Quizá no como tal, pero sí tal y como lo conocían James y Alyssa. La particularidad de enredar a estos dos personajes outsiders y traumatizados es que son los únicos que pueden abrirse camino el uno al otro. Y juntos. Concediéndole los deseos a los fans, Netflix estrena la segunda temporada original de esta adaptación previa de la novela gráfica de Charles Forsman.
*Aviso: esto está plagadito de spoilers. Solo apto para lectores que hayan terminado la serie.
En ocasiones funciona así, en ficción y en la vida: un roto pa un descosío. Ya lo vimos en Intocable, que las uniones improbables confluían en resultados mágicos.
Esta historia de amor y amistad de los protagonistas es previsible. Ambos son inadaptados. James sospecha de su psicopatía y está obsesionado con matar. En este caso, a Alyssa. Por su parte, Alyssa se aburre y está llena de ira, así que va liándola por doquier. De alguna forma, compartir camino les tranquiliza.
Emprenden juntos, en sendas temporadas, un viaje por carretera que les lleva a vivir todo tipo de experiencias cruentas. Muy relacionadas con el asesinato accidental, la trama se va haciendo más enrevesada y dura sin que el espectador se percate apenas, puesto que la inacción básica de los personajes y sus actuaciones impasibles, aun en momentos de máximo estrés, contrasta con la intensidad de las vivencias.
Con todo, los personajes son humanos y lo que les sucede deja huella. Ese, quizá, sea el mensaje principal de la serie. Que no todas las consecuencias de los eventos traumáticos se reflejan de manera directa, coherente y detectable. Que las emociones buscan sus propias fugas.
Por eso en la primera temporada descubrimos que la supuesta psicopatía de James no es tal, sino una fuerte disociación infantil a raíz de presenciar el suicidio de su propia madre, que se lanza en el coche hacia el estanque donde este daba tiernamente de comer a los patos. El contacto con Alyssa lo humaniza de nuevo y empieza a sentir cosas. Se implica en la causa de Alyssa –la huida de su realidad inaguantable- como si fuera propia. Se entrega totalmente a ella, a su protección. Pega puñetazos a su padre, le roba el coche, atraca gasolineras e incluso asesina al hombre que intenta violar a Alyssa. Sin miramientos. Llegado el momento, se atreve a noquearla para escapar de la policía por su cuenta y cargar así con toda la responsabilidad del crimen… y con un balazo. Fin de la primera temporada.
La segunda temporada nos desvela las consecuencias de aquellas peripecias y persecuciones de carretera y manta. A saber, James ha estado convaleciente y su padre acaba de morir. De hecho, James pasará toda la temporada con la urna cogida en brazos y el traje del funeral. Además, la madre de Alyssa le ha obligado a dejarla por carta. Alyssa se ha sumido en una depresión. Para salir de ella hace de las suyas, es decir, chorradas: se promete a un paleto del pueblo donde su familia se ha mudado. De este modo Alyssa luce su vestido de novia durante la mayor parte de los capítulos; confiriéndoles a ambos un aspecto único que funciona igual o mejor que sus «disfraces» para camuflarse en la temporada anterior.
El pistoletazo de salida lo marca la aparición de Bonnie, en una precuela del asesinato al profesor Clive Koch que muestra a una estudiante enamorada y obsesionada de este, que incluso ha ido a la cárcel para protegerlo frente a las denuncias de mujeres abusadas y agredidas. Bonnie envía un par de balas a James y Alyssa con su nombre escrito. Y James, que ha estado viviendo en el coche para no entrar en la casa vacía, como huérfano traumatizado, lo ve como la oportunidad perfecta para visitar a Alyssa.
Ella ya no es la misma. Nada de esa espontaneidad, frescura y rebeldía de la primera temporada. Ahora la voz en off, que en esta serie se usa para evidenciar la disgregación entre lo que se quiere y piensa y lo que se transmite o hace; se centra en Alyssa y en la falta de sentido a su alrededor.
Alyssa, herida, rehúye a James tanto como le busca, o más: después del «sí, quiero» se monta en el coche con él. Recogen a Bonnie, la falsa autoestopista, en un impulso de aventura que se extingue rápido. Se repiten motivos: un personaje planeando secretamente un asesinato que nunca se lleva a cabo.
La tensión es palpable y el formato también es el mismo: una trama desarrollada en días consecutivos, sin apenas pausa de grabación. Esto es así porque se previó una peli y salió demasiado larga, así que se hizo serie. A nivel de cliffhanger funciona de maravilla.
Sin embargo, si por algo merece la pena ver esta segunda temporada es por esos minutos finales de resolución. Para los avispados destacará el hecho de que Alyssa recalca que necesitará «tiempo y ayuda psicológica», porque sigue encerrada en su síndrome post-traumático; pero acaba cogiendo la mano quemada de James. He aquí el gesto enternecedor: en la primera temporada, cuando ella le obligaba a cogerle de la mano y él le ofrecía la quemada, ella se negaba: «no, dame la normal». Ahora a Alyssa le sirve la quemada. De alguna forma se ha puesto en paz con su parte oscura y ha aceptado que el camino es más pausado. Y en compañía.
Así que sí, hay apocalipsis. Pero los apocalipsis son más chiquititos.
No se destruye el mundo ni saltan los edificios por los aires.
De vez en cuando muere alguien, o una parte de alguien.
Y se renace, en cierto modo.