué buena idea». Eso lo podría extrapolar al teatro, que antes lo disfrutaba todo más pero ahora me pongo quisquilloso. También es verdad que como espectador no soy el típico que rechaza todo. Tampoco es eso. Relájate, quiero decir. Por ejemplo, las críticas con Dolor y Gloria: «es que no vale porque Almodóvar eso ya lo hecho, no sé qué…».
En esa peli, en mi opinión, Almodóvar necesitaba confesarse. En la ficción se tira por el precipicio, como tú dices, pero en este caso fue un «sí, pero». Con las drogas, la homosexualidad… ¿Dónde estás, Almodóvar?
Sí, antes se desgarraba, exageraba, podías esperarte cualquier cosa, se iba por los cerros de Úbeda. En ‘La piel que habito’ aún estaba eso, súper bizarro, súper absurdo. En esta ha ido más en esa tendencia de, bueno, te cuento esto como podría contarte otra cosa. Y para ver a la madre de Almodóvar me veo las ochenta mil películas que giran en torno a la madre antes que esa. Y si vas a hablar de ti como director, no obvies la parte de la Movida.
Ha sido un poco cobarde. Es como hacer terapia light. Como artista, como creador, hay que echarlo todo, todo. Te desangras y luego te planteas tu privacidad. Y una vez que el artista está consagrado tiene bufé libre para publicar todo lo que haga… ¿no?
El reconocimiento, ya no por el dinero, pero tiene una cosa muy guay: el día que tenga dinero para hacer la peli que me dé la gana… (pone cara de Reyes Magos). No te voy a decir que no lo cogería. En este nuevo proyecto de largometraje me centro en algo que me encanta, las historias corales. Me gusta tener mucha gente, y que la gente se mezcle. No hay nada más humano. Todos nos retroalimentamos, ya lo dije en el discurso del Creamurcia, que el premio lo había ganado el equipo entero. Si una sola persona cambia, hubiera variado. Mi arte es así, yo soy yo al 60%, y eso me flipa. Me encanta.
Es colectivo. Claro.
En la carrera oía hablar de los directores de teatro de Appia, Gordon Craig y tal, que hablaban de la «obra de arte total», que tenían que hacerlo todo absolutamente ellos, que los actores tenían que ser marionetas… Y qué rollo. El teatro necesita, mínimo, dos personas. Una que haga y otra que mire. A partir de ahí empieza a crecer.
Las series lo están petando. Cualquiera se pone un maratón de series pero una peli da más pereza.
A mí me parece genial. No es que sea consumidor de series sin parar, pero hay películas que se quedaban demasiado largas y las han convertido en series, como The End of the F***ing World. Yo haría una serie si pudiese, y de hecho he escrito varias. Tampoco es tan distinto. A ver, entiéndeme. Yo he hecho un curso de guion de series y te obliga a hacer más cosas para mantener al espectador. Hay muchos directores de cine a los que se les está criticando por hacer el cambio, pero lo básico sigue. En esencia es lo mismo, se trata de contar una historia con imágenes. Me da igual cómo contarla.
¿Y qué tal te llevas con el teatro?
Hice un par, una se representó en el Centro Párraga. Tenía un grupo que era genial con unos perfiles muy distintos -los echo mucho de menos a todos-, que para el teatro funciona mucho, porque no pensaban excesivamente en el público: su nómina no dependía de ello. Yo creo que a la gente le gustó mucho, tuve unas críticas muy chulas. Tengo ganas de hacerlo aquí en Madrid, microteatro también. En general, tengo muchas ganas de reunir a mi equipo, de hacer una llamada a estas veintitantas personas y trabajar.
Pues recomiéndame una peli que te encante para acabar.
Uy, esto me lo tenías que haber avisado. Te diría Memento, de Nolan, pero lo mismo es muy típica.
Bueno, a mí me alucina Titanic, me la sé de memoria, la he visto como 25 veces.
Una peli muy importante para mí es Mejor imposible. Jack Nicholson no me vuelve loco, pero la vi muy pequeño y me parece que decidí que quería hacer cine al ver esa peli. Y Olvídate de mí. Aunque España les ha destrozado los títulos.
Yo me despido de José Antonio, que llevamos una hora y pico sin parar de rajar, y quedáis citados para el 16 de diciembre en el cine REX, con palomitas y sus cortos al completo. Ya se sabe que una imagen… vale más que 2.657 palabras.
Fotos: Fran Bécares.