El tiempo ha terminado de ubicar a ‘Prácticamente nada', el último disco publicado por el cartagenero Carlos Madrid hace ya casi un año, en el terreno de lo incontestable. Y esto no significa, ni muchísimo menos, que todas las claves de sus canciones resplandezcan con la intensidad única de las certezas, sino que, a la hora de la (media)verdad, el óxido ha aceptado su rendición y ha dejado paso a una danza de interrogantes tan compleja como inspiradora, tan apasionante como intensa, tan rabiosa como involuntaria. Tras un tridente de atmósferas nostálgicas y despedidas con la voz cortada formado por los estupendos ‘Campeones de invierno’, ‘Oh, Beatrice’ y ‘El agua negra’, Madrid tomaba la distancia justa entre el papel y uno mismo, la guitarra y el piano, la ironía y la resistencia, el aterrizaje de urgencia y el vuelo de los aviones de papel con un disco que, titulándose ‘Prácticamente nada’, tenía prácticamente todo. Un recorrido marcado por la dualidad de lo que se ve y lo que parece, lo que se intuye y lo que se transparenta, lo que muerde y lo que roza, lo que arranca y lo que reconstruye, lo que naufraga y lo que flota en la superficie, lo que vibra y lo que se descompone, lo que se esconde y lo que se descubre, lo que llega y lo que queda. La obra más redonda y completa de su trayectoria. Charlamos con Carlos.
¿Le sorprendió que, con motivo de la publicación de ‘Prácticamente nada’, muchas personas recibieran el disco como el regreso de Carlos Madrid? Lo digo porque usted no se cansó de repetir en aquel momento que no había vuelto a ningún tipo de escena musical, puesto que jamás había formado parte de la misma.
No me sorprendió; es normal que la gente que me sigue lo entienda como una especie de regreso ya que he estado un tiempo considerable sin sacar material. Cuando dije eso me refería a que nunca me he sentido parte de algo parecido a un tejido cultural o una escena o una generación. Pero no lo digo porque sienta que se me haya dejado al margen o porque yo, conscientemente, no me haya integrado del todo. Aunque me temo que al final es posible que sea una mezcla de las dos cosas.
¿Sentir que uno nunca ha estado en ningún lugar facilita las cosas para sentirse especialmente cómodo en ninguna parte?
Eso va con la forma de ser de cada uno. Hay gente a la que le ayuda saberse en un lugar determinado para autoafirmarse, y es perfectamente comprensible; pero tampoco es que yo necesite o vaya buscando un espacio inclasificable, intermedio o fronterizo donde sentirme cómodo o poder brillar. Simplemente es el espacio en el que creo que estoy sobre el cual he reflexionado porque me han preguntado al respecto.
Casi un año después de su publicación, ¿de qué forma se ha asentado ‘Prácticamente nada’ en su memoria? ¿Cómo cree que ha evolucionado con el paso del tiempo?
Ahora mismo me encuentro en una fase de vacío absoluto postdisco que es muy placentera y reconfortante. Creo que no es el momento de hacer balance, aunque, ya que lo preguntas, te diré que ‘Prácticamente nada’ y todos los discos que he sacado son inmortales. Aunque la inmortalidad no esté necesariamente asociada a una vida que merezca ser vivida.
Estamos ante un disco que se mueve casi todo el tiempo desde una interesantísima dualidad. Producción, temas, lenguaje, sensaciones, cada elemento siempre se sitúa a doble cara. ¿Qué tiene este concepto que le resulta tan interesante como creador?
Bueno, yo creo que al final no deja de ser una cuestión de construir una poética desde tensión generada entre dos polos. Es así siempre, casi con todo, aunque parezca que yo lo subrayo más intensamente, porque creo que es ahí, en los grises, donde está lo más parecido a la verdad que he encontrado. Y sobre todo, lo más importante, es que trato que esto opere a todos los niveles. Pero repito: se ve en cualquier disco, película, serie u obra artística de cierta enjundia, así que tampoco lo considero como un valor específico mío. Para mí todo esto es en lo que consiste hacer una canción o un disco.
¿Cuál fue la canción que más se le resistió de ‘Prácticamente nada’? ¿Qué tema se mostró más distante y conflictivo hasta llegar al consenso final?
Con la producción de los discos quizás es el nivel donde más te tienes que ajustar tú a lo que hay. Tienes que adaptar la idea de que llevas a ‘lo que se puede hacer’ en el estudio. En ese sentido, siempre te quedas con la sensación de haberte quedado al borde. Aun así, con este disco, he tenido muy claro desde el principio cómo vestir cada canción.
¿Qué ha sido lo más complicado a la hora llevar estas nuevas canciones al directo, mantener la fragilidad o reforzar la contundencia?
Es el equilibrio, o la ausencia de él, el principio que rige un concierto, un show, etc. Al final es complicado llevar a cabo las cosas, sean como sean: o te quema o te deja frío. Pero a veces esa es la gracia. Hablando de este tema con amigos músicos, siempre me afean lo mismo. “Esta canción aquí rompe totalmente el ritmo del concierto” Y yo pienso: “¡Pero si es exactamente lo que quiero!”.
Una de las frases más memorables de esa obra maestra titulada ‘Delitos y faltas’ de Woody Allen afirmaba que ‘La comedia es igual a la tragedia más tiempo’, y creo que su disco, en algunos momentos, vendría a ser una transcripción musical de esta idea. ¿Era, de alguna forma, la intención principal?
Si algo puedo afirmar con total contundencia y sin miedo a arrepentirme dentro de diez años cuando vuelva a leer esta entrevista es que es absolutamente imposible producir una obra que sea totalmente contemporánea, en el sentido que recoja nuestra sensibilidad actual, sin la autoconsciencia y la ironía, el sarcasmo y el humor que ésta desprende.
La última vez que le pregunté al respecto subrayó que su compromiso con la música es puramente estético. En ese sentido, ¿qué considera que tiene que tener de forma innegociable algo tan complejo como una buena canción?
Cuando digo estético no me refiero a superficial. Entiendo el compromiso estético como un compromiso puramente artístico. No hago canciones para cambiar el mundo, ni para llegar a más personas, ni siquiera para entenderme mejor a mí mismo: escribo canciones buenas porque me gustan las canciones buenas y creo sinceramente que puedo contribuir a esa constelación de canciones buenas escritas en castellano de principios del siglo XXI.
¿Cree que con el paso del tiempo hemos ido adquiriendo cada vez más obsesión por sobreanalizar las obras artísticas, por tratar de leer entre líneas y encontrar un significado más allá de lo estrictamente tangible?
Yo creo que por un lado está esa tendencia de la que hablas, que creo que tiene que ver con la proliferación de medios digitales y redes sociales donde todo se sobredimensiona y todo el mundo opina. Pero, por otro lado, creo que simultáneamente se da justamente todo lo contrario. Se habla mucho, pero se habla mal. Hay una especie de dictadura del gusto fruto de la democratización que trajeron las redes que ha dejado el papel del crítico de arte en un segundo y casi ridículo plano. Mucha gente no tiene las herramientas para descifrar por qué una canción funciona (funciona a nivel interno). Bueno, pues las hay.
En ese sentido, ¿hasta qué punto tienen parte de culpa de este fenómeno los propios artistas?
Por supuesto que con una canción o un disco el autor despliega una red de significados que cada oyente va conectando con su experiencia, su cultura, su imaginario, etc. y termina completando el círculo; pero no nos podemos volver locos tampoco con lo de las lecturas infinitas. Cuando los artistas dicen eso de “lo bonito es que cada cual lo interprete como quiera” me parece más una red de seguridad para protegerse ante el hecho de que ni ellos mismos tienen la más remota idea de lo que están diciendo sus canciones. Por otro lado, también es verdad que, aunque le demuestres a alguien de una forma casi científica y con miles de argumentos que tal canción está mal construida, es artificiosa, etc. y la otra persona te diga “pues a mí me gusta”, se ha acabado el debate. Y no sé muy bien si eso es algo bueno o malo.
A nivel tanto personal como creativo, ¿qué relación tiene con el pasado y con el futuro? ¿Le afectan de algún modo especial las cosas pasadas y las que (quizás) estén por venir?
Ya he dicho alguna vez que a nivel creativo no soy un compositor demasiado al uso. Puede parecer que uno, con sus canciones, sus discos, se va a ir trazando una especie de diario sentimental con el que cohesionar su vida artística, pero no tengo muy claro que realmente sea así. Hay tantos elementos que interfieren para que tus discos sean estos, y no otros, que es casi inabarcable. Respecto al pasado, no soy especialmente nostálgico ni fetichista ni mitómano. Lo que sí me parece fascinante es la capacidad premonitoria que tiene a veces el proceso artístico. La intuición. Es algo que escapa totalmente a mi comprensión.
¿Considera que la ironía y el sarcasmo son una cuestión de supervivencia?
No simpatizo en absoluto con la idea de que sea una especie de bálsamo para soportar la realidad y hacerla más llevadera. Ni siquiera como una vía de escape. Es un más bien un recurso más del lenguaje. Si todos tuviéramos garantizada nuestra supervivencia en un entorno feliz y perfecto los seguiría utilizando.
Si estuviera usted en el otro lado de esta conversación, ¿qué se preguntaría?
Me preguntaría: “¿Puedo volver a dónde estaba?”
¿Tomarse demasiado en serio a sí mismo es lo peor que le puede pasar a un artista o se trata de algo casi inevitable si el éxito aparece por el camino?
Lo peor que le puede pasar a un artista es que tenga menos talento del que cree. A priori no es ningún drama, pero la sociedad, con todos sus tentáculos, va a intentar por todos los medios que no te des cuenta de esto porque te va a alentar para que continúes intentándolo, hablándote del esfuerzo y tal; y eso, a la larga, sí que es bastante triste.
¿Desde dónde le gustaría observar a Carlos Madrid todos los aviones del mundo?
Espero que nunca ocurra, porque me aterran las magnitudes superiores a cien, o ciento veinte.
Por último, ¿tendremos que esperar mucho tiempo para escuchar la continuación de ‘Prácticamente nada’?
¿Un año es poco tiempo? ¿Tres es mucho?
Fotos cedidas por Carlos Madrid.