A principios del nuevo siglo nació lo que sería el empeño personal de Paco Miranda durante los siguientes 3 años, desde el verano de 2001 al de 2004. Un formato que embelesó a su impulsor pues consideraba que se trataba de uno de los escasos reductos accesibles de libertad en lo que a la publicación de textos se refiere: la autoedición a través del fanzine sin censura para ninguno de sus colaboradores, un puñado de amigos y de interesados en la escritura... bueno, también con alguna colaboración de lujo, ya que se llegó a publicar un texto inédito de Miguel Espinosa en un número especial a él dedicado íntegra y específicamente.
A principios del nuevo siglo nació lo que sería el empeño personal de Paco Miranda durante los siguientes 3 años, desde el verano de 2001 al de 2004. Un formato que embelesó a su impulsor pues consideraba que se trataba de uno de los escasos reductos accesibles de libertad en lo que a la publicación de textos se refiere: la autoedición a través del fanzine sin censura para ninguno de sus colaboradores, un puñado de amigos y de interesados en la escritura… bueno, también con alguna colaboración de lujo, ya que se llegó a publicar un texto inédito de Miguel Espinosa en un número especial a él dedicado íntegra y específicamente.
Una publicación escasamente conocida, entre otras cosas por ser pre-digital1, y que no por tratarse de un modesto fanzine deja de ser una pequeña-gran obra editorial. La Cabra fue una de las múltiples aventuras que emprendimos junto a un grupo de allegados y afines. Una iniciativa que si bien a nivel de formato era más un revival que un experimento2, suponía un reto divertido e interesante para un grupo de tecno-bárbaros en los albores del S.XXI, pero también mayúsculo en su concepción y conclusión como proyecto con un principio y un final. Desafío acrecentado dada la imprevisibilidad característica de este tipo de publicaciones y en muchas ocasiones de quienes las realizan.
Una publicación que para Paco fue un proyecto colectivo, pero sobre todo personal, y que al margen de la vinculación emocional que me une a ella, considero que es, en la actualidad y en su momento, una joyica editorial de 200 ejemplares de tirada por número, realizados de manera prácticamente artesanal. Un capricho, un embeleco a veces pues había que sacarla sí o sí. Paco no podía o no quería permitirse abandonar sin concluir esa particular incursión por las cañadas fanzinesco-literarias de Pantanosa, y nos azuzaba y volvía locos a todos los colaboradores para acabar textos, ilustraciones y poner `las perras´ que nos correspondiesen a cada uno.
Con una periodicidad cuatrimestral “ligeramente” irregular, como no podía ser de otra manera, cada uno de sus 10 números de fotocopiadora (8 números, más el mencionado especial de Miguel Espinosa y el Número Último) era de un color e iba ilustrado en su portada con una pieza que estuviera imbuida de espíritu cabresco por artistas como el fallecido pintor Ramón Garza, Flippy, Pedro Guirao, Zambudio o yo mismo entre otros. Como digo, cada ejemplar fue editado manualmente por Paco que también se ocupó de registrar, con su ISBN, ergo se pueden consultar en la Biblioteca Regional de Murcia. Internet por ahora no, pero eso, al menos, sí.
Qué era La Cabra
La Cabra era pues una gacetilla analógica con artículos sobre cultura y opinión escritos por sus heterogéneos y heterodoxos colaboradores, que a su vez ejercían de patrocinadores autopublicando sus textos y publicando los de otros. En ella podía haber desde poesía, cuentos, relatos, hasta breves textos ensayísticos sobre alguna cuestión o autor, pasando por tiras de humor gráfico e “ilustraciones cabriles”… Y en alguna ocasión, también algún que otro exabrupto en forma de texto libre.
En cada edición había un ejemplar cuidadosamente dedicado por el factotum a cada uno de los colaboradores. A fin de cuentas él era quien se ocupaba, y se aplicaba en singular, a componer, maquetar esencialmente, fotocopiar, grapar, y vender por locales culturetas de Murcia su preciada mercancía, “Las Cabricas”. De este modo se autodefinió él mismo en un relato maravilloso y divertidísimo llamado así, El factotum: “fundador, editor, responsable, diseñador gráfico, tesorero, maquetador, tipógrafo, corrector, socio capitalista, secretario, impresor, escritor, repartidor…” en ese riguroso orden. Este cuento aparece en el nº 3 y describía las peripecias de un redactor jefe “imaginario” que las pasaba canutas en el momento culmen de que “la revistilla” viera nuevamente la luz, exponiendo las múltiples dificultades para sacar adelante e in extemis su publicación. Personaje e historia que nuevamente eran un trasunto de Paco y de los recurrentes problemas a la hora de recibir los textos de sus colaboradores “alrededor del globo”, circunstancia que pese a lo hiperbólico de la fábula era rigurosamente cierta, había amigos colaboradores que en aquellos momentos, y aún hoy, se encontraban dispersos por todo el orbe, desde China o Italia hasta Argentina.
Como ya he dicho era un proyecto colectivo también, pero sobre todo un empeño personal, un reto que se auto impuso en un periodo de nuestras vidas en el que teníamos más tiempo para maravillosos “quehaceres poco prácticos” y económicamente inviables; los tiempos de lo analógico, con las supuestas ventas inicialmente a 100 ptas que se convirtieron luego en un euro el ejemplar, y que Paco pasaba a recoger impenitentemente por El Secreto, Ítaca o El Sur. Tuvimos diversas conversaciones al respecto, ya que él era de la opinión de que la gente debía de pagar el precio del fanzine por cojones, y yo al contrario, pensaba que era más interesante enfilárselo a gente que se lo fuera a leer seguro, aunque no siempre tuvieran las perras para pagarlo. En muchas ocasiones la gente nos soltaba los dineros con tal de que dejáramos de darles la brasa, pero no tenía mucha pinta de que se lo fueran a leer. Mi impresión, en algunos casos, era que directamente no tenían pinta de haber leído algo en su vida. Pero a Paco eso le daba igual con tal de que pagaran su valor. Por mi parte, al mismo tiempo coincidía con Paco en que la cultura tiene un valor no solo espiritual, también más prosaico, matérico, económico, pecuniario… y quienes la consumen y disfrutan deben de asumirlo (en la medida de sus posibilidades, obviamente). Pero sí, el hecho de pagar por algo o de que te cueste algo, hace que lo valores en su medida.
Otro acontecimiento, que recuerdo con una sonrisa de oreja a oreja, fue la representación de marionetas que montamos en La Fragua3 para unas 50 personas aproximadamente presentando el que fuera el número especial dedicado a Miguel Espinosa “Ética y estética de un resistente”. Tras un pequeño teatrillo leímos como pudimos (decir interpretamos sería demasiado decir) un pasaje-diálogo de Escuela de Mandarines, no recuerdo cuál pero uno breve.Fue algo brillante y glorioso por su sencillez e ingenuidad, por lo divertido del asunto y del texto… y sobretodo por lo bien que lo pasamos. Ante un pequeño auditorio de unas 40 personas conocidas y desconocidas, interpretando a Espinosa en un texto que amábamos, una de nuestras novelas preferidas, en un espacio independiente como La Fragua… todo hecho a nuestro modo, con nuestros medios, nuestro trabajo… con nuestras manitas y nuestros abalorios.
En ese número, además, Paco consiguió que se publicara una carta inédita de Miguel Espinosa. Puso mucho empeño y lo consiguió; porque que, desde su naturaleza y materialización minúscula, pero a la vez esencia mayúscula y universal, cada número aportase valor al conocimiento, requería de mucho tesón y trabajo.
La carta, dirigida a su amigo Tomás Aguilera en noviembre de 1978, se revela como un texto esencial para descubrir a un Miguel Espinosa íntimo, que habla de su escasa producción literaria y de la miseria que siempre le ha acompañado, para luego afirmar que “¡Tampoco en balde visita la miseria el espíritu!”. Finalmente realiza una confesión que presagia la incipiente escritura de Tríbada, novela de 1982 con un planteamiento formal transgresor, mucho más aún en su época, que además es uno de los textos fundamentales del escritor. Para poder publicar esta carta, Paco consiguió la autorización de sus herederos. A través de la mediación de amigos se puso en contacto con Mercedes Rodríguez, José López Martí, allegados de Espinosa, y finalmente con su hijo Juan Espinosa, quien amablemente nos cedió este documento de gran valor por su contenido inédito.
El número se completaba con la transcripción de una entrevista para TVE que deja entrever la mente privilegiada, compleja y fascinante de Miguel Espinosa, otra entrevista a Mercedes Rodríguez, amiga y musa del escritor, y cuatro ensayos breves de diversos autores realizados para la ocasión. Todo ello acompañado de una extensa y completa bibliografía del autor que incluía, a parte de los libros publicados, ensayos, correspondencia, poemas, presentaciones, prólogos, epílogos e incluso ediciones raras o curiosas… Un trabajo serio y profundo.
Él, Paco, buscaba la excelencia en su-nuestro pequeño juguete-capricho, sufragado por todos los crea-colaboradores con nuestras aportaciones literarias y pecuniarias que se iniciaron en pesetas y acabaron en euros (oscilando entre las 2000 y las 4000 ptas al principio y los 50€ cuando ya quedábamos muy pocos). Decía que buscaba la excelencia, en esa también perenne persecución de la pureza que le caracterizaba y que tantas veces le hacía encontronarsecon la vida, pero es justo también señalar que por respeto a la libertad de expresión (también pura) en algunos números se colaron textos de los que mejor no hacer ningún comentario. Se colaron, pero no sin previos debates furibundos, quebraderos de cabeza y discusiones cataclismales que finalmente y de manera asamblearia impusieron la opción de no juzgar los contenidos de los colaboradores. Aunque fuera a esa escala fanzinesca, los conceptos de belleza estética, formal, conceptual, o de libertad de expresión son absolutos… Hasta en el más pequeño de los lugares.
El Número Último y La cabra tira al monte
La Cabra culmina su periplo en el Número Último con un texto fundamental: Testamento de la Cabra. En ese número Paco, autor único del alegato que pone fin al paseo de la Cabra por la urbe, arremete contra el orden establecido de manera audaz, dando por terminado el proyecto. Su conocimiento profundo del derecho4 y la filosofía le hace apelar a cuestiones éticas y legales primordiales (pero también filosóficas, políticas y sociales) sobre lo que supone ser individuo en la sociedad y momento que nos ha tocado vivir. Una sociedad saturada y anestesiada por la sobreinformación y la post-verdad, colectivamente alelada por la opinión mediática que ejerce de sumo sacerdote anónimo con un código deontológico cambiante en función de las últimas tendencias y frivolidades del momento. Bajo mi punto de vista un texto imprescindible, fruto de una reflexión meditada y profunda rumiada durante durante lustros.
Por último quería mencionar y recordar La cabra tira al monte, una exposición que organizamos un grupo de allegados unos meses después del fallecimiento de Paco Miranda como homenaje al que fuera nuestro amigo y compañero de fatigas artísticas. La muestra estaba compuesta por 28 artistas con sus respectivas obras realizadas específicamente para la ocasión. Enlazo la versión PDF del catálogo que imprimimos como registro-recuerdo del acontecimiento, donde se puede acceder a la integridad de las obras y autores que se congregaron en este sentido alegato de cariño, admiración y respeto.
Además como colofón de despedida, el día de la inauguración se organizó un pequeño evento privado musico-festivo en el que tocaron varias bandas en directo: M76, Clara Plath, Lebowsky, Fernandead y Teenage Fun Club (proyecto homenaje con algunos miembros de Second). En total, casi medio centenar de artistas más numerosos asistentes, unidas y unidos en homenaje al que fuera un amante de la música y el arte en sus múltiples, variadas y particulares formas. Una despedida, una celebración por la pérdida que reunió a muchos amigos en torno a la figura de este abogado y escritor, como rezaba su tarjeta de visita, cuyo legado va más allá de su escasa pero valiosa obra de la que este fanzine, sin duda, forma parte.
1El fanzine La Cabra surge en el momento de transición de la era analógica a la digital, aquí en España, y se plasmó exclusivamente en papel, por lo tanto, no se puede encontrar hasta la fecha en internet. Esto es algo que pasa con muchas iniciativas relativamente recientes, dándose la curiosa circunstancia de que todo lo anterior a esta era digital sin o con escaso registro en la w.w.w. parezca que no ha sucedido. En Murcia ni siquiera hace falta trasladarse al S.XX a iniciativas como Mestizo, ya a principios del XXI, colectivos como La Fragua (2001-2008) que en este texto se menciona más adelante, son prácticamente desconocidos para la generación de mediados de los 80, 90 y 00, pese a la importancia y calado que tuvieron muchas de sus propuestas artísticas en la década de 2000. En cualquier caso es algo lógico dadas las circunstancias.
2La época dorada de los fanzines en España había pasado ya. Tuvo una presencia underground significativa a partir de los 70´ y durante los 80´, siendo los 90´ el momento de su “boom” en nuestro país. El comienzo de la digitalización de contenidos dio lugar a su “mediamorfosis” dando lugar a los webzines y zines ligados a las nuevas tecnologías de realización, difusión y consumo. Nosotros estuvimos en medio de todo esto, un poco en tierra de nadie… sin saber muy bien donde nos encontrábamos.
3Titánica iniciativa colectivo-ciudadana con un espacio cultural creado en 2001 por unos 50 artistas, gestionado y sufragado por los propios impulsores hasta 2008 aprox. Tuvo su primera sede física en la calle Torre de Romo y más tarde en los muelles de la Estación RENFE.
4Paco era licenciado en Derecho y escritor, pero también y quizás más que ninguna otra cosa, lector. Sus conocimientos en el ámbito de la filosofía eran amplios y profundos.