Volver a la librería después de todos estos meses se me hacía un poco cuesta arriba, todo hay que decirlo. No podía pensar en volver a madrugar o en no poder ponerme a leer a eso de las doce de la mañana porque ya iba siendo hora de hacer algo productivo. Por eso me sorprendió entrar y sentirme tan rara. No la recordaba tan grande, tan luminosa, tan bonita. No recordaba la cantidad de libros que abarrotaban las estanterías. No recordaba que me quedaba tanto por leer. Nos reímos al comprobar cuántos libros se habían caído al suelo, hartos, imagino, de no ser tocados ya por nadie. No sabía las ganas que tenía de verlos hasta que los vi allí, igual de tranquilos, esperando, sin prisa para que la persona correcta los tomara entre sus manos.
No sé si yo soy la persona correcta, pero no pude evitar coger algunos después de tantos días sin olor a libro nuevo en casa. No se trataba de una tarea fácil porque empezamos esta nueva normalidad con cantidades ingentes de novedades que me ponían ojitos cada vez que me asomaba a una estantería. Me fijé en algunas más bien discretas, pero de las que no podía prescindir.
Los nombres epicenos, de Amélie Nothomb (Anagrama)
Un cuentecillo sobre el amor, el desamor y la venganza que se lee en lo que tarda el café en quedarse frío. Es sorprendente y divertido y un buen ejemplo de lo maravillosa, excéntrica y potente que es esta escritora. Chica conoce a chico y chico pide matrimonio en el acto. Ella dice que sí y aunque suene extraño aquí, la novela te hace verlo absolutamente normal ¿Por qué no? Luego llegarán las consecuencias, cuando el enamoramiento deje de cegarnos.
La piel, de Sergio del Molino (Alfaguara)
Una novela, autobiografía y libro de historia. Todo junto y a la vez. Nunca pensé que me interesara un libro sobre la psoriasis y Sergio del Molino lo ha conseguido. No importa tanto qué te cuentan, sino cómo te lo cuentan y este autor escribe tan primorosamente que sería un crimen no leer lo que él quiera contarnos. En esta ocasión se trata de la piel, de la suya, de la tantos otros, conocidos (desde Stalin a Cindy Lauper) y desconocidos (como aquel chico al que le fascinan los libros de historia). Una honestidad sin precedentes, una curiosidad infinita y un manejo de la lengua que bien valdría un tatuaje en nuestra piel.
Despojos, de Rachel Cusk (Libros del Asteroide)
Alimentando mi gusto por el drama, no podía dejar de lado esta suerte de memorias de un divorcio de la autora canadiense que escribe autoficción sin hablar de sí misma en su conocida trilogía compuesta por A contraluz, Tránsito y Prestigio, libros que me recomendó un lector muy fervientemente y al que busco para comentar lecturas, pero que nunca aparece. Leí A contraluz porque además de este lector fantasma, también me habló de él mi amiga I. Lo terminé durante el confinamiento, pero si soy sincera, no conseguí sumergirme demasiado en él. ¿Por qué entonces ir corriendo a por Despojos? Tenía el pálpito de que este, quizá por el tema, ーcuánto me interesa la muerte del amorー, me atraparía. Y así es, llevo tanto subrayado…
Cuando el Vips era la mejor librería de la ciudad, de Alberto Olmos (Círculo de Tiza)
¿Puede haber un nombre más guay para un libro? Probablemente, no. ¿Y una portada? Tampoco. Es cierto que no soy demasiado objetiva, tengo debilidad por este escritor deslenguado y certero, pero creo que me lo hubiera llevado a casa aun sin conocerlo. Hay aquí una colección de artículos que se leen sin descanso entre medias porque cuesta dejar un libro que te divierte tanto. Estuve cuatro horas en la peluquería y no lo dejé salvo para sujetarme la mascarilla. Lo mejor es poder subrayar todo lo que no has podido al leerlo semana tras semana, lo mejor es, también, aprender tanto, tantísimo de literatura. No hace falta estudiar hispánicas, basta con leer a Alberto Olmos. De aquí saldrán mis próximas lecturas. La pena es no poder volver al Vips a por ellas.
Microgeografías de Madrid, de Belén Bermejo (Plan B)
Este libro no es novedad, pero sí noticia. Su autora acaba de dejar una gran tristeza en el mundo editorial español. Belén Bermejo fue editora en Espasa y una amante de la literatura hasta el último momento. No la conocí personalmente, pero sus acertadísimos comentarios, sus pequeñas grandes historias y sus maravillosas fotos en redes sociales, se habían convertido, como diría Marta Sanz, en parte de mí. Cómo puede este mundo nuevo hacernos sentir tan cerca de alguien. Cuando me enteré, fui a mi estantería y allí estaba, sin molestar, esperando un buen momento, qué tristeza que tuviera que ser ese. Qué regalo. Cuánta belleza.