¿Quién era Marilyn Monroe? Era esa que se ponía en la rendija de ventilación para dejar ver las piernas en una grabación mientras 1500 hombres y 150 fotógrafos gritaban «more, more». Su vestido blanco sería más tarde el preferido en Las Vegas para matrimonios rápidos, junto con el de Elvis. Era esa que cantó el «happy birthday Mr. President» con una sensualidad inexplicable. Era esa rubia tonta que cobraba 500 veces menos del dinero que generaba en la 20th Century Fox.
Pero también era esa que no conoció a su padre, que fue dada en adopción repetidas veces tras el internamiento psiquiátrico de su madre, que sufrió dos violaciones antes de los doce años. Era esa que tuvo que casarse con dieciséis, convirtiéndose en Ms. Dougherty, para evitar otra familia de acogida.
Todos conocemos a Marilyn y sabemos lo justo de ella: que su cara funcionaba, aunque a veces parecía que tenía un ojo pipa. Si queremos retratarla nos bastan sus medidas: 91-60-86 cm / 1.67 m / 53,5 kg. IMC normal. Saludable. Causa de la muerte, suicidio por pastillas en una noche extraña. ¿Fue un suicidio? Otra más, al saco.
Empero, algunos saben que su coeficiente intelectual era de 165 puntos. Más que Einstein. Más que Hawking.
Otros, los menos, conocen de sus tres matrimonios. El primero, con el ya referido Mr. Dougherty, un don nadie. El segundo, con Joe DiMaggio, el ojito derecho de América. La sex symbol y el jugador de los Yankees, el típico italiano ardiente que ansiaba una buena ama de casa. Pocos han oído hablar de la paliza que le dio él, supuestamente, cuando Marilyn volvió a casa después de grabar la famosa escena en la que se le levantaba la falda.
Pero casi nadie sabe cómo Marilyn se veía a sí misma. Y que solo quería eso. Alguien que la viera.
Escribía poemas y le preocupaba ser buena actriz. En pleno éxito en Hollywood se tomó una pausa para matricularse en el Actors Studio, para vergüenza de sus compañeros aprendices. Ensayaba y se comprometía con su trabajo. «Work is a kind of love». Lee Strasberg fue su profesor y la primera persona que pareció reconocer en ella una sensibilidad única, solo comparable a la de Marlon Brando. Para el resto solo era la rubia tonta que ella fabricó para procurarse un hueco.
Empezó por el principio: con apenas 22 años consiguió un contrato de la forma habitual por entonces, esto es, frecuentando camas. Hashtag metoo. Si no lo haces tú, lo hará otra. En aquella época el matrimonio Dougherty estaba comprometido con la II Guerra Mundial, él en las trincheras y ella trabajando en una fábrica de municiones. En aquellos tiempos no se llamaba Marilyn, sino Norma Jeane, y fue ahí donde por casualidad la retrataron para una revista. Desnuda.
Esas fotos salieron a la luz cuando Marilyn ya era Marilyn y había abandonado a Mr. Dougherty para ir en pos de su sueño. Fue un fenómeno temprano de slut shaming. Ella aprovechó la oportunidad para reapropiarse de su imagen: «mi cuerpo es mío. Every part of it». Se inventó una historieta sobre su falta de ingresos y así se granjeó el apoyo del público. Convirtió la desgracia en su trampolín al éxito.
¿Quién era Marilyn Monroe? Más allá de las cifras, los datos, las medidas.
Ella quería saberlo y buscaba a alguien que se lo explicara. Con Strasberg, el profesor, indagó en su memoria emocional para buscar respuestas y escapar de su estigma de rubia tonta, pero aquello la trastornó. ¿Podía soportar su conciencia una madre enferma que le escribía cartas donde le recordaba que su ligereza de cascos iba a llevarla al infierno? ¿Revivir las experiencias de abusos sexuales? ¿La soledad latente?
Marilyn se sentía incapaz de amar, de ser amada. Fue lo único que quiso durante toda la vida, como repite a menudo Rafael Reig en la maravillosa novela Autobiografía de Marilyn Monroe publicada por Tusquets. Y si uno presta atención entre tanta parafernalia, en el documental Love Marilyn emitido recientemente por RTVE pueden apreciarse dos autorretratos pintados en la infancia la bomba sexual: un amasijo de trazos negros que recuerdan a un agujero negro, titulados «lonely». Las fotos de la niña Norma Jeane no son muy alegres ni inocentes.
¿Quién era Marilyn Monroe? Era una niña triste, afable pero triste. No sonríe en las instantáneas.
Más tarde, Marilyn creyó que Arthur Miller lo había descifrado por fin. Al conocerla lo primero que le dijo fue: «eres una de las personas más tristes que he conocido». Eso la conquistó. Aunque luego él también la retrató en su primer guion como eso, una rubia tonta. Eso la destrozó. Es lo que tiene pedir a alguien que te vea y fiarte de su opinión: lo mismo te conquista que te destroza.
Uno puede pasarse la vida preguntándose por la vida de Marilyn. Muchos lo han hecho, intentando hallar pistas de su muerte en las cartas, fragmentos de poemas y en las notas que garabateó. Discutiendo sobre si era buena o mala actriz. Sobre si su actitud para con su cuerpo era o no feminista, lo de jugar sus cartas para conseguir lo que anhelaba. O parte de ello, al menos.
Pero es muy sencillo desenterrar la verdad que escondía. Aunque algo debió hacer bien para que la gente siga tipificándola como el mito sexual y replanteándose sus habilidades más allá del físico.
Y es que frente a la cámara, Marilyn siempre adoptaba una voz dulce, tibia, una posición cabizbaja y complaciente. Hacía bromas que rozaban la línea de lo impúdico. Era irresistiblemente sexy. Adrede. Todo el tiempo. Continuamente. Sin parar.
Al salir en camilla de ambulancia tras uno de sus abortos, ella seguía sonriendo, saludaba a cámara.
¿Quién era Marilyn?
Pues Marilyn era una niña triste y torturada de muchas y variadas formas que quiso ser alguien. Para ello, usó la cabeza. Hizo un análisis rápido de la sociedad en la que se movía y dio con la clave: convertirse en el sueño erótico del país, del mundo entero. Disfrutaba con su sexualidad y la promovía abiertamente. Su lucha por convertirse en una buena intérprete carecía de sentido: ella se inventó un personaje. Norma Jeane creó a Marilyn. Y lo llevó a ritmo constante, fiel y cumplidor, a su temprana tumba.
Da igual si llegaba tarde a los rodajes o si llevaba o no ropa interior. Ella ha sido, probablemente, la mejor actriz que ha vivido, porque nunca consiguió dejar el personaje a un lado, que la ataba como una camisa de fuerza. Esa ha sido su vida, su vida pública. Y al final, pagó el impuesto de las heridas incurables de infancia y de la inseguridad entre flashes ciegos y ciegos que sucumbían a su flashazo.
Su propio cuerpo se comió a su mente.
Es decir, para que nos entendamos: su 91-60-86 / 1.67 m / 53,5 kg se comió a sus 165 puntos de CI.