En la Nochebuena de 1995, el mejor amigo de Miguel Ángel Hernández asesinó a su hermana y se quitó la vida saltando por un barranco. Es el comienzo de 'El dolor de los demás', la última novela de este escritor murciano que se abrió la camisa, se desfondó y quedó marcado tras la escritura de una historia real, su historia. En la charla corta, al pie, es difícil no mecerse con sus respuestas, que aunque directas, consiguen ramificarse y mostrar nuevos puntos de vista sobre cualquier tema. Ahora, publica 'Demasiado tarde para volver', una suerte de relatos revisitados en los que la huida, como en todas sus obras, tiene una importancia perentoria. “El derrumbe / nos ha dado / una nueva montaña”, escribió hace tiempo la poeta María Auxiliadora Álvarez, y desde la de Miguel Ángel se ve a un hombre serio, sentimental, pero lleno de esperanza por lo que tiene que venir.
¿Qué vamos a encontrar en Demasiado tarde para volver?
Es un libro que no es nuevo del todo, ni viejo del todo. Rescato un pequeño libro que publiqué en Libros del Tranvía, de microrelatos, en 2008. A estos, se añaden una serie de cuentos que he ido publicando en estos últimos años. Es una relectura del libro anterior, que publica la editorial chilena Ril. El editor escuchó mis cuentos, les gustó, y yo los tenía como olvidados, pero el hecho de que salga algo mío en Chile me hace ilusión. He corregido algunos microrelatos, y aunque no es el libro en el que más me reconozco, sí que lo que soy ahora viene de esos textos. Es algo prehistórico, pero creo que puede tener su gracia.
Tengo la sensación de que el relato ha perdido fuerza frente a la novela, ya sea corta o larga, como que el género ya no tiene tantos adeptos y tantos titulares…
Nunca ha tenido excesiva fuerza, salvo en algún momento concreto. En Estado Unidos sigue teniendo éxito, porque las revistas literarias siguen funcionando muy bien, porque los relatos se pagan y porque hay tradición. En España se enseña mucho a escribir relatos en los talleres literarios, hay muchos concursos, pero a la hora de publicar, un editor se lo piensa. Los lectores de relatos son como los lectores de poesía, que son los mismos que los escriben, mientras que hay más lectores de novela. En los últimos cinco años ha habido una vuelta del relato a la primera línea de fuego. El número uno de El País hace dos años fue Manual para mujeres de la limpieza, de Lucía Berlín.
El relato empieza a ser de nuevo reivindicado como literatura comercial, incluso. Hay como una nueva edad de oro. Yo no me siento tan a gusto en las distancias cortas del relato como en las distancias largas de la novela. Aun así, es un género por el que pasa todo aquel que ha escrito una novela. Es como el dibujo frente a la pintura, todos tenemos que saber de qué va la cosa.
Si lees la contra del libro, además de temas como el pasado, los viajes o el cambio, se menciona la huida. Y creo que es un aspecto esencial en todos tus libros.
Es una de mis obsesiones, el escape. La necesidad de salir, de moverse hasta otro lugar. Lo que ocurre en este libro, y creo que es una idea que recorre todo, es que en ese momento de escape hay un instante de peligro en el que ya no hay vuelta atrás; y en ese instante de peligro, en el que se decide si volver o no, uno se da cuenta que la huida en sí misma es un lugar en el que no se está tan mal, empieza a sentirse atraído por esa distancia. Huimos hacia no se sabe dónde, y muchas veces estamos más a gusto que en el sitio del que escapamos; es la idea de que uno puede habitar sus miedos. Casi todos los relatos del libro hablan de alguien que huye hacia la oscuridad, y cuando llega allí, siente que han llegado al sitio donde se encuentran bien.
Imagino que esa huida también te retrotrae a la infancia. ¿Cómo recuerdas ese tiempo? ¿También sentías esa necesidad de huir?
En el fondo, esa pulsión de huir la tengo desde mi infancia es también una necesidad, un intento de escapada, de un sitio que crees que no es el lugar para el que habías nacido. La idea de la desubicación. Yo, en la huerta, quería irme a otro sitio. Tiempo después, cuando vuelves a pensar en esa huida constante, te das cuenta de que ese sitio era como cualquier otro, y que quizás esa huida también fue un poco injusta para el lugar, porque cuando nos escapamos de los lugares, nosotros nos vamos pero los lugares se quedan, y los lugares tienen memoria, afectos, son personas. A veces he podido ser injusto con el origen, con todos esos lugares de los que he escapado. Tengo tendencia a irme, y al mismo tiempo, una tendencia a ser el último en irme, por ejemplo,de las fiestas. Estar hasta el último momento por si pasa algo.
Hace poco tiempo un amigo me dijo que te preguntara esto: ¿hay venganza en El dolor de los demás?
Hay un ajuste de cuentas con el pasado, con cosas que nunca dije, cosas que me callé en la infancia y que ahora he podido decir. No es tanto venganza como justicia, porque la venganza es algo en lo que quieres quedar por encima; ajuste de cuentas es restructurar lo que no se dijo, decir aquello que quedó pendiente, y ese sentimiento sí está en la novela. Al final, las cosas que no se dicen crecen por dentro y terminan explotando. Lo que se dice, es lo que se puede manejar. Con las otras te rompes por dentro.
Hablando de romperse por dentro. Tras terminar de escribir El dolor de los demás, dijiste que te quedaste tocado, que eras otro. ¿Se puede recuperar uno de la pérdida y el dolor?
Bueno, me quedé tocado como cualquiera que se enfrenta a sus fantasmas, porque al final, cuando te pones a escribir sobre algo que sabes que está ahí, pero que no lo mirabas de frente, es un proceso de caída al infierno absoluto. Y de enfrentarse con la pérdida, pero no solo con la de mi amigo, sino también con la pérdida del origen, de los padres, de todas las cosas que uno ha ido dejando, porque en el fondo, nuestra vida es perder.
Creo que el libro me ha enseñado a afrontar esa pérdida, pero de la pérdida no se recupera nadie. Es como si te cortan una pierna, no te va a crecer, pero aprendes a andar con muletas, aprendes a sobrellevarlo. De la pérdida de mi amigo, o de mis padres, no me voy a recuperar nunca, pero sí que he aprendido a vivir con ello, a ir por la calle con los fantasmas de la mano. Es la única posibilidad que tenemos, vivir con la cicatriz. Lo que no podemos hacer es ignorar esa cicatriz o correr como si no nos hubieran cortado la pierna. Hay que aprender a correr con las muletas, y creo que la literatura nos ayuda a eso, escribir es muchas veces crear unas muletas para asumir eso que no habías asumido. Uno sobrelleva la pérdida sabiendo que no hay remedio, y debes hacer dos cosas: asumirlo y recordarlo. El libro comienza con una frase de Susan Sontag: “la memoria es, dolorosamente, la única relación que podemos sostener con los muertos”. La escritura, como la memoria, es la única manera de revivir y hablar con los muertos.
Cuando terminé el libro, me dio la sensación de que, de alguna manera, sí habías perdonado a tu amigo, pero no del todo. Se queda como en un limbo que…
Claro, el problema no es tanto el perdón. Hay un momento en la novela que digo que sí es posible amar sin perdonar, porque llego a la conclusión de que yo no tengo que perdonarle nada. La capacidad del perdón la tiene quien ha sido ofendido, pero, ¿cómo vas a perdonar algo que no te ha hecho a ti?
Hablo más de perdonar lo que hizo, y las consecuencias que eso ha tenido en la persona que eres y en el camino que has recorrido.
Más jodido estuvo él y su familia. Al final, esto va por grados, y es verdad que te jode un poco la vida, pero piensa en cómo dejó a los padres y a la familia. Al final, no soy el centro del mundo, pero sí soy el centro del mundo que yo escribo. No es tanto el perdón como el ajuste de cuentas del que hablaba antes, saber exactamente cuál es la emoción que yo mantengo con ese pasado. Sin quitar de en medio lo que hizo, poniéndome en la otra parte, en la de la víctima, no se puede borrar el afecto que tú sientes por alguien con quien has vivido dieciocho años de tu vida, quien ha sido tu mejor amigo. Eso no se borra de la noche a la mañana, la memoria no es Photoshop. Mi amigo, en mi cabeza, es mi amigo, y también la persona que cometió un crimen.
¿Y cómo caso esas dos cosas? Tengo que aprender a vivir con emociones que son contradictorias, y no puedo borrar que matara a su hermana ni que fuese mi amigo. Es la misma persona, y tengo que ajustar esas emociones. La novela va sobre eso, sobre el conflicto de emociones que son antagónicas. Hay una línea donde esas dos emociones se juntan y se entrelazan, y ese espacio, que es muy difícil de definir, es el que quiero plasmar en la novela.
Cambiando de tercio, ¿cómo se vive siendo tan prolífico y no muriendo en el intento?
Para mí, la escritura es un medio de respiración. Por ejemplo, con los diarios, en los que escribo casi como hablo. No están trabajados al nivel de una novela, es una escritura mucho más constante. Siempre estamos escribiendo: tuits, whatsapps, emails… En el fondo, la escritura del diario no desentona mucho con eso. En mi caso, es una pulsión de escritura, estoy siempre escribiendo. Y se escribe en el texto, pero también en la cabeza. Cuando me pasa algo, lo racionalizo, lo pongo en contexto narrativo, cuento una historia sobre eso. Evidentemente, escribir una novela es más complejo, tienes que planificar y trabajar el lenguaje como un joyero, con detalle y minuciosidad.
¿Crees que la literatura se está moviendo a la no-ficción porque ya no hay buenas historias?
Creo que sí que hay un giro a la no-ficción y a la autoficción, que no es nuevo del todo, que está en las series también. David Shields lo llama “hambre de realidad”, necesitamos que lo que nos cuentan sea real, porque como en el mundo en el que vivimos, las cosas que parecen reales no lo son (la posverdad), necesitamos un anclaje que nos diga que eso que se está contando esté inspirado o basado, o tenga algo de realidad. Una novela de no-ficción y una de ficción pueden ser muy buenas o muy malas. A mí me gustan los buenos libros que están bien construidos, y el tema, a veces, es anecdótico. Hay historias que merecen ser contadas, y de lo que se trata es de escribir buenos libros.
Dicho esto, es cierto que vivimos en la era de la exposición absoluta de la intimidad, Piensa en Ordesa, de Manuel Vilas, en Marta Sanz o Sergio del Molino en España; o Knausgård a nivel internacional… Esa exposición de la intimidad aparece en un momento en el que todos nos estamos exponiendo en las redes sociales, del mismo modo que estos escritores lo están haciendo en sus libros. No es igual un selfie en el que se ve el baño para Tinder, que Ordesa. En el libro hay una voluntad de estilo, de trabajo, de narrativa, que hace que, incluso en la exposición de la intimidad, la literatura se geste en el cómo. Y esa es la clave de la literatura.
Hablabas antes de las series. ¿Crees que ya son un producto casi literario? Siempre digo que The Wire, por ejemplo, es el Crimen y Castigo del siglo XXI.
Es la pregunta de nuestro tiempo, da para una entrevista entera. Hoy (Nota del redactor: en el día de la entrevista, el 20 de septiembre), en El Cultural, publicaba Agustín Fernández Mallo a favor de las series y Juan Manuel de Prada en contra. Este último dice que nos embrutecen, y el primero que tienen mucho que ver con la novela, más las series que el cine. Las series sí que se parecen en cuanto al nivel de profundidad a la estructura de una novela, que casi están en el ámbito del tiempo real, y no se pueden ver en un día, como no se puede leer una novela en un día. Cuentan historias, y si hace un tiempo eran las novelas las que gestionaban las conversaciones entre amigos, hoy son las series. Es algo que tiene que ver con la capacidad de relacionarse, incluso con el prestigio social, incluso con la diferencia cultural, a través de lo que estás viendo.
En la era de Netflix y del streaming, es más barato y más fácil. Ha sustituido a la novela como forma de ocio y de conversación, y también como forma de creación de imaginario. Creo que la literatura tiene una cosa que aún no tienen ni el cine ni las series, y es la potencia de la imaginación. La literatura es superior en la creación de la imaginación, porque en el acto de lectura, el lector está poniendo mucho más de sí que cuando está viendo una película o una serie; estás imaginando a los personajes, unos escenarios… Siempre digo que hay series y películas muy buenas, pero que una serie buena no es mejor que una novela buena, y una serie mala no es mejor que una novela. Si la gente quiere ver 50 sombras de Grey, que lea la novela; que es mala, malísima, pero siempre va a ser mejor que la película, que también es mala. Hay un superioridad ontológica de la literatura, y está en la imaginación. Además, los libros manipulan menos que las imágenes, porque la relación con los libros es más activa. Si perdemos la literatura estamos jodidos.
En las series, una de las cosas que hacen que nos mantengamos pegados a la pantalla es la construcción del mundo interior de los personajes, su caracterización. Y en tu obra, los personajes siempre se quedan en la memoria. ¿Cómo consigues estructurarlos?
Casi viviendo con ellos. En los talleres que imparto, cuando hablamos de personajes, de diálogos incluso, es algo que recomiendo, que la gente haga voces, imite voces, vea cómo actúan los personajes; como un método de Stanislavski del escritor. Y que más allá de lo que vayas a contar de ese personaje en la novela, que vivas ese personaje, que te muevas como ese personaje, que hagas sus gestos y hables como él. Habitando en ese personaje, metiéndote en su piel, acaba siendo complejo. Por supuesto, tienes que tener un contexto, dónde nace, qué hace, cuál es su background, pero sobre todo tienes que vivirlo. Incluso cuando estás escribiendo. En Intento de escapada, cuando escribía las partes de Jacobo Montes, o cuando hablaba él, me ponía sobre el teclado de una manera diferente a cuando hablaba Marcos o Elena. Creo que sin eso, si el personaje no te posee como un espíritu, termina siendo plano. Y es tan fácil como vivir un tiempo con él, más allá de lo que el personaje haga en la novela. La clave de los grandes personajes, en las novelas o en las series, es que alguien se imagine que hay vida más allá de lo que cuentan. Acabo de terminar Mad Men, y me imagino a Don Draper más allá de las cosas que me han contado, pensando qué le habrá pasado, cómo irá su vida. Y eso es porque el personaje no está solo puesto en función de la historia.
Impartes esos talleres en Club Renacimiento, la primera escuela de escritura creativa en la Región. Algunos ya hemos pasado por ahí. ¿Crees que a escribir se aprende escribiendo? ¿Qué tanto por ciento hay de talento innato y de aprendizaje?
A escribir se aprende escribiendo, seguro, igual que a pintar se aprende pintando, y a cocinar, cocinando. Escribir es una artesanía, y puedes aprender a ser buen escritor. A contar historias originales no se aprende. Nosotros, en el Club Renacimiento le decimos a los alumnos: “podemos enseñaros cómo, pero el qué, tu discurso, tu voz, tu mundo, te lo tienes que traer”. Hay gente que puede llegar a escribir muy bien, pero que no te interese lo que cuente. Y al revés, gente que no es gran prosista, pero joder, qué mundo interior tiene. Hay cosas que no se pueden aprender, que van contigo. Pero en cuanto al cómputo general, creo que hay una parte básica de oficio, que se aprende, pon un 30%; y hay un mundo interior, que no se aprende, que es creado, y que supone casi el total de lo que queda. Ese se aprende de la experiencia vital y de las lecturas, porque es tan importante lo que vive por sí mismo, como lo que vive a través de otros. Cuando pienso en mi infancia, soy lo que he vivido, pero también lo que he leído. Leer también es vivir. Hay también un tanto por ciento intangible que es el que está en medio del talento, la oportunidad y la suerte. No siempre se dan las condiciones económicas o personales para que puedas escribir. A lo mejor, en el momento que estás escribiendo la novela de tu vida te estás divorciando. Ese punto de contingencia también es importante, y sin eso no está todo lo demás.
También, después de haber conocido el mundo editorial, creo que hay un falso mito sobre la conspiración de los editores contra los buenos escritores. “Es que solo se publican cosas malas y mi gran novela nunca se va a publicar”. Si una novela es buena se va a publicar seguro; si tienes suerte, en una de las grandes, o si tienes peor suerte, en una de las medianas. Pero se va a publicar en un buen sitio, porque a los editores no les está llegando constantemente obras maestras, y están deseosos de recibirlas. Los editores son gente que, por un lado aman la literatura, y por otro tienen un negocio en el que no quieren palmar pasta, como todo el mundo. SI viene un buen manuscrito, lo publicarán. Hay que tener una cualidad, sobre todo para el que empieza, y es la paciencia. No puedes terminar tu primera novela y creer que al mes siguiente te van a decir que la publican. Pueden pasar tres, cuatro o cinco años y que esa novela esté dando tumbos, y al final llegar a buen lugar. La paciencia es fundamental.
Habéis creado una generación de escritores murcianos y os hacéis llamar Generación Morcilla. Juan Soto Ivars me dijo que en Murcia se están haciendo cosas tan chulas porque en nuestra adolescencia nos hemos aburrido mucho, y eso ha potenciado la creatividad.
Yo me he aburrido mucho en la huerta, estaba solo y me tenía que crear mis propias historias. No sé si es que nos hemos aburrido o nos hemos desesperado mucho, porque hay un aburrimiento lúdico y un aburrimiento exasperante. Creo más en las inercias, que ves que el de al lado puede, y tú también te animas. Y eso ha pasado en Murcia, donde siempre han habido grandes escritores, con una tradición muy potente. Lo que sí estamos es en la periferia editorial, y para un escritor de Madrid es más fácil publicar en una editorial nacional que reside en Madrid, que para un escritor de Murcia publicar en una editorial de Madrid. Si publicas en Madrid sale en medios nacionales, y estar en el centro siempre es un plus. Pero en cuanto al talento, hay el mismo que en otros sitios. Por una serie de consecuencias, de inercias, el talento se ha animado y se ha contagiado. Para un escritor como yo, ver a Luis Leante ganar el Premio Alfaguara, es un subidón, y en vez de enviar mi libro a la editorial de mi pueblo, pues lo envío al Premio Herralde. Y al principio piensas, “¿cómo voy a enviar yo mi libro al Herralde si soy de Murcia?”. Pues lo envías y te lo termina publicando Anagrama, y el que está al lado, que no se atrevía, decide animarse. O un músico que está viendo cómo lo está petando Viva Suecia. Es un sí se puede que tiene que ver con el contagio, con que hay algo que se transmite en el aire. Todos estos mundos se retroalimentan, y a través de ellos se va formando un castillo. Iniciativas como la vuestra, que unen todas las disciplinas de la cultura, hacen que ese contagio, en el buen sentido de la palabra, se propague.
¿Qué temes más, una mala crítica o diez años más de Lucas Vázquez en el Madrid?
Me lo has puesto muy jodido. Le temo a una semana más de Lucas Vázquez (ríe). A mí me gusta mucho más el fútbol, y soy madridista, pero cuando acaba el partido del Real Madrid, se ha acabado. Quiero decir, yo no dejo follar porque haya perdido el Madrid. Pero sí dejo de follar por una mala crítica, o me acuesto con una mala hostia tremenda. Una mala crítica, un mal comentario, una estrellita en Goodreads me revienta, y creo que a todo el mundo, pero muchas escritores van de sobrados, parecen estar de vuelta de todo, y dicen que no leen las críticas. Tú lees hasta los tuits, y cuando tienes un día en el que han puesto de puta madre tu novela en Babelia, en el ABC, en El Cultural, en siete sitios diferentes, y hay una paya en Goodreads que te ha puesto una estrella, esa noche no duermes por esa estrellita. Hay una persona que no te quiere, y eso tiene mucho que ver con el modo en el que nos relacionamos con la gente: queremos que nos quieran todos. Se cuentan historias de escritores clásicos que iban con la mala crítica en el bolsillo, por si se encontraban al crítico y le podían meter cuatro hostias. Por supuesto, hay críticas de las que se aprende un montón, y a yo con Intento de escapada y con El instante de peligro tuve críticas que me hicieron crecer, con cosas que no estaban bien. Luego hay otras críticas que son injustificadas, y sabes por qué son así, que son por cosas que no tienen nada que ver con el ámbito literario y sí con el personal, y esas te tocan mucho las narices. Quien diga que no le importan las críticas, miente.