La tercera edición del ciclo Descubriendo Murcia de Murcia Inspira y Cervezas Alhambra giró en torno al elemento verde y a los jardines que vertebran la ciudad, insuflando vida y siendo, a su vez, puentes para la vida social de la ciudad. Lugares donde los habitantes pasan tiempo de ocio, se relacionan y encuentran un espacio de tranquilidad dentro del trasiego normal de la vida moderna. Carmen Santa-Cruz y Pablo Carbonell fueron los encargados de dar su personal visión sobre el Jardín de Floridablanca, el Jardín Chino o sobre la huerta murciana.
Para la arquitecta murciana, miembro del estudio Santa-Cruz Arquitectos, el coloquio sirvió como “oportunidad para transmitir desde nuestra óptica y aprendizaje profesional, los valores e interés de la naturaleza que nos rodea”. Por su parte, Carbonell, fundador y CEO de Ecoproyecta, apuntó que “los espacios verdes bien diseñados y cuidados son necesarios para una ciudad medioambiental y socialmente sana”.
Las funciones de los jardines
A veces, no paramos para disfrutar lo que tenemos ante nuestros ojos. Los jardines, más allá de espacios multidisciplinares, también son rincones ya emblemáticos de la ciudad, que la han acompañado en su desarrollo durante el paso de los años. En el Restaurante Cucü, donde tuvo lugar este epígrafe del ciclo de Arquitectura de Murcia Inspira, se incidió en que “casi todos somos conscientes de los beneficios que los espacios naturales proporcionan a nuestro bienestar y al de nuestro planeta”, como explicó Carmen Santa-Cruz, antes de comenzar su exposición.
Por su parte, Carbonell aseguró que los jardines cumplen dos funciones muy claras para con el ciudadano y la naturaleza: “Una es la función social de ser lugar de encuentro y esparcimiento. Otra función es la medioambiental, aportar beneficios ecológicos de depuración de aire o mejorar de la calidad ambiental”.
El Jardín de Floridablanca
Uno de los jardines más icónicos de la ciudad, que se nos presenta nada más descender el Puente de los Peligros es el de Floridablanca. Además, es un jardín que cumple una función social muy importante, siendo lugar de reunión de buena parte de los habitantes del barrio, que lo escogen para pasear y para buscar la sombra en los días de calor.
El Jardín de Floridablanca fue construido en 1848, siendo el primer jardín público que se abrió en España. En 1849 se transforma en lo que conocemos como Jardín de Floridablanca. “A partir de 1851, en pleno auge de las exposiciones universales y de las ciudades más importantes, Murcia prepara la propia, siguiendo el modelo barcelonés. Así se celebra en el jardín y sus inmediaciones la Exposición Agrícola Industrial y Minera, en abril de 1900”, comentó Carmen Santa-Cruz.
Tras ese evento, el jardín quedó abandonado. Pero cuando se cierra una puerta, se abre una ventana, y este ostracismo sirvió para que, en 1914, se fundara la Sociedad de Amigos del Árbol de Murcia, que “pretendía proteger y embellecer los jardines de Floridablanca, el parque el Malecón y la difusión turística de Murcia”, explicó la arquitecta. Uno de los fundadores de la Sociedad de Amigos de Árbol de Murcia fue Ricardo Codorníu, responsable de grandes aportaciones para nuestra ciudad en lo que a naturaleza se refiere. Su preocupación por la cuestión forestal le llevó a entregarse desde joven a esta causa. “Entre sus trabajos más destacados se puede mencionar la reforestación completa de Sierra Espuña (durante toda su vida), y de Guardamar del Segura, como método para contener el imparable avance de las dunas que amenazaban el pueblo”, añadió.
Es el único jardín de Murcia declarado Bien de Interés Cultural, “la más alta consideración a nivel patrimonial”, explica Carbonell. El arquitecto de Ecoproyecta quiso desentrañar las reglas de diseño que debe hacer suyas un jardín para cumplir esa función social y con las que, el Jardín de Floridablanca, cuenta. “Para que haya gente en un jardín, este debe estar diseñado de manera que se propicie la llegada de esas personas y, por supuesto, que esa gente se quede en dicho lugar; no solo vale con ser un espacio de paso, un jardín debe ser un lugar para estar”, aseguró. Esas reglas, que enumeró el arquitecto murciano, son las siguientes: que el jardín debe estar integrado en un tejido urbano por el que pasa gente; que cuenten con bancos cómodos para sentarse; que haya sombras, y preferentemente, procedente de árboles; y que los espacios estén jerarquizados para que haya lugares de diferentes escalas, que den pie a una riqueza de relaciones posibles. Del mismo modo, Carbonell hizo hincapié en la idiosincrasia del jardín como máquina biológica, para “ofrecer una serie de servicios ecológicos a la ciudad, importantes para hacer la vida más habitable y compensar los perjuicios ocasionados por la actividad humana”. Entre esos parámetros, está la cobertura vegetal, la biodiversidad urbana y recuperar el ciclo natural del agua.
El Parque de Ruiz Hidalgo o Jardín Chino
Ricardo Codorníu también dedicó su vida a la difusión y enseñanza del medio forestal, a partir de conferencias y publicaciones. “En esa misma línea, promovió el parque de Ruiz Hidalgo, que fue concebido desde la idea de un arboreto donde mostrar diferentes especies a la población y obtener conocimientos sobre las condiciones de aclimatación para posibles usos forestales”, apuntó Carmen Santa-Cruz. En 1915 editó una guía sobre el Parque, con motivo de unos paseos botánicos organizados por él para instruir sobre las diferentes especies arbóreas. Esta guía es el primer documento de esta índole publicado en España.
Al igual que todos los espacios públicos de la ciudad, la consecuencia del periodo de Guerra Civil fue el abandono del Parque. “Más tarde, debido a los reiterados desbordamientos del Río Segura, se lleva a cabo el nuevo encauzamiento del río, levantándose un nuevo muro y rellenando las tierras para conseguir una plataforma que quedó enrasada con la plataforma fluvial de la ciudad. El parque, como lo conocemos hoy, se realizó entre los años 1970 y 1971. En la actualidad, después del relleno de tierras realizado, aún permanecen algunos ejemplares de eucaliptos como testimonio de lo que otro día fuera el Parque Ruiz Hidalgo”, nos contó la arquitecta.
La huerta, el principio de todo
Más de 800 años tiene ya la Huerta de Murcia, y ha sido, durante muchos años, un gen vertebrador para la agricultura de la Región, así como un lugar de esparcimiento para todo aquel que vivía en su interior. “Como última huella de la huerta en el entramado urbano de la ciudad tenemos el Huerto Cadenas o Junterones, concebido como zona de recreo del Palacio que tenía delante, que en el siglo XIX fue sustituido por la Casa Palacio de los López-Ferrer, hoy en día sede del Museo de la Ciudad. Lo cruza de este a oeste la Acequia Caravija, de cuyas aguas se servía de riego”, guió Santa-Cruz a los asistentes
En el mapa que se muestra a continuación, y en el que se observa el crecimiento de la ciudad desde 1929, la arquitecta murciana representó también la red de regadío, ya que este sistema que crearon los árabes es el origen de este paisaje productivo. La ciudad, a lo largo de los años, va tapando este entramado de canales, que siguen presentes bajo nuestros pies con un trazo poco alterado desde sus orígenes.
Educación y concienciación para un futuro mejor
Entre los retos que nos pone frente a nosotros el presente, para un futuro mejor, está el medioambiental. Cuidar nuestras zonas verdes, desde un punto de vista biológico, incluso de existencia, es perentorio. Como apuntó Pablo Carbonell en el último encuentro de Descubriendo Murcia, “para proponer mejoras antes hay que conocer, tener un conocimiento científico de lo que hay. Por un lado estudiando los orígenes históricos y luego haciendo un análisis científico del estado actual, conociendo las fortalezas y debilidades del jardín, a nivel medioambiental y social”.
En definitiva, Carbonell aseguró que “los espacios verdes bien diseñados y cuidados son necesarios para una ciudad medioambiental y socialmente sana”, y que “el objetivo sería poder naturalizar nuestras actuales ciudades para mejorar la calidad de vida. Primero, haciendo un análisis de la situación actual y luego aplicando soluciones que van en esta línea anteriormente indicada: mejorar la convivencia en los espacios públicos, crear sombras, lugares donde estar, incrementar la cobertura vegetal, los pavimentos blandos, etc”.
Por su parte, Carmen Santa-Cruz incidió en “la importancia de educar y concienciar a las nuevas generaciones sobre la importancia de nuestro patrimonio natural. Otra de las maneras de generar concienciación sobre el valor de nuestro paisaje, nace de recorrerlo y de habitarlo. Con el uso de nuevas tecnologías, podemos tener esta información en nuestras manos, una serie de rutas en Google Maps, promovida por el Ayuntamiento para recorrer los rincones de la huerta y obtener información sobre los hitos patrimoniales y vegetales que nos vamos encontrando”.
Por su parte, Carmen Santa-Cruz incidió en “la importancia de educar y concienciar a las nuevas generaciones sobre la importancia de nuestro patrimonio natural. Otra de las maneras de generar concienciación sobre el valor de nuestro paisaje, nace de recorrerlo y de habitarlo. Con el uso de nuevas tecnologías, podemos tener esta información en nuestras manos, una serie de rutas en Google Maps, promovida por el Ayuntamiento para recorrer los rincones de la huerta y obtener información sobre los hitos patrimoniales y vegetales que nos vamos encontrando”.
Para terminar, la murciana leyó un texto de Ramón Gaya sobre la ciudad, en el que se hace un alegato por cuidar lo nuestro, lo que nos hace únicos y lo que nos permite seguir siendo la Huerta de Europa.
“La ciudad no es nada, o mejor, no es nada ella sola, sino en función con suhuerta y su cerco de montes; pero esto, tan sencillo, no es fácil de descubrir y el viajero -el buen viajero- huye precipitadamente de Murcia creyéndola fea y sin interés. Se equivoca. Murcia no es una ciudad para ser visitada, claro, porque está… vacía; no hay en ella nada monumental, ni siquiera pintoresco, característico, pero cuando logremos verla incrustada en el paisaje, ahogada por el paisaje, dejará de ser la ciudad borrosa, blanquecina, sin color, sin dibujo y plana que vimos al principio. El paisaje que estrecha a Murcia no es, propiamente, un paisaje natural, sino un paisaje creado, ingeniado hecho. La huerta es toda una geometría puesta sobre el tablero liso del suelo por unos hombres embriagados de matemáticas y que, como buenos orientales, se sirven de líneas y de números para todo, incluso para ir y venir de Dios. El ingenioso trazado de la huerta ha sido disimulado, tapado por el verde, los dátiles, los nísperos, los albaricoques, los jazmines, las cañas, el agua misma, fingiendo al pasar por los acequias una libertad que aquí no tiene; pero al mismo tiempo, todo ese verdor esconde un encanto de… problema. Partiendo de la ciudad existe un paseo único, el Malecón, que se adentra en el mar de la huerta para darnos la clave del artificio sutil de Murcia, artificio no siempre árabe, sino chino también, o sea, más apagado, menos lujurioso, con menos ansia de felicidad que lo árabe.”