El Nido, D.O. Jumilla, es uno de los tintos mejor valorados en la historia vinícola española, llegando a obtener una puntuación de 99 en la escala del influyente crítico de vinos Robert Parker. En la concepción de este Crianza 70% Cabernet Sauvignon y 30% Monastrell ha tenido un papel protagonista un enólogo venido de la otra punta del mundo. De Australia, concretamente. Esta es la historia de cómo un forastero recuperó unas vides únicas.
Llego a las instalaciones de Bodegas Juan Gil a las 16:45 horas. Estaba citada a las 17:00, así que tengo que esperar unos minutos porque, según me cuenta una de las recepcionistas, “Chris y Bartolomé están comiendo”. Asiento y me predispongo a revisar las preguntas de la entrevista. “Un momento”, pienso, “Están comiendo a las cinco de la tarde”. Sí, y esta es solo una pequeña muestra del tremendo trabajo que conlleva crear un vino de la calidad de El Nido.
Cuando la cuarta generación de los Gil, compuesta por nueve hermanos, se hizo cargo en 2002 de la bodega que Juan Gil Jiménez había fundado en 1916, se enfrentó a varios retos. Los hermanos Gil venían de formarse en disciplinas como la aeronáutica o la química, y de perfeccionar sus conocimientos en enología trabajando para bodegas de la zona.
Pero la manera de hacer vino que había imperado en España en la época de sus antepasados estaba quedando obsoleta. Era un vino a granel, sin embotellar ni madurar. El tipo de vino que se producía en España hasta hace no mucho. Pero la evolución del sector demandaba un cambio de estrategia.
Entre los viñedos de la familia destacaban unas vides muy antiguas, algunas centenarias, de un negro carbón, tronco grueso, retorcidas como aferrándose a esa tierra tan poco generosa. Unas vides de uvas Monastrell pequeñas y prietas, resistentes natas en una superficie seca, pedregosa, pobre en nutrientes, que las obliga a retener todo el agua posible y concentrar los azúcares. Unas vides, a simple vista, difíciles.
El destino quiso que el prestigioso enólogo Chris Ringland y Jorge Ordóñez, importador español en Estados Unidos, se conocieran en un evento en Boston. “Jorge me llamó y me propuso visitar Jumilla y echar un vistazo a las vides más antiguas. Me pareció una buena oportunidad para formar parte de la revolución que el vino en España estaba, y está, viviendo”. Y de ahí, al éxito.
Chris Ringland, natural de Nueva Zelanda, lleva haciendo vinos desde que tiene uso de razón. O, al menos, desde que la razón se le hizo mayor. Les pillo -a él y a Bartolomé Abellán, enólogo de Bodegas Juan Gil- acabando con la cata de lo que serán botellas a la venta dentro de 24 meses.
Cuando uno piensa en un enólogo de prestigio internacional, se te cuela en la imaginación un caballero espigado, vestido con un traje impecable, con más gomina de la que sus canas pueden mantener y una actitud algo altiva frente a los que no entendemos los entresijos de la enología. En cambio, me encontré con un hombre afable, enamorado de su trabajo, agradecido con la vida y, por encima de todo, fiel defensor de los pequeños proyectos que hacen vinos únicos.
“Me gusta trabajar en zonas que han sido tradicionalmente pasadas por alto, como Jumilla, que siempre había estado a la sombra de las grandes, y de repente la gente los está valorando no solo en España, sino internacionalmente. Es una gran recompensa para nuestro trabajo.” Recompensa es la palabra que más veces repite Chris durante la entrevista. Y se le nota la satisfacción en cada sílaba. Cuando Chris llegó a Jumilla y examinó las viejas Monastrell, supo al instante lo que tenía delante. Es lo que le hace especial, su capacidad de identificar lo que una vid, por muy vieja, torcida y corta que sea, puede producir con un resultado sobresaliente.
Como prueba, un botón: Chris consiguió recuperar vides Shiraz de 1910 en su propiedad de Barossa, en el sur de Australia. Le llevó diez años, pero el resultado es excelente. En palabras del propio Chris, “las vides antiguas son mejores porque han sobrevivido en el mismo entorno a lo largo de muchas estaciones. Aprenden a vivir en armonía con lo que les rodea, y se vuelven extremadamente resistentes a los cambios estacionales”. Y esto, precisamente, es lo que vio en las vides jumillanas.
“Lo que encontré atractivo es que todo giraba en torno a la vid. Era la protagonista. El plan no era construir una bodega con maquinaria y equipo ultrasofisticado, sino únicamente identificar las vides con un gran potencial desaprovechado y utilizar técnicas tradicionales para conseguir un vino poderoso y especial”. Chris tiene claro lo que un proyecto debe tener para que decida involucrarse, y Jumilla cumplía ambos requisitos. “En primer lugar, sólo trabajo con tinto.” Además, el clima extremo de la zona, los contrastes térmicos, la escasa lluvia y un terreno seco y pedregoso le recordaban a Australia. “Siempre busco que haya similitudes remarcables con el clima y el ambiente de las zonas en las que trabajo en el sur de Australia, y Jumilla es muy parecida. Tenemos vides muy antiguas, suelo seco, características muy concretas y particulares que no se encuentran en otro sitio”.
Surgió entonces una alianza que hoy, 15 años después, puede presumir de haber devuelto su sitio a una D.O. antes considerada ‘de segunda’. Con Bartolomé como mano derecha, Chris comenzó lo que sería una transformación completa de las instalaciones y el proceso de elaboración. “Empezamos desde cero”, afirma. “Al principio, utilizábamos una fábrica en desuso, muy vieja, a las afueras de Jumilla, y establecimos un proceso primitivo que mantuvimos durante los primeros años. La idea era trabajar con vides excepcionales mediante un procedimiento muy simple, con técnicas muy básicas, resucitando el proceso de siempre, y por eso los vinos tienen tanto poder y pureza». Bartolomé corrobora que “se utilizan materiales nuevos. En lugar de hormigón y hierro, ahora los depósitos son de acero inoxidable, tenemos equipos de frío… pero nada de tecnología avanzada. Estas vides son muy agradecidas. “Hacer vino es como traducir”, añade Chris, “nosotros encontramos viñedos que cuentan una historia y, después, la traducimos en un vino único”.
Chris ya es de sobra conocido en el mundo de la enología en España, y ha recibido varias ofertas para trabajar con bodegas del país, pero prefiere invertir su tiempo y esfuerzo en un proyecto con personalidad y a largo plazo, como el de El Nido. “Llevamos trabajando juntos casi veinte años para hacer grandes vinos que aguanten durante generaciones. Lo bonito de este proyecto es ver su evolución, ver que están empezando a ser reconocidos en Estados Unidos, Reino Unido, Asia, también en el mercado nacional español…».
A todo esto se suma la sincronía que Bartolomé y Chris han alcanzado. “Ya nos conocemos, sabemos lo que hacemos, entendemos a las vides extremadamente bien, hemos desarrollado juntos la técnica de la elaboración del vino. Cuando hacemos las catas, nuestras notas siempre coinciden. Es sorprendente lo bien que nos comunicamos, a pesar de que mi español sea horrible”, bromea Ringland. La llegada de Chris fue un torbellino de experiencia e ideas para Bodegas Juan Gil. Desde entonces, Chris viaja a Jumilla unas tres veces al año, para trabajar con Bartolomé en la cata y el coupage, evaluar los viñedos, diseñar el plan de vendimia, controlar la evolución de los caldos, y un largo etcétera.
Chris y Bartolomé ven el futuro con buenos ojos. “Queremos mantener la posición de vino altamente premium, único, exclusivo, y capaz de madurar estupendamente durante muchos años, 30, 40, o incluso 50 años. España está atravesando este momento de reevaluación, de reconocimiento de la historia y la tradición. Además, las variedades y calidad de los vinos nunca ha sido tan emocionante como ahora”, comentan.
Aquella visita a Jumilla en 2001 fue la primera de muchas más. Mientras continúen, y mientras Bartolomé y Chris se entiendan tan bien, podemos estar seguros de que El Nido seguirá dando trabajo a Robert Parker.
Fotos: Silvia Nortes y Bodegas El Nido.